08/03/2024
Empieza a leer 'DumDum, estudio de grabación' de Justo Navarro

 

¿Quiere usted ser invisible?

Le passé ne peut être que reconstruit
par l’imagination.
(El pasado solo puede ser reconstruido
por la imaginación.)

The future will be better tomorrow.
(El futuro será mejor mañana.)

He fled, not from his past, but to escape his future.
(Huía, no de su pasado, sino para escapar del futuro.)

The past is now part of my future
The present is well out of hand.
(El pasado es ahora parte de mi futuro,
el presente está fuera de mi alcance.)

Dass es so weiter geht, ist die Katastrophe.
(La catástrofe es que las cosas sigan como son.)

 

HABLA ANTONIO VIGO (1)

1

 

Allí estaba aquella señora, no sé cuántos años tendría, treinta, cincuenta, veinte o sesenta, tez inalterable, amoldable a cualquier luz, biomaquillaje idéntico al mío, de mi misma piel, pieles cultivadas quizá en el mismo laboratorio. ¿Qué llevaba en la mano derecha, cerrada siempre? Abrió la mano: una placa discoidal. Departamento de Armonización, dijo. ¿Era aquel disco de carburo de silicio la credencial que la identificaba como armonizadora? Era la primera vez que me visitaba un miembro del Departamento de Armonización, si existía tal departamento.

Se hablaba de Armonización, pero también se hablaba de la policía y nadie había visto nunca a un policía. La miré, pocas veces se ve a un ser al que creíamos inexistente, policía o algo por el estilo, y confirmé que aquella piel perfecta era de la misma marca registrada que la mía. La armonizadora podía ser mi hermana. Como yo, aquella mujer envidiaba, o eso me pareció, por muy armonizadora que fuera, a las máquinas que solo se comunican con seres humanos y con otras máquinas a través de circuitos electrónicos. ¿Tan grave era la desarmonía que debía armonizar la armonizadora para que prescindiera de las vías electrónicas habituales y se expusiera a tener contacto cara a cara con un extraño? ¿La habían elegido para que se ocupara de mi caso porque constaba en los archivos que usábamos la misma marca de piel?

Fui al Kontakte Dance Club a buscar a la farmacóloga, no muy lejos de la catedral y las antiguas pescaderías, no muy lejos de mi estudio-laboratorio de grabación y remezcla. La farmacóloga no estaba en el Kontakte, pero no podía tardar, porque nos veíamos en el Kontakte todos los jueves a las dos. Era jueves y eran las dos. La armonizadora me había visitado una hora antes de las dos, quizá con la intención de que inmediatamente le transmitiera sus noticias a mi socia, aunque nadie supiera que la farmacóloga era mi socia.

Esperé, bebiendo agua embotellada no sé dónde, oyendo ritmos electrónicos y motores de filtros de ventilación que no se fabricaban desde hacía cincuenta años. El Kontakte estaba cerrado, no abría hasta las siete de la tarde, pero se suponía que yo era copropietario del Kontakte. Estaban encendidas a las dos todas las luces que se apagan a las siete, y el Kontakte parecía una cámara frigorífica helada a pesar de que la temperatura era de dieciséis grados. Las máquinas lo habían limpiado a fondo y todavía olía a transpiraciones, glutaraldehído y ácido peracético. Sin las tinieblas fulgurantes de la hora del baile el espacio se contraía hasta alcanzar las dimensiones de un depósito de productos químicos: planchas de acero, cemento hidráulico, un callejón sin salida. Hacía frío. Yo bebía agua. ¿Qué iba a contarle a la farmacóloga? El Departamento de Armonización ha visitado mi estudio.

Se habían producido lo que se llamaban apagamientos elegidos, personas que elegían apagarse tirándose por una ventana bajo el influjo del espíritu de la invisibilidad, eso me dijo la armonizadora, y yo entendí que hablaba de la droga de la invisibilidad.
¿Conocía yo algún caso?, preguntó la armonizadora.
Contesté que no. La armonizadora se levantó y se fue. Y yo entendí: Volveré, acuérdate de mí.

Varias de las personas apagadas por decisión propia habían pasado por el DumDum, mi estudio de grabación y remezcla, o eso decía la armonizadora, boca de taladro, broca girando para perforar, instrumental médico, fórceps y pinzas en acción decididas a escarbar y extraer lo que encontraran dentro de mi cabeza. La armonizadora hablaba como si dictara instrucciones a una máquina. Llevaba un impermeable transparente que olía a estireno. Debajo del impermeable la ropa era negra. Pelo rojo. Vestía igual que yo. Parecía tan impasible como la placa de carburo de silicio que guardaba en la mano. En cuanto se levantó de la silla y se fue, sentí que se había apagado la luz, aunque la luz seguía encendida.

¿Existía el espíritu de la invisibilidad, la droga de la invisibilidad, la invisibilidad?

La armonizadora me dio datos: autopsias, restos de nanobiosensores en el cerebro de las personas apagadas por elección propia, injertos cerebrales para bloquear los neurochips de localización, vigilancia y control sanitario implantados a toda criatura humana para protegerla en todo lugar y en todo momento.
Alguien está atentando contra la salud pública, dijo la armonizadora.
Dispositivos antivigilancia injertables, entendí, redes de chips clandestinos para quien quiera volver invisibles algunas zonas de sí mismo. Yo los uso, yo los instalo, yo los vendo, pensé, seguro de que la armonizadora no oía lo que yo estaba pensando.

Eran un derecho, no un deber, los neurochips de bienestar y salud, aunque se considerara un atentado contra la comunidad no comprarlos y mantenerlos activos, y se insertaran en los cerebros humanos antes de que la conciencia tuviera conciencia de ser conciencia.
Las personas apagadas por elección propia actuaban contra su propio bienestar al hacerse desaparecer a sí mismas, dije. Pero es lógico, si querían destruirse, que bloquearan sus neurochips de localización y control sanitario, dije también.
No, dijo la armonizadora, que quería demostrar que sabía mucho más de lo que me estaba contando.
Los bloqueadores de los centros cerebrales de localización y control sanitario habían dejado de ser operativos, sufrían un proceso de disolución irreversible, fagocitados por las defensas inmunitarias, se ha visto en las autopsias. Suponemos que los autoapagamientos responden a casos de desesperación bajo los influjos de un espíritu, de un fármaco, de un biochip, como quiera llamarlo, de una droga que produce un síndrome de abstinencia insuperable, dijo la armonizadora. Las personas que habían decidido apagarse se borraron a sí mismas porque no soportaban volver a sentirse bajo control sanitario.
Me lo imaginé: perder la invisibilidad, horror de ser transparente, necesidad de un escondite, de librarme de las miradas procedentes del exterior y del interior, vigilancia injertada, sensores, detectores, registradores intracraneales, dar un paso por fin, huir, tirarme por la ventana.
Estos autoapagamientos son el síntoma esencial de que el producto existe, dijo la armonizadora.
Hablábamos de autoapagamientos. La palabra suicidio es inmoral.

 

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DumDum, estudio de grabación

 

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