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Raymond Carver, padre del realismo sucio
Este 2026 se cumplen cincuenta años de la publicación original de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, de Raymond Carver, que en enero publicaremos en nuestra Biblioteca Raymond Carver. Así, recuperamos también este artículo de Mariano Antolín Rato (autor y traductor de la casa), una reseña tanto de la figura del autor como de esta colección de relatos tan especial, la primera que Carver publicó.
El Urogallo, 1988
Libro del mes
Raymond Carver: padre del realismo sucio
Por Mariano Antolín Rato
El pasado 2 de agosto —de 1988— moría Raymond Carver. Tenía casi cincuenta años y nunca consiguió terminar una novela: «Quiero escribir una novela más de lo que quiero hacer otra cosa», declaraba en 1985 el propio Carver, «un hombre de paso cansino que parece llevar con fatiga su pe sado cuerpo; tan tímido que duda entre darte la espalda o estrecharte la mano; habla en voz muy baja y poco clara», según descripción de un periodista que le entrevistó en 1987, cuando ya era uno de los maestros reconocidos del relato corto norteamericano; había sido traducido a más de 20 idiomas; se le presentaba como el padre del llamado «realismo sucio»… y por fin carecía de los impedimentos —la falta de tiempo, sobre todo— que anteriormente no le permitieron centrarse en la escritura durante un período de tiempo sostenido y terminar una novela.
Porque la verdad es que Carver nunca tuvo fácil eso de la escritura. Su padre, que se pasó la vida de un lado para otro buscando empleo, era alcohólico y estaba en la ruina cuando su hijo, Raymond, a los dieciocho arios, se casa con Maryann, que tenía dieciséis y un hijo en camino.
Se inician entonces casi veinte años de trabajos ocasionales durante los cuales tanto Carver como su mujer deben asumir papeles que no se correspondían con su edad, que no sabían interpretar. Recorrieron varios estados de la Unión mientras él contaba con muy poco tiempo para escribir — llegó a hacerlo en el asiento delantero de su coche: el único sitio donde podía estar a solas. «Trabajaba en empleos miserables y criaba a mis hijos, así que comprendí que debía escribir cosas que pudiera terminar en poco tiempo», decía Carver de esos años en los que se dedica al relato breve y a los poemas.
En 1967 él trabajaba en una librería —se acababa de licenciar en Artes—, y su mujer, de camarera, y consigue una beca para la Universidad de Iowa. Allí conoce al novelista John Gardner, un escritor al que le molestaban los relatos que hacen que uno sepa que está leyendo un relato, que tiene delante una página; y cuya máxima era: «Si puedes contarlo en 15 palabras en vez de 20 o 30, cuéntalo en 15.» Ejercerá gran influencia sobre Carver en esa época en que «me debatía entre el alcohol y la sintaxis» — son sus palabras.
Entre el alcohol, en efecto, porque Carver bebía sin parar («supongo que empecé a beber mucho después de comprender que las cosas que yo más quería en la vida no iban a ocurrir»). Sus relaciones con su mujer se deterioran, y ésta, que no había conseguido graduarse hasta 1970 —a los doce años de casarse—, le abandona junto a sus hijos en 1977, cuando Carver afirma que «estaba fuera de control, casi como muerto.., destrozaba todo lo que tocaba».
Aunque el año anterior —1976—, su libro de relatos ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? tuvo bastante éxito de crítica, y moderados lectores, en los meses siguientes pasa más tiempo en el hospital que fuera. Recurre a Alcohólicos Anónimos. Llega a decir: «No me importa si ya no escribo más.» Y finalmente, el 2 de junio de 1977 —precisa Carver-- deja de beber para siempre. «Estoy más orgulloso de eso que de cualquier otra cosa de mi vida», dirá.
Por entonces conoce a la poetisa y también narradora Tess Gallagher, con la que terminará por casarse meses antes de su muerte.
A partir de ese libro, y sobre todo de 1981, fecha en que aparece su colección de relatos De qué hablamos cuando hablamos de amor («después de su publicación empecé a sentir una confianza que nunca había sentido», dice Carver), empieza a ser reconocido públicamente. Catedral, otro libro de relatos de 1983, lo consagra definitivamente como uno de los escritores que retoman la gran tradición norteamericana del relato breve — de hecho, nunca interrumpida: y si no piénsese en John Cheever, Paul Bowles o Truman Capote, por citar sólo tres maestros inmediatamente anteriores.
