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Una rentrée entre ruinas familiares
¿Qué sociedad podría alzarse si diéramos espacio y relevancia a nuevas formas de relación? ¿Qué mundo nos esperaría más allá de la familia? De Andrea Bajani a Daniel Saldaña París: un conjunto de títulos trata de vislumbrar algunas respuestas.
En Los nombres de mi padre, la nueva obra de Daniel Saldaña París, el autor pone en boca de uno de sus protagonistas las teorías marxistas que describen la familia como un constructo del capitalismo y reflexiona sobre la vigencia de esas ideas tras más de un siglo de haber sido planteadas. Lo hace partiendo de Friedrich Engels y su canónico ensayo El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), donde el filósofo desarrolló una de las más conocidas críticas a la institución familiar.
Desde una perspectiva materialista e histórica, la vinculó al origen de la economía y a las formas de organización social. Esto es: la familia no es una entidad natural ni eterna, sino que se trata más bien de una creación histórica. La familia, tal y como la conocemos (monogámica, sólida, nuclear) no tiene nada que ver con esos primeros estados primitivos con formas familiares comunitarias, y su estructura actual está totalmente ligada al desarrollo de la propiedad privada y el capitalismo.
Con el final del verano, llegan las noticias sobre las rupturas amorosas, divorcios y familias que, después de demasiado tiempo compartido, dejan de serlo. Puede que las vacaciones sean una suerte de reto para una institución basada en la economía y la propiedad: ¿qué ocurre cuando el verano pone en primer plano la escucha, la intimidad, los afectos y la necesidad imperiosa de ver al otro, de tenerlo en cuenta?
Sobre la familia y esta cuestión fundamental que acabamos de plantear se alinean algunas de las obras que vamos a lanzar en el inicio de este nuevo curso, casi como hilo temático o itinerario de lectura. Es el caso, por ejemplo, de Astillas, la crónica que firma Leslie Jamison sobre «el desastre de Chernóbil de su divorcio» poco después de tener una hija con su marido. Desde sus vivencias como «hija del divorcio» hasta las precarias conexiones que establece después del suyo propio, la autora se adentra en la complejidad de las relaciones modernas para transitar el fracaso amoroso y la búsqueda tenaz de una nueva identidad como mujer.
Desde otro ángulo lo enfoca Andrea Bajani en El aniversario, libro que le ha valido el Premio Strega 2025 y en el que se plantea si hay posibilidad y qué sucede cuando se rompen los lazos con la familia. En la novela, el protagonista afirma: «Hace diez años (…) vi a mis padres por última vez. Desde entonces he cambiado de teléfono, de casa, de continente, he levantado un muro inexpugnable, he puesto un océano de por medio. Han sido los diez mejores años de mi vida». Y aunque parezca un testimonio aterrador, está a la vez lleno de esperanza.
También lo hace Ocean Vuong, quien, en El emperador de Alegría, (en catalán bajo el título L'emperador d'Alegria) sigue explorando las vivencias de los márgenes, desde donde se generan vínculos improbables de enorme empatía que van más allá de la susodicha familia, como el que crean Hai, un chico de diecinueve años que es salvado de un suicidio por Grazina, una anciana atrapada en los laberintos de la memoria; o Mariana Enriquez, con Cómo desaparecer completamente y su descripción desesperanzada de una familia rota que vive también en los márgenes, en este caso los de una Argentina asolada por la crisis de principios de los 2000; o Ariana Harwicz en Matate, amor, el relato desgarrador que gira alrededor de una maternidad monstruosa; o Juan Tallón con Mil cosas y Olga Ravn con Mi trabajo, quienes exploran la imposibilidad de dedicarse a la familia y los cuidados en el ritmo diario del turbocapitalismo y las consecuencias que ello conlleva; o el ya citado Los nombres de mi padre, de Daniel Saldaña París, donde se explora el pasado familiar y cómo este define la arquitectura de nuestras vidas.
Basta con mirar de cerca a la familia para ver cómo se resquebraja, cómo se transforma, cómo, a veces, no se sostiene. Eso sí, entre sus ruinas florecen otros pactos posibles: vínculos elegidos, afectos inesperados y redes que no responden a la sangre. ¿Qué sociedad podría alzarse si diéramos espacio y relevancia a esas nuevas formas de relación? ¿Qué mundo nos esperaría más allá de la familia?