15/02/2022
Empieza a leer 'Enriquecimiento' de Luc Boltanski y Arnaud Esquerre


PRÓLOGO

Siempre que compran o venden algo, los actores sociales se sumergen en el universo de la mercancía, del que depende en gran parte –a menudo más de lo que quieren reconocer– la experiencia de eso que conciben como la realidad. Integrada por cosas en circulación, la mercancía encuentra su unidad en la operación mediante la cual se asigna un precio a las cosas cada vez que estas cambian de manos por dinero en efectivo. Pero, al mismo tiempo, estas cosas no dejan de ser diversas, de tal modo que el universo de la mercancía no se presenta como una totalidad opaca, lo cual la haría impenetrable, sino como un conjunto estructurado. Es la referencia a estas estructuras lo que permite identificar todas y cada una de las cosas que se intercambian. Y es porque tienen una competencia tácita de estas estructuras, interiorizadas, por lo que los actores sociales pueden orientarse en el universo de la mercancía, dedicarse al comercio y, sobre todo, emitir un juicio sobre la relación entre las cosas y su precio.

Sin embargo, estas estructuras y las relaciones que instauran entre las cosas, su precio y el valor que se les concede se benefician de diferenciales anclados en el espacio y tienen un carácter histórico. Cambian con el tiempo, en función de los desplazamientos del capitalismo, que, en la mayor parte de las sociedades contemporáneas, impone su yugo al comercio de las cosas. Los análisis de Walter Benjamin nos brindan a este respecto un marco iluminador para comparar las estructuras de la mercancía que subyacen al comercio en buena parte de la Europa del siglo XXI, y tal vez del mundo entero, con las del siglo XIX. En París, capital del siglo XIX, Benjamin nutre su meditación sobre la historia y su crítica de una «representación cosificada de la civilización» de una reflexión sobre la mercancía en la época del capitalismo triunfante. Las mercancías «se manifiestan» en «la inmediatez de la presencia sensible» y, de modo inseparable –dice Benjamin–, «como fantasmagorías» a las que se abandona el «flâneur» que «busca un refugio en la muchedumbre». Benjamin hace hincapié en las formas por entonces absolutamente nuevas que toma la metrópolis o «ciudad-mundo», en la que no solo se concentran las finanzas, el lujo y el «espíritu de la moda», sino también la bohemia revolucionaria, encarnada por Blanqui y, sobre todo, el proletariado. Lo que más le interesa es mostrar la forma en que los seres –personas y cosas reunidas en un mismo espacio– representan una ruptura radical con el pasado, ruptura marcada por la formación del capitalismo industrial y financiero, y que se concreta en las destrucciones emprendidas por Haussmann y en la reorganización del tejido urbano que las sigue. La época de la «mercancía-fetiche» trata de asentar su legitimidad en una escenificación futurista de los beneficios de la «técnica», y la «confianza ciega en el progreso» es el instrumento mediante el cual «el historiador, que se identifica con el vencedor», sirve «irremediablemente a quienes poseen el poder en la actualidad».

Si trasladamos el personaje del flâneur al París del siglo XXI, veremos que está inmerso en una realidad completamente distinta. No es menos capitalista que aquella a la que se enfrentaba el flâneur que evocaba Benjamin, pero en ella, sin embargo, el «lujo» ya no presume de ser «industrial». Al contrario, se esfuerza por hacer olvidar su arraigo en una trama productiva, mucho más fácil de escamotear por cuanto está en gran parte deslocalizada en la órbita de otras «ciudades-mundo» lejanas. La acumulación capitalista continúa y hasta se acentúa, pero se basa en nuevos dispositivos económicos y se asocia a una diversificación del universo de la mercancía en función de las modalidades de valorización. El presente libro trata de describir esta transformación, particularmente sensible en los Estados que fueron la cuna del potencial industrial europeo, y más en concreto en Francia, y de analizar la distribución de la mercancía entre distintas formas de valorización.

En consecuencia, nuestro trabajo se orienta en dos direcciones que trataremos de articular. La primera es más bien de naturaleza histórica. Tiene por objeto un cambio económico que, desde el último cuarto del siglo XX, ha modificado profundamente la forma en que se crea riqueza en los países de Europa Occidental, marcados, por un lado, por la desindustrialización, y, por el otro, por la creciente explotación de recursos que, sin ser en absoluto nuevos, han cobrado una importancia sin precedentes. A nuestro entender, la magnitud de este cambio solo se advierte cuando se comparan ámbitos que suelen considerarse por separado, como, sobre todo, las artes, en particular las artes plásticas, la cultura, el comercio de objetos antiguos, la creación de fundaciones y museos, la industria del lujo, la patrimonialización o el turismo. Trataremos de mostrar que las interacciones constantes entre estos distintos ámbitos permiten comprender la forma en que cada uno de ellos genera un beneficio. Nuestro argumento será que tienen en común que se basan en la explotación de un yacimiento que no es otro que el pasado.

Llamaremos a esta clase de economía «economía del enriquecimiento», jugando con la ambigüedad de la palabra «enriquecimiento»: por una parte, la empleamos en el mismo sentido que se habla del enriquecimiento de un metal, de las condiciones de vida, de un fondo cultural, de una prenda de ropa o de un conjunto de objetos reunidos en una colección, para destacar que esta economía no se basa tanto en la producción de cosas nuevas como en intentar enriquecer cosas que ya existían, sobre todo asociándolas a relatos. Por otra parte, la palabra «enriquecimiento» remite a una de las especificidades de esta economía, que es aprovecharse del comercio de cosas destinadas prioritariamente a los ricos y que constituyen también, para los ricos que comercian con ellas, una fuente de enriquecimiento complementaria. Nos parece que prestar atención a esta economía del enriquecimiento y a sus consecuencias es indispensable para captar las transformaciones de la sociedad francesa contemporánea, así como algunas de las tensiones que anidan en ella.

La segunda orientación es de índole más bien analítica. Pretende comprender cómo mercancías muy diversas pueden dar lugar a transacciones que, a ojos de quienes participan en ellas, bien como oferentes, bien como demandantes, parecerán en su gran mayoría normales y más o menos conformes a unas expectativas previas. Con el término «mercancía» nos referimos a cualquier cosa a la que se asigna un precio cuando cambia de manos. Pues si el universo de la mercancía no descansara en modos de organización en parte implícitos, no podríamos comprender cómo los actores, dada su diversidad fenoménica, serían capaces de orientarse en él. La destreza comercial de los actores es sin duda muy variable y depende de su nivel de socialización comercial. Con todo, sin unas competencias mínimas, un actor estaría simplemente confundido y sería incapaz de abrirse camino en el mundo, habida cuenta de la importancia que han adquirido en las sociedades modernas el papel y el número de transacciones mercantiles. Es en este sentido en el que hablaremos de estructuras de la mercancía.

Apoyándose en estas estructuras subyacentes, los actores pueden adoptar una posición reflexiva de cara a la relación entre estos dos tipos de entidades heterogéneas –a saber, las cosas y los precios– cuya unión conforma la mercancía en cuanto tal, en lugar de limitarse a percibir esta articulación como una mera síntesis y a sufrir pasivamente las consecuencias. Pero, para comprender la manera en que la razón puede intentar estudiar la relación entre las cosas y su precio, deberemos tener en cuenta la referencia a un tercer tipo de entidad, que designaremos retomando el término que emplean los actores –el término originario, si se quiere– y que no es otro que «valor», palabra polisémica donde las haya. Porque, para comprender reflexivamente la relación entre una cosa y su precio –ya sea para criticarlo o para justificarlo–, suele hacerse en general referencia a una esencia de la cosa que constituiría su «valor» intrínseco. Más que ver en el valor una propiedad a la vez sustancial y misteriosa de las cosas –una visión que impregnó la economía clásica y que todavía perdura–, nosotros lo trataremos como un dispositivo de justificación o crítica del precio de las cosas. Las estructuras que intentaremos sacar a la luz dividen el universo de la mercancía distribuyendo el conjunto de objetos de comercio entre distintas maneras de justificar (o criticar) su precio, es decir, entre las distintas formas de valorizarlos. Veremos que las distintas maneras de resaltar y valorizar las cosas presentan juegos de diferencias obtenidos por la permutación de oposiciones elementales, de tal modo que podemos describirlas bajo la forma de un grupo de transformación, lo cual permite conciliar la homogeneidad del universo de la mercancía (abarca cualquier cosa a la que, al cambiar de manos, se le asigne un precio) con la diversidad de objetos que lo componen en función de la manera en que se justifica dicho precio.

Trataremos de articular los dos enfoques que han guiado este trabajo, el histórico y el analítico, prestando atención a las dinámicas del capitalismo. Abordaremos el capitalismo desde el punto de vista del comercio, y no tanto a partir de los cambios que han afectado la producción, y en consecuencia también el trabajo, temas que, desde el último cuarto del siglo XX, con el aumento del desempleo, han ocupado el centro de los estudios a que ha dado lugar. Para ello nos ha sido de gran provecho la (re)lectura de Fernand Braudel, que, en su libro magistral sobre el capitalismo, sitúa la mercancía y el comercio en el centro de sus análisis, así como la de los trabajos que han tratado de prolongar la óptica braudeliana hasta nuestros días, en particular los de Giovanni Arrighi. Las estructuras de la mercancía tienen un carácter histórico, y ello justamente porque se inscriben en la dinámica del capitalismo y en la articulación entre orden y desorden que constituye su motor. Por un lado, la acumulación capitalista tiene que poder basarse en expectativas compartidas y, por lo tanto, en estructuras de mercado para poder limitar sobre todo los costes de la transacción. Pero, por el otro, es propio de la lógica de esta acumulación desplazarse sin cesar para aprovecharse de la mercantilización de nuevos objetos y, en consecuencia, subvertir sus propias estructuras.

El capitalismo, que en una primera fase dependió sobre todo del desarrollo de la industria, se ha visto obligado a desplazarse para obtener el máximo provecho posible de la comercialización de otros objetos a medida que iban disminuyendo las posibilidades de beneficio obtenidas de la explotación del trabajo industrial. La formación de estructuras de la mercancía tal como se presentan hoy puede, por lo tanto, vincularse al desarrollo de una economía del enriquecimiento. La existencia de esta pluralidad de formas de valorización, que son isomorfas y diferenciadas a un tiempo, permite que cosas diversas puedan cambiar de manos con la esperanza de que se vendan cada vez al precio más alto posible para así generar el mayor beneficio posible o limitar las pérdidas. Si solo existiera una única forma de hacer referencia al valor de las cosas para justificar su precio, muchos de los objetos que se intercambian hoy a un precio elevado se encontrarían depreciados. La diversificación de las estructuras de la mercancía viene acompañada de una diversificación paralela de las carencias que las mercancías vienen a suplir. Las estructuras de la mercancía tienden, por lo tanto, a modelar simultáneamente cosas determinadas y la carencia de estas cosas, de tal modo que ocupan un lugar en el que no puede distinguirse entre factores objetivos y subjetivos. Así es como contribuyen en gran manera a modelar lo que nombramos realidad, en la medida en que esta depende de eso que Wittgenstein llama los juegos de lenguaje, que permiten que los actores hagan suya la experiencia con la ayuda de operadores reflexivos.

 

La realización del presente trabajo nos ha llevado a movernos entre disciplinas, métodos y ámbitos de investigación diversos. Estos desplazamientos no eran premeditados, sino que en cierto modo nos han venido impuestos por la lógica de una indagación cuyo propio objeto se ha ido revelando progresivamente, a medida que los resultados que nos parecían responder a las preguntas que planteábamos arrojaban nuevas cuestiones y nos llevaban a nuevas investigaciones.

En lo que a las disciplinas se refiere, hemos seguido un recorrido que, a partir de la sociología y la antropología, nos ha conducido a lecturas muy diversas que recurren a la historia –ya sea la historia del arte, la historia de las técnicas o la historia política y social–, a la filosofía política y, sobre todo, a la economía. En este último ámbito, que no está más unificado que la sociología y que presenta corrientes muy diversas –con distintas escuelas que, como es sabido, llegan incluso a disputarse la etiqueta de «economía»–, nuestras lecturas y préstamos han ido lo mismo hacia trabajos que cabe situar dentro de la tradición neoclásica, que hacia trabajos que se ubican más bien dentro de las corrientes calificadas de heterodoxas o críticas, cuyas diferencias se nos han antojado menos significativas en el plano de las aportaciones documentales e incluso teóricas que en el de las filiaciones institucionales y de los conflictos entre escuelas. Nos ha parecido que la diferencia más elocuente que separa a «ortodoxos» de «heterodoxos» se debía sobre todo a la relación que cada uno de estos estilos de economía mantenía con la propia sociología: los primeros tratan de defender una autonomía de la economía, marcada en particular por el lugar que se concede a las modelizaciones que se traducen en cualquiera de los lenguajes matemáticos, mientras que los segundos no vacilan a la hora de hacer intervenir datos procedentes de las otras ciencias sociales.

Nuestra principal preocupación ha sido liberarnos de las relaciones a menudo difíciles que la sociología y la antropología mantienen con la economía, y que llevan a muchos sociólogos y antropólogos a no considerar unas veces la economía (como si hubiera una autonomía de las relaciones de intercambios simbólicos con respecto a las relaciones de intercambios de bienes); a apropiarse otras veces enseguida de modelos llegados de la economía para aplicarlos a sus objetos y, al mismo tiempo, justificar las decisiones de política económica que afectan a estos objetos; e incluso, en otras ocasiones, a desarrollar una actitud crítica frente a la economía en general, como si solo la sociología y la antropología tuvieran acceso a una verdad de las relaciones entre los seres humanos que escaparía a una ciencia, la económica, tachada en cierto modo de inhumana. Aunque en nuestro libro no faltan las críticas, se dirigen al capitalismo contemporáneo, no a la economía en sí. Nuestro propósito, pues, ha sido el de continuar los esfuerzos de aquellos investigadores, probablemente más numerosos en un pasado no muy lejano que en la actualidad, que trabajaron en pro de una unificación de las ciencias sociales y en contra de todas las formas de ortodoxia disciplinal. Este esfuerzo pasa hoy, a nuestro entender, por una superación de las tensiones que oponen unos enfoques heredados más bien del positivismo (frecuentes en economía) y otros enfoques derivados más bien del constructivismo (más frecuentes en sociología). Hemos intentado avanzar por esta vía a fuerza de desarrollar un estructuralismo pragmático. Este enfoque permite articular a la vez una historia social y un análisis de las competencias cognitivas que los actores emplean para actuar.

En cuanto a los métodos de investigación, hemos procedido de un modo sumamente ecléctico, un poco a la manera de los espigadores, si puede decirse así. Pese a ofrecer aquí y allá ejemplos tomados de otros países para mostrar que hablamos de un proceso que puede extenderse, nos hemos centrado en el caso de Francia, que es probablemente uno de los países en que con más claridad se aprecian las transformaciones que hemos tratado de sacar a la luz. Hemos cruzado la recopilación de datos estadísticos; numerosas entrevistas formales o informales, bien con informantes investidos de una autoridad institucional, bien con actores, digamos, «normales», como, por ejemplo, artistas o coleccionistas de cosas tan diversas como obras de arte contemporáneo o escudos de clubes de fútbol; el examen de una abundante documentación hecha con fines comerciales o de autopromoción, lo mismo recogida en formato papel que en Internet; el análisis de manuales de marketing del lujo, del turismo, del arte y de la cultura; y una etnografía de lugares en los que la formación de una economía del enriquecimiento podía captarse «en vivo» (como en Aubrac o en Arlés).

Las páginas que siguen son, pues, el resultado de una especie de artesanía que, en su día frecuente en las ciencias sociales, y más aún en antropología social o en historia que en sociología, ha caído hoy en descrédito, y ello a pesar de que ofrece grandes ventajas en términos de libertad y, sobre todo, de flexibilidad en la realización de un proyecto que, al no estar sujeto a ningún compromiso con instancias de financiación, puede redefinirse constantemente y reorientarse en función de los resultados obtenidos. Demasiado a menudo olvidamos que, al limitarnos a trabajar a partir de una gran cantidad de datos (big data), nos encontramos con un objeto ya construido socialmente y nos negamos la posibilidad de introducir a la vez la reflexividad de los actores y los cambios sociales que no han sido todavía objeto de una identificación taxonómica ni de un registro técnico e institucional.

La recopilación de materiales ha sido tanto más farragosa por cuanto lo que ha ido revelándose como el campo de nuestra investigación –es decir, por un lado, la formación de una economía del enriquecimiento; y, por el otro, el estado actual de las estructuras de la mercancía y de las competencias que permiten a los actores orientarse en ellas– no ha dado lugar hasta el momento, ni en un caso ni en el otro, a construcciones que permitan una comprensión global, en particular de orden estadístico. No existen centros de cálculo o de administración que recojan, concentren y den forma a datos sobre el conjunto de ámbitos que nos parece que deben tenerse en cuenta para captar rasgos a nuestro juicio esenciales de la actual evolución socioeconómica. Por ello nos hemos visto obligados a movernos por muchos terrenos, desde el arte contemporáneo hasta la industria del lujo, del patrimonio al turismo, etc. El estudio de cada uno de estos ámbitos podría profundizarse: en este sentido, cabe leer el libro como una invitación a trabajar en un nuevo campo de investigaciones. Esperamos, pues, que otros prosigan la tarea y puedan completar los resultados y desarrollar las hipótesis que aquí presentamos.

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Traducción de Juan de Sola.

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Enriquecimiento

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