Total, que los libros de Carver se venden bien y son entusiásticamente recibidos por la crítica. Publica en las revistas más prestigiosas y donde mejor pagan. Recibe sustanciosas ayudas y becas. En fin, siguen apareciendo regularmente poesías y relatos suyos. Estos últimos —los publicados en revistas entre 1986 y 1988— se recogen en Elephant and other stories — en realidad, éste es el título de la edición inglesa, donde se han publicado aparte; en los Estados Unidos forman parte de una antología de sus relatos: Where I'm Calling From. Estos relatos —algunos como «Intimacy», «Menudo» o «Whoever Was Using This Bed», que podría ser el germen de una novela, son de los mejores de Carver— continúan en la línea de los de Catedral. Son más extensos, pues, que los recogidos en las dos primeras colecciones, aunque, como siempre, están habitados de ese modo furtivo tan característico de los personajes de Carver por norteamericanos sin dinero, fracasados. Esos pobres de la sociedad de consumo a los que algunos han llamado «el proletariado de la psique». Seres que ya no esperan nada y llevan unas vidas condicionadas, además de por la escasez de dinero, por la desesperanza, el infortunio. Acosados por toda una gama variada de problemas —personales lo más, pues para ellos el mundo queda reducido a las dimensiones del yo—, enlazan con la misma realidad percibida por unos lectores que han realizado una retirada forzosa a las relaciones personales como último terreno en el que se desarrolla la energía y la vulnerabilidad individual.
Y esto con un estilo elíptico, seco, donde se reducen al máximo tanto la descripción que prepara una escena como la interpretación de una acción que explique la acción, ofreciendo la «ilusión» de una historia sin autor en la que se describe lo «real» y donde el significado emerge directamente sin mediación. Hay que insistir en esa «ilusión», ese «real», porque habitual mente la crítica se ha centrado en los aspectos contenidistas de los relatos de Carver. Y, sin embargo, son sus estrategias narrativas, los casi imperceptibles cambios temporales, el entrelazamiento a partir del sentido y no de la cronología, algunos de los elementos fundamentales de la visión de Carver — aprendió de otro de sus maestros reconocidos, Hemingway, que uno no escribe, construye. También son elementos básicos de esos escritores a los que se suele llamar «minimalistas» en su país de origen, Estados Unidos, y «realistas sucios» en Europa — una etiqueta quizá más acertada que exacta. Es decir, Bobbie Ann Mason, Jayne Anne Phillips, Tobias Wolff o Richard Russo —por citar algunos ya publicados en España—, a los que hay que añadir a Richard Ford y Ann Beattie, todavía inéditos en castellano, que junto a Carver —considerado el padre de todos ellos— son los más brillantes y emotivos.
«La voz más genuina de la Norteamérica contemporánea» —llamó a estos escritores Bernard Malamud. «Representantes de la narrativa reaganiana»— es la acusación grave e infundada que se les hace, pues sólo lo son porque narran los años ochenta de unos seres de vidas marginales, silenciosa desesperación recogida fragmentariamente, cuyo triste escenario es un mundo en el que no quisieran vivir, pero donde no les queda más remedio que hacerlo.
Los relatos de Carver, llenos de matices y leves variaciones, desplazamientos imperceptibles, objetos cotidianos que nunca terminan por adquirir la brillantez pop, personajes que se conforman con poco aunque ansían mucho más, no admiten una lectura en diagonal, con prisas. Sólo conseguirán disfrutarlos —que es padecerlos, que es leer con el ánimo en suspenso— quienes estén dispuestos a poner entre paréntesis breves instantes de su vida y dejarse tragar por la página impresa. De ese modo se habitará intensamente el «universo Carver». Un mundo que la muerte impidió que se prolongara a lo largo de horas seguidas — Raymond Carver llevaba tiempo trabajando en una novela.
Digno ante la vulgaridad, y decente
¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?
Raymond Carver, Editorial Anagrama
Entre otras muchas cosas, claro, el año 1976 se publicó en Estados Unidos la colección de relatos Will you please be quiet, please? Su autor, Raymond Carver, que hasta entonces había publicado poemas y relatos breves en revistas especializadas de tirada limitada, era un alcohólico en pleno proceso de degradación física y psíquica. El libro llega a la final del National Book Award (más o menos, el equivalente norteamericano del Premio Nacional de Literatura). Meses después Carver deja de beber. Es profesor en varias universidades de su país. Publica dos libros de relatos más: De qué hablamos cuando hablamos de amor y Catedral. Se convierte en uno de los grandes maestros del relato norteamericano actual.
Con el título de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? se traduce ahora aquel conjunto de relatos de 1976 (los siguientes se han publicado, siempre por Anagrama, los dos últimos años, y en orden inverso a su aparición original). Son 22 relatos. Más de la mitad, muy buenos. Media docena, excepcionales. Dos o tres se encuentran entre lo mejor que publicó Carver (por ejemplo: «No soy tu marido», «Gordo», o el que da título al libro, aunque hay otros que les andan a la zaga). Y en todos ellos se percibe la atmósfera característica de Carver que produce un estado de ánimo en suspenso a partir de leves insinuaciones oblicuas, observaciones como de pasada pero muy inquietantes, mínimas variaciones de punto de vista. Algo que, como se ha seria lado, les confiere un aire de haiku japonés, esos breves poemas que exigen «concentración, intensidad de visión, sentimiento y elipsis», según uno de sus más grandes cultivadores, Matsuo Basho. Elementos éstos que contribuyen a hacer tan sólidos, y al tiempo tan intensamente volátiles, los relatos de Carver que tratan de dar cuenta de la condición de unos determinados sujetos norteamericanos —camareras, parados, oