16/09/2022
Empieza a leer 'La cancelación y sus enemigos' de Gonzalo Torné

 

 

 

 

Poeta: ¡No me matéis! No soy Casta, el tribuno, soy Casta, el poeta.

Turba: Matadlo igual, matadlo. Conozco sus versos, ¡son malísimos!

Atribuido a WILLIAM SHAKESPEARE

 

 

 

¿Qué se supone que es la cultura de la cancelación, cuándo empezó y de dónde viene? Antes de entrar en materia hagamos juntos un poco de historia, que nos vendrá bien, o al menos me vendrá bien a mí. Nuestro recurso de primera mano, la Wikipedia, define más o menos así la «cultura de la cancelación»: «Retirar el apoyo, moral, financiero, digital e incluso social, a personas u organizaciones cuyos comentarios o acciones se consideran inadmisibles.» Como autoridad la Wiki cita a Lisa Nakamura de la Universidad de Michigan, quien nos asegura que se trata de un boicot de atención (lo que podría «traducirse» como «dejar de hacer caso»), publicidad y apoyo económico, con el que se priva a la víctima de la posibilidad de ganarse la vida.

Según la escritora Azahara Palomeque[1] la expresión «cancel culture» empezó a emplearse en Estados Unidos, y a circular por las redes sociales, entre los colectivos menos favorecidos para denunciar comportamientos racistas y exclusiones sociales. Pero en un tiempo relativamente breve se ha convertido en una herramienta con la que personas favorecidas (con cargos o trabajos con proyección pública, y sometidas al escrutinio de los votantes o de sus audiencias) se defienden de las valoraciones negativas o los argumentos contrarios, acusando a sus críticos de puritanos, extremistas, demagogos o enemigos de la verdad. Presentándose, en definitiva, como víctimas de una «cancelación». Y cuando digo «favorecidas» me refiero sin ir más lejos al cuadragesimoquinto presidente de los Estados Unidos, seguramente el cargo más poderoso del planeta, que en varias ocasiones acusó a periodistas y oponentes de tratar de «cancelarlo» cuando criticaban su gestión.

Tampoco la cantidad de casos que pueden presentarse como prueba resulta esclarecedora. Si prescindimos de los «intentos de cancelación» (básicamente, personas que siguen en su cargo en una posición parecida tras el «ataque») encontramos pocos ejemplos de «privación de medios de trabajo», casi todos localizados en Estados Unidos y bastante conocidos.[2] Algún caso más habrá, pero son estos los que se reiteran una y otra vez, y en su calidad de episodios aislados no ayudan a esclarecer si la cancelación se da con una asiduidad que merezca que la consideremos una «cultura».

¿Qué es la cultura de la cancelación? ¿Se trata de una censura de sesgo puritano practicada de «abajo hacia arriba» y que deja a profesionales de la música y del humor, de la actuación y de la escritura, sin trabajo, estrechando de manera drástica el campo de la libertad de expresión? ¿O más bien se trata de una sobreactuación con la que los ciudadanos con cargos o altavoces públicos se cubren frente a la crítica?

Sea como sea, el escrutinio del pasado no parece capaz de solucionar nuestras dudas. Con independencia de cómo surgiese la expresión (y de cuál fuese su propósito), ahora mismo es un campo en disputa, y no tiene sentido tratar de solucionarlo remontándose a la «esencia» del término supuestamente conservado en el pasado o averiguando a priori cuál sería la «manera correcta» de emplearlo. De lo que se trata es de examinar y valorar los usos del presente, y esclarecer sus intenciones y su legitimidad, su coherencia o sus contradicciones.

Con este propósito en mente La cancelación y sus enemigos arranca con un breve ensayo (o un largo artículo) publicado en «El Ministerio» de CTXT, mi casa, justo antes del verano de 2021, donde exponía algunas ideas sobre el empleo en nuestro país de la «cultura de la cancelación», y la vacilante posición que ocupa entre la censura y la crítica, dos actitudes con efectos casi opuestos sobre la libertad de expresión: la censura la coarta, y la crítica la tonifica. El artículo arrancaba levantando acta de una semana particularmente jugosa de denuncias contra la «cultura de la cancelación», y aunque exponía argumentos que yo llevaba tiempo barajando (decantados hacia mis intereses: los excesos y limitaciones de la representación artística), buena parte de las ideas convocadas, como el lector no tardará en comprobar, tenían un aspecto impresionista y un carácter tentativo y abierto. La difusión un tanto excesiva del artículo y su posterior comentario me dio muchas alegrías, pero avivó unas cuantas vacilaciones.

Muchas de estas dudas (y otras objeciones que no había previsto) las plasmó en una carta privada Clara Montsalvatges, buena amiga y personaje recurrente de mis novelas, quien con mucha generosidad no solo señalaba las debilidades, imprecisiones y temeridades de mis argumentos, sino que también se animaba a recorrer direcciones apenas apuntadas en mi texto. Después de un breve forcejeo, y con Clara convenientemente sobornada, la carta se reproduce a continuación, con apenas unos retoques relativos a private jokes que amenazaban con desestabilizar el tono de la argumentación.

Me temo que al lector que insista en llegar al final no le quedará otro remedio que volver a vérselas conmigo: los motivos por los que la última palabra queda a mi cargo se expondrán a su debido momento, pero no está de más advertir desde ya que mi último esfuerzo no tiene pretensión concluyente ni el empaque de síntesis con el que suelen rematarse las sacudidas entre la tesis y su antítesis. Me gustaría poder decir que el libro que el lector tiene entre las manos ha adaptado su forma al tema que aborda: que a una «cultura de la cancelación» en disputa le corresponde un ensayo discutido. Sonaría imponente, desde luego. Pero la verdad, la ordinaria verdad, es que la forma de este libro se debe a mis hábitos como novelista: sencillamente estoy más acostumbrado a dejar correr las ideas, y me ha parecido más sensato que fluya algo del aire de una conversación. Y ahora, al lío.

 
  1. https://ctxt.es/es/20220201/Culturas/38798/cultura-de- la-cancelacion-estados-unidos-donald-trump-ana-wax.htm
  2. El director James Gunn despedido por Marvel (pero después readmitido) por unos tuits donde bromeaba sobre el abuso infantil. El humorista Kevin Hart relegado de la gala de los Óscar por sus chistes homófobos. La idea de Kanye West según la cual «la esclavitud era una elección» levantó una bue-na ventolera, pero no parece que le perjudicase en nada. La youtuber Laura Lee perdió «algunos contratos» después de que se descubriesen sus comentarios racistas.

 

 

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La cancelación y sus enemigos

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