LECTURAS
Empieza a leer 'Las jefas' de Esther García Llovet
A Alberto G. Picazo
1
La luna está muy baja, grande, con mala cara. Amarilla. Una luna hundida entre hojas gordas como lenguas y lianas peludas y el hedor podrido de marjales marcianos, huesecillos, hongos, plumas de flamenco sudadas. Nenúfares. Grandes lotos de mantequilla flotan en el estanque y sobre la tierra blanda cuatro ratas de agua dulce mordisquean la carcasa pelada de algún animal, haciendo rodar el cráneo minúsculo y brillante.
Las ratas de pronto se detienen a la vez alertadas por un ruido.
Alzan el hocico, la cabeza, las patas.
Desaparecen de golpe entre los pliegues lacios de un ficus gigante.
El Primo también se detiene.
Algo se ha movido entre la maleza unos metros más adelante. Hay gente ahí, lo ve. No alguien: gente, gente como en la calle. Avanza unos pasos a tientas. Empieza a distinguir varias siluetas en la penumbra: seis; no, siete hombres ahí, completamente inmóviles y en silencio. Están formando un círculo, las caras muy blancas y los ojos muy negros. Están mirando algo en medio del claro del bosque. El Primo se acerca con cuidado, agachándose por si acaso. Los hombres aparecen y desaparecen muy despacio o se esconden deprisa detrás de los árboles.
Silencio.
El Primo se acerca a cuatro patas hacia uno de los hombres, que se vuelve hacia él, le hace un gesto para que no haga ruido.
El Primo se esconde junto al tipo y mira también. En medio del claro del bosque hay un niño. Un niño de unos dos años, en bermudas, muy rubio, muy quemado por el sol. Está solo, habla solo junto a un árbol caído. Lleva el pelo demasiado largo y crespo, un pelo de profeta.
–¿Dónde estáis? –canturrea.
Levanta los brazos, empieza a girar en círculos, todos se agachan a la vez.
–¿Quién hay ahí?
Agarrada entre las manos sujeta una pistola.
***
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