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La última perversión
Este 2025 publicamos Nosotros los malditos, de Pau Malvido, una serie de relatos-crónica aparecidos en su mayoría en la influyente revista Star. A modo de material extendido, compartimos con vosotros un reportaje del autor tomado de la revista Interviu, publicado originalmente en 1977, breve crónica de la llegada del punk a España.
Festival punk en Barcelona
LA ÚLTIMA PERVERSIÓN
Por Pau Malvido
Publicado en Interviu (nº 83), 1977
Los punk han llegado. Desde que el New York Times se ocupó de ellos, tan sólo hace unos meses, hasta ahora, la música punk ha logrado saltar por encima de prohibiciones y recelos: los Sex Pistols, pioneros londinenses, son famosos entre la juventud de todo el mundo. En París, Ámsterdam, Nueva York, Tokio y también en Madrid y Barcelona salen grupos punk por todos lados. Y la industria musical empieza a interesarse por ellos. Récords de ventas en USA. Punk, en inglés, significa andrajoso, pervertido. En castellano alguien lo ha traducido como «la moda de la basura».
Músicos muy jóvenes que se preocupan poco de la calidad técnica y musical de lo que hacen, pero gritan con mucha fuerza. Letras violentas que reflejan frustración y rabia. Ropas voluntariamente feas y estridentes, imperdibles y collares de perro, pelo corto y teñido. ¿De dónde salen? De los suburbios. Morfi Grei —«ponlo todo con i latina, que se vea que somos de aquí», me dice— tiene dieciocho años, trabaja en una fábrica de accesorios, vive en Cornellá (en el conflictivo y proletario Bajo Llobregat, a pocos kilómetros de Barcelona) y es el cantante y líder de su grupo, La Banda Trapera del Río. A ratos canta en catalán: «Dona, deixa la cuina i vine amb mi a follar» («Mujer, deja la cocina y vente conmigo a joder»).
—¿Qué significa para vosotros la violencia?
—¿Te gusta la sopa?
La rueda de prensa fue imposible. A cada pregunta, los músicos punk respondían con otra. «Vosotros, los periodistas, lo liais todo.» Cada cual se fue por su lado y el festival continuó. Poco rato antes, la puerta de cristal del antiguo casino La Alianza, de Pueblo Nuevo (Barcelona), saltó hecha pedazos y una masa de jóvenes entraban a todo correr en el recinto. En el escenario Ramoncín y su grupo WC gritaban: «¡¡¡Come mi mierda, mira mis ojos!!!». Pero unas impenetrables gafas negras escondían sus miradas. ¿Se reían del público fascinado?
Sexo, violencia y también vida cotidiana salen a raudales de sus voces y de guitarras malsonantes. «No tenemos plata para comprar equipo, tío.»
El personal asistente no sabe si ofenderse, ponerse a gritar y a bailar o largarse. Un enardecido se aventura a subir al escenario. Cuelga su chaqueta del micro y al retirarse tropieza con el cable y derriba el trípode. Inmediatamente, un «chaqueta negra» le arrea un par de puñetazos bien dirigidos. La cosa se calma y continúa el recital. En escena, Ramoncín se ha quitado ya las gafas y mira al público con ojos muy abiertos, culebreando y tocándose el sexo. Dedica una canción a los reclutas que están en Castillejos y canta chillando: «¡Marica de terciopelo, serás cadáver y apestarás!».
RAMONCÍN, EL DIVO DE VALLECAS
Ramoncín ha conseguido firmar un contrato con Ariola, sello discográfico orientado hacia productos «especiales». Es la «vedette» del festival. Los fotógrafos le miman. Sus músicos son más profesionales. Tiene tablas. Insulta al público, afloja, vuelve a provocar. Se hace el divo. «Yo me lo monto bien.» En Vallecas, su barrio, cada día acuden un centenar de devotos a verle ensayar.
La Policía llega tarde. La avalancha ya se ha consumado. Los organizadores quitan importancia al asunto. «Han entrado sólo unos pocos.» El local, capacitado para algo más de mil personas, está a tope. Casi dos mil. El suelo de madera de la platea vibra al ritmo de los saltos. La mitad del público está bailando acaloradamente. La otra mitad deambula por los palcos o se sienta en el anfiteatro a mirar y a descansar. Sólo un 20 por 100 ofrecen aspecto punk. El resto son jóvenes de cabellera larga, al «viejo» estilo. Artistas, músicos, periodistas, «progres», curiosos.
«Ponte las gafas, ríete de ellos, méate en la acera», insiste Ramoncín. El Panocha, cantante de Marxa, grupo de Martorell, también en la cuenca industrial del Llobregat, me dice que eso de punk es igual. Que no hace falta clasificar. «Nosotros tocamos rock marchoso y se acabó.» Todos eluden definirse respecto al punk. «Ese nombre tiene gancho y lo utilizamos para hacernos notar», me dice inocentemente otro punk de dieciséis años. «Porque estamos hartos de ser manipulados y de que no nos hagan caso a los jóvenes de los barrios.»
Cuando salen a escena, me asombro de la transmutación. El chaval de dieciséis años ingenuo y sincero toca furiosamente la guitarra baja, mientras el cantante, de dieciocho años, operador ti de IBM, según me ha dicho, vecino de la parte alta del Guinardó, justo al lado de las barracas del Carmelo, entona frenéticamente su eslogan: «¡Grita, escupe, vomita!». El público se pone nervioso, ya llevamos más de tres horas de música «dura». José Antonio «Gay» se mete cada vez más directamente con el público. Canta: «¡Soy de clase obrera, yo pediría una carrera y vosotros la despreciáis!», y sigue con «Niños de papá, sois unos cerdos». Lo repite cuatro veces. Alguien, entre las primeras filas, le dice algo. El cantante de Peligro le desafía: «Si sabes lo que es música, sube aquí y toca». Ni corto ni perezoso, un joven de aspecto «hippioso» salta arriba y toca la armónica con ritmo. Una parte del público aplaude. Peligro acaban su actuación decepcionados. «Nosotros nos enrollamos mejor en los barrios. Esto está lleno de esnobs.»
LA MAFIA MUSICAL
Más tarde hablo tranquilamente con ellos. Son chavales alegres, directos, algo ingenuos. «Mira, aquí hay una mafia musical de rock fino. Unos cuantos grupos protegidos por Zeleste que se reparten las actuaciones y nada más.» Los demás punk coinciden en eso. No sólo critican el tinglado musical tradicional. Arremeten también contra Zeleste, el local que desde hace unos cuatro años ha estado promocionando a jóvenes «valores» de lo que se ha llamado «rock catalá», una música bastante elaborada que ha logrado un nivel de calidad considerable, integrando elementos folklóricos y populares de Catalunya y de otras latitudes (ritmo tropical). «Todo eso es muy de intelectual y también es nostalgia. Nosotros utilizamos el ritmo más sencillo y trepidante para decir cosas sencillas y duras que vemos cada día.»
El jaleo continúa adentro. Otra pelea en el escenario. Nada importante. Mortimer lanza bolsas de harina al auditorio, ya más vacío. Quedan los más jóvenes y los más punk, bailando sin cesar. En el bar se van aglomerando los que ya no pueden más. Surge la polémica. Una revista de tendencia anarquista había lanzado poco tiempo antes del festival la acusación: Punk = fascismo. «En sí, el punk no es nada importante: es un fenómeno urbano más, como la Maria de las Ramblas.» (Una prostituta que se mete con todo el mundo lanzando una mezcla de insultos, incoherencias y verdades como puños, conocida ya por los transeúntes del lugar.) «Pero los medios de comunicación empiezan a exportar punk. Entonces no es más que una mercancía... una mitificación de los marginados.»
Otras opiniones sostienen que el punk, aunque sea una etiqueta de moda, responde a una necesidad real de expresión de los jóvenes que se sienten frustrados y olvidados. Jóvenes que viven en una coyuntura de crisis, tiempos duros en los que ya no hay hippies, en los que la música sólo sirve para atraer a la juventud a discotecas caras y a mítines políticos. «Estos chavales que ahora tienen dieciséis años tenían sólo seis cuando los Beatles estaban en su apogeo. Los hippies y los estudiantes politizados de mayo del 68 son sus “abuelos”. Quedan muy lejos.» Así me habla un «viejo» militante izquierdista de veintisiete años. «Ellos buscan otra cosa. Buscan “su” rollo.»
¿TODO ES CUENTO?
Mientras tanto, los músicos que ya han actuado posan para los fotógrafos. Adoptan poses agresivas o lascivas y se ríen. «Oye, ¿y esto dónde saldrá publicado, eh?» Un individuo disfrazadísimo «punk-gay-sádico» realiza su propia actuación haciendo ver que flagela con un larguísimo látigo a una chica muy joven. Un joven melenudo se lo toma en serio. «No caigas en la trampa del machismo», mientras empuja al «sádico» hacia un lado e intenta ayudar a la chica a levantarse. Pero la chica corre al lado del flagelador y se abraza a él. Todo era cuento. El honrado melenudo se queda desconcertado, arrastrando su largo abrigo por los suelos y dando vueltas sobre sí mismo.
Tratados de cerca, los punk, al menos los punk de Barcelona y comarca, son jóvenes bastante normales, conscientes de que están jugando a una moda, pero que no reniegan de su música. «¿Qué quieres que hagamos? Nos ofrecen actuar en un festival punk. Vale. Nos hacen unas pruebas y nos seleccionan. Y tocamos. Es una oportunidad. Nunca podemos tocar a gusto. Sólo en algún teatrillo del barrio y poca cosa más. Trabajamos duro para poder comprar guitarras malas de segunda mano.» La organización del festival ha corrido a cargo de una revista, tras la cual se halla Gay and Company, la empresa que ha traído a los viejos ídolos del rock: Santana, Rolling Stones, Traffic, Zappa, etcétera. Un buen negocio. ¿Olfatean en el punk ibérico un asunto de envergadura? ¿O simplemente se permiten correr una pequeña aventura curiosa? El tiempo lo dirá. La selección de los grupos para este festival fue un tanto curiosa. Hubo quien fue descartado por negarse a cortarse el pelo y la barba. No cuadraba con la imagen a dar.
Un personaje de la nueva ola «autogestionaria» habló con los punk de la posibilidad de montar cooperativas de músicos, intercambios de actuaciones de un barrio a otro, etcétera. Algunos lo vieron con buenos ojos. Otros, y en especial el más «situado», el Ramoncín, decía: «¿Montarse otra mafia para nosotros? No, tío, eso es demasiao curro. Yo voy a montármelo bien y no a currar como un loco». El mito de la vida fácil de los ídolos actúa poderosamente. Y aunque no sea la vida fácil de los ídolos, al menos la vida fácil, aunque misera, del artista. Poder hacer cualquier cosa, poder dejar de trabajar en oficinas o fábricas, aunque sea comiendo poco. Lo cierto es que ya ahora los punk ibéricos demuestran una facilidad de conducta impensable hace algunos años. Se besan, se tocan, se tiran a descansar por el suelo, hablan con facilidad, no parecen tener demasiados complejos, parecen estar a gusto haciendo lo que hacen, reaccionan con viveza y al instante. Sobre todo cuando no tienen a los fotógrafos delante. Tienen muy poco que ver con la imagen del hippy indolente y silencioso, o con la imagen del estudiante de cabeza cargada de ideas.
En medio del caos de la rueda de prensa, cuando los periodistas ya no sabían qué preguntar y los músicos empezaban a impacientarse y a provocar el desconcierto, se levantó Morfi Grei como lanzado por una catapulta. «¿Sabéis aquellos que van con el pelo bien peinado, los pantalones ajustados y el peine en el bolsillo trasero? ¿No os gustan, verdad?» Dio un fuerte puñetazo en la mesa y añadió gritando: «Pues allí donde están ellos es donde nosotros queremos actuar».