24/08/2021
Empieza a leer 'Extraños' de Rebecca Tamás


Niño, sé extraño, oscuro, verdadero, impuro y disonante. Mantén viva nuestra llama.
DAVID RUDKIN, Penda’s Fen

 

1. De la sandía


Cuando Adán araba y Eva tejía, ¿quién era entonces el caballero?
JOHN BALL, uno de los líderes de la Revuelta de los Campesinos (Inglaterra, 1381)


A primeros de abril de 1649, un grupo de disidentes políticos que se hacían llamar los «Verdaderos Niveladores» (para distinguirse de los «Niveladores» a secas, un grupo alternativo y no tan radical), fundó una colonia en St. George’s Hill, cerca de Cobham, en Surrey. Allí comenzaron a cultivar y sembrar los campos con «pastinacas y safanorias y fréjol» y a poner en práctica, en su misma esencia, una de las ideas centrales del movimiento: la de la tierra como «erario común, sin acepción de personas». Los apodaron «los Cavadores» y con ese mote han pasado a la posteridad.

Cuando los Cavadores emprendieron el cultivo de aquella tierra comunal, en 1649, habían pasado siete años desde el comienzo de la guerra civil inglesa y dos meses desde la decapitación del rey, Carlos I. Eran tiempos turbulentos, revolucionarios. Apenas dos años antes, en los debates de Putney, la plebe y la nobleza habían llegado a plantear propuestas tan peregrinas como la representación política o el sufragio universal. La escisión del país, que se encontraba entonces completamente dividido, no era solo política sino también religiosa. Cada facción cargaba con la inmensa responsabilidad de llevar a cabo los planes que Dios había trazado para Inglaterra, y eran muchos los que soñaban con instituir en la tierra el reino de justicia absoluta que daría lugar al segundo advenimiento.

Como explica el historiador Daniel Johnson:

Los Cavadores cultivaban las dehesas y los yermos de Inglaterra de forma colectiva y desvincularon su labor del comercio, despojando así las relaciones sociales de su valor mercantil e instituyendo una nueva relación con la tierra. El experimento se saldó con tan buenos resultados que las gentes del campo se negaron a continuar trabajando a jornal y se afanaron en crear asociaciones libres entre mancomunidades, de corte comunista, tanto en Inglaterra como en el resto del mundo. Al «laborar la tierra unidos y en derechura», los Verdaderos Niveladores se proponían «librar a la creación del yugo de la propiedad civil que la tiene sometida».

Los Cavadores aprovecharon la oportunidad que les brindaban aquellos tiempos tumultuosos para establecer una suerte de protocomunismo cristiano que habría de poner fin al trabajo asalariado, la jerarquía de clases, la desigualdad económica, la propiedad privada, la hegemonía de los terratenientes y el cercamiento de las tierras comunales, que había dejado a buena parte del campesinado en la indigencia. Para lograrlo era preciso implantar el cultivo comunitario de la tierra, que enmendaría a un tiempo la explotación de la tierra y la de la humanidad. En The True Levellers Standard Advanced, publicado en abril de 1649, Winstanley exponía muchas de estas ideas:

Rompe al punto las cadenas de la propiedad particular, repudia el crimen, la tiranía y el robo que deriva de la compraventa de tierras, las posesiones de los terratenientes y el pago de las rentas, y consiente libremente en hacer de la tierra un erario común sin mácula [...] para que todos puedan gozar del beneficio de su creación.
[...] Tu madre es la tierra, que nos ha engendrado a todos y, como buena madre que es, ama a todas sus criaturas por igual. No impidas pues que la madre tierra amamante a su prole, no la cerques ni la pongas en manos de particulares. No mantengas en pie, con tu sudor, las malditas cercas que te esclavizan.
[...] La propiedad y el interés particular dividen a las gentes de una misma tierra y del mundo entero, y por doquier son motivo de guerras, disputas y derramamientos de sangre.

Con aquel revolucionario sistema de cooperación, los Cavadores se proponían instaurar una nueva forma de vida basada en la comunidad de lo humano y lo no humano: su visión era la de una sociedad radicalmente comunitaria y centrada en la tierra, más de doscientos años antes de que Marx y Engels publicaran su Manifiesto comunista.

Los Cavadores no apoyaban el sufragio femenino, pero para los tiempos que corrían eran sorprendentemente innovadores en materia de igualdad de géneros, clases y rangos. En La ley de la libertad, Winstanley escribe:

Cada hombre y cada mujer tendrá la libertad de contraer matrimonio con quien ame [...] y ni la cuna ni la dote podrán impedir su unión, pues la humanidad entera comparte la misma sangre; en lo que atañe a la dote, esta aguardará a cada hombre y cada mujer en los almacenes comunitarios.
Si un hombre yace con una doncella y engendra un hijo, se unirá a ella en matrimonio.

Por lúcidos y adelantados que fueran sus ideales, los Cavadores no pudieron cultivar la tierra comunal de St. George Hill más que cuatro meses. Los expulsaron de allí los militares y los terratenientes y dirigentes locales, que no comulgaban con tan radicales iniciativas. Se trasladaron entonces a Little Heath, pero después de enfrentarse a un sinfín de pleitos y acusaciones de desorden público, invasión de la propiedad privada, asamblea ilegal y construcción ilícita de viviendas, los Cavadores abandonaron aquel segundo asentamiento en el verano de 1650. A pesar de la corta vida de su empresa y el revuelo que causaron muchos otros grupos revolucionarios de la época, se conserva de ellos un vivo recuerdo. Cada año se celebra en Wigan una «fiesta de los Cavadores» y los colectivos de izquierdas los tienen aún en mucha estima: el nombre de Winstanley figura en el obelisco de Lenin, erigido en 1918 en honor de los «grandes pensadores revolucionarios». Su corriente de pensamiento ha tenido continuidad en el ecologismo y las políticas verdes, entre cuyos militantes los Cavadores son hoy más populares que nunca. ¿Por qué?

Winstanley, que había fundado el movimiento de los Cavadores inspirado por una voz «divina», consideraba que Inglaterra era un país condenado. La caída se remontaba a la invasión de 1066 y el comienzo del «yugo normando», cuando la desigualdad se había adueñado del país. Como explica el escritor y erudito Ed Simon:

Winstanley entendía las tierras comunales como un derecho inglés fundamental que había sido violado al desarrollar sistemas de privatización que cercaban y dividían campos que antaño habían sido colectivos y ahora pertenecían a particulares y familias de la aristocracia. Estas medidas habían provocado, desde finales del siglo XV, un aumento paulatino de la desigualdad, que a menudo impedía a los pobres sin tierra acceder a los campos para apacentar a sus reses. La política de los Cavadores tenía un evidente cariz ecologista; Winstanley afirmaba, de hecho, que «la auténtica libertad se halla donde el hombre encuentra su alimento y su resguardo, que es en el uso de la tierra».

Sin embargo, la mera idea de restablecer en el país el régimen de igualdad «prenormando» no satisfacía por entero a Winstanley, que se proponía devolver Inglaterra a su estado de devoción y pureza previo a «la Caída». Como escribía al comandante Fairfax y su consejo de guerra en una carta de junio de 1649:

La reforma que Inglaterra debe hoy acometer no puede limitarse a liberar el país del yugo normando y devolvernos las leyes que nos gobernaban antes de que llegara Guillermo el Conquistador [...] sino [...] que debe hacerlo de acuerdo con la palabra de Dios, que es la misma ley de la justicia anterior a la Caída.

A juicio de Winstanley, ese estado solo podría alcanzarse cuando hombres y mujeres fueran libres de usar la tierra y sus recursos de forma igualitaria, sin someterse a ningún monarca o terrateniente. En Fire in the Bush, de 1650, escribe:

Mientras la tierra esté vallada y en manos de particulares y esa propiedad se defienda con la espada [...] la creación entera vivirá esclavizada.

Sabemos que la situación climática es alarmante debido a las emisiones de carbono, y sabemos que la biodiversidad, los hábitats no humanos y nuestra supervivencia se hallan en grave peligro. Sabemos además que la sociedad occidental perpetúa la desigualdad y la explotación y que, en el Reino Unido, la brecha entre ricos y pobres se ensancha por momentos. Pero salta a la vista que ambas formas de concienciación son, de hecho, una y la misma. El capitalismo occidental, sucesor del protocapitalismo de la era de los Cavadores, con sus tierras cercadas y sus desigualdades salariales, es la causa oculta detrás de cada incendio forestal, de cada ola de calor, de cada especie extinguida. Por eso se proyecta aún sobre nuestras discusiones políticas y medioambientales la sombra de los Cavadores, débil eco del mundo que pudo haber sido y que tal vez aún podría ser. Si algo nos enseñan los Cavadores es que no hay tantos problemas concomitantes que sopesar si uno piensa en la crueldad voraz de la crisis ecológica capitalista, en la destrucción de los ecosistemas del tercer mundo causada por las emisiones de Occidente, en la incapacidad de los gobiernos para tomar medidas efectivas, en el auge del fascismo, en la ignorancia de la realidad no humana y el derecho de lo no humano a existir, en las migraciones forzadas por las sequías y el aumento de las temperaturas, en la desaparición de las especies. Hay un tema que, a mi entender, abarca y refleja todas estas preocupaciones: la igualdad.


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Traducción de Álex Gibert.

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