19/05/2022
Empieza a leer 'El Prado inadvertido' de Estrella de Diego

 

A MODO DE PRESENTACIÓN Y AGRADECIMIENTO

Este libro tiene su origen en un seminario del Museo del Prado, impartido el año 2015, tras una invitación de su director entonces, mi querido Miguel Zugaza, el primer lector de este manuscrito, además. Iba a tener un sabático, como es costumbre en la Universidad Complutense de Madrid tras veinticinco años de servicio. ¿Por qué no dedicar el sabático a hacer una revisión del museo a partir de las miradas que me interesaban – género, decolonial, posestructuralista– e impartir un seminario en el museo? Acepté la invitación y el reto sin dudarlo un instante: al fin y al cabo, el Prado era desde la infancia el museo de mi vida. Parecía la mejor manera de pasar aquellos meses sin obligaciones docentes regladas. El seminario requeriría de muchas visitas a las salas y largas mañanas en la biblioteca del museo.

A partir de ese momento empecé a preparar el seminario junto con Mari Cruz de Carlos, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid y directora entonces del Centro de Estudios. Con ella aprendí tantísimo durante los meses de preparación y compartí las sesiones del seminario en unos intercambios que fueron, para mí al menos, muy fructíferos. Mis gracias más entusiastas, pues, a ella. De hecho, aquellas sesiones se convirtieron en un lugar privilegiado para la discusión y la reciprocidad con unos participantes sagaces, en algunos casos parte de la plantilla del Prado, que se acercaban a las diferentes sesiones en el aula o en las propias salas. No quisiera olvidarme de nadie, por eso no nombro a las personas de forma pormenorizada, pero quisiera recordar al artista Álvaro Perdices, con quien tuvimos ocasión de compartir el seminario entero y el entusiasmo por el retrato de El Cid, que luego él expondría en su proyecto con motivo de la celebración del Orgullo Gay en Madrid, cocomisariado con Carlos Navarro, conservador de pintura del XIX en el museo. A lo largo del curso repasamos a los inadvertidos en el Prado: pintoras, afrodescendientes, diferentes, exclusiones, bodegones, el siglo XIX...

El año 2017 repetimos la experiencia, cambiando, claro está, el contenido del seminario, implicando en las dos ocasiones a departamentos menos conocidos del Prado, parte de esas traseras del museo que trabajan en la sombra, lugares menos transitados: la fotografía en el gabinete de estampas, el taller de restauración... En este segundo seminario a la invitación de Miguel Zugaza se sumaba la de Miguel Falomir, actual director del museo y entonces su director adjunto, sustituyendo a Gabriele Finaldi, con quien compartí los comentarios preliminares del curso antes de su partida hacia Londres. Por estas invitaciones reiteradas, el libro está dedicado a Miguel Zugaza y Miguel Falomir.

La segunda experiencia – creo que para todos– fue otra vez apasionante, a pesar de echar de menos a la profesora De Carlos, que había vuelto a sus tareas universitarias. También se acercaban a las sesiones personas del museo, colegas de la universidad o del Consejo Superior de Investigaciones Científicas... Un verdadero seminario. Algunas de las sesiones en cada uno de los casos fueron impartidas por diferentes especialistas – Luis Pérez Oramas, Serge Gruzinski, Manuela Mena, Javier Portús, José Manuel Matilla, Enrique Quintana, Peter Sacks...–, a los cuales, igual que a los participantes y a los colegas que nos acompañaron, me gustaría agradecer tan intenso intercambio y años de amistad intelectual en muchos casos. El destino quiso que la última sesión del segundo seminario, que iba a estar impartida por Miguel Zugaza, coincidiera en el tiempo con el día mismo en que dejaba el museo y volvía a Bilbao, y aquella tarde en la cual estuvo también presente Miguel Falomir, mientras el coche esperaba a Zugaza para volver a casa, hice la promesa pública de que ambos seminarios se convertirían en un libro que estaría dedicado a los dos directores del museo.

Solo bastantes años más tarde he podido cumplir la promesa. Han sido, además, años intensos en mi vida: cuando estaba a punto de empezar a escribir el texto prometido, se inundó mi casa, llevándose el agua libros y enseres por delante, una especie de borrón y cuenta nueva que se extendió durante meses, tal era la envergadura del problema. Recuerdo que el día que me encontré con la devastación ante los ojos, cerré la puerta y me fui al Prado. Aquel paseo fue consuelo para la hecatombe que asolaba mi pequeño mundo. Aunque toda aquella agua me llenó de un extraño deseo de libertad, de despojamiento, y pensé muy seriamente en mudarme a Los Ángeles – doy las gracias a Maite Zubiaurre / Filomena Cruz y su El muro que da por una amistad generosa. Cuando le comenté la posibilidad a mi padre, con noventa y siete años, su respuesta fue fantástica: «Cuándo nos vamos.»

Nunca nos fuimos. Nunca me fui. Al poco tiempo, mi madre, la primera mano que me guió en el Prado, nos dejó y se llevó con ella su sensatez y su ironía. Al cabo de poco más de un año, nos dejaba mi padre y nos quedamos sin su sentido del humor y su inteligencia. Ahora sí que estaba a la intemperie, y el Prado se volvió un lugar donde dialogar con los fantasmas pasados y recientes que me sorprendían en las visitas: Gombrich, Borges, Foucault, Ángel González, Paco Calvo, Antonio Bonet, Jonathan Brown...; mi madre y mi padre, sobre todo ellos, y esa sensación de desamparo que, cuando se van los padres, nos coloca a los seres humanos en una curiosa orfandad a destiempo.

En todo caso, y pese a las visitas frecuentes al Prado, tantos acontecimientos me hicieron olvidar el proyecto del libro, dejarlo a un lado, quizás para no enfrentarme con las despedidas y los huecos. Por este motivo quiero agradecer su insistencia sobre la necesidad de escribirlo – y no solo por su amistad y su lectura cuidadosa y crítica– a Luis Martín Estudillo. Fue, de hecho, él quien me invitó a dar mi primera conferencia pública sobre el tema para los patronos del Museo de la Universidad de Iowa – que guarda el bellísimo mural de Pollock–, donde estaba dictando una serie de conferencias con motivo de la distinción con la Ida Cordelia Beam Distinguished Professorship en 2017-2018. A Luis las gracias por las complicidades. Creo que sin sus recordatorios el libro nunca se habría puesto en marcha.

De manera que me puse a la tarea pero, al poco de iniciar la escritura, estalló la pandemia y, de un día para otro, cambiaron nuestras vidas, se cerró el museo e ir al Prado se convirtió en una hazaña tan imposible como mudarse a Los Ángeles. Había ido y venido mucho en mi vida y ahora tocaba quedarse ante la ventana frente a la mesa de escribir y despojarse, contar una especie de relato desde la memoria; hablar del presente como quien habla del pasado, porque de un plumazo el presente parecía muy lejano en esta distopía vírica – aún hoy parece suspendido, al menos a mí.

Sea como fuere, este no es un libro sobre la pandemia – que estamos ya todos cansados del tema–. Es, más bien, un libro al cual la pandemia sorprendió en medio de la escritura, igual que le sorprendió la reapertura y los cambios que la acompañaron. Es, por lo tanto, un texto que habla de las pérdidas y las ganancias – emocionales y materiales– que han ocurrido para todos en estos casi dos años; que ha tomado forma de ensayo salpicado de recuerdos asociados al Prado – compartidos, seguro, por los que hayan pasado la infancia en Madrid– y a las visitas a otros museos, que reenvían a los lazos de amistad en todas esas ciudades que se han quedado un poco suspendidas en el tiempo que fue el de los viajeros frecuentes. Es un libro sobre las tachaduras, las borraduras, las traseras, las capas, los huecos, los que quedan fuera del relato, los trasplantes y los reencuentros cuando el museo volvió a abrir.

 

* * *

El Prado inadvertido

Descubre más de El Prado inadvertido de Estrella de Diego aquí.


COMPARTE EN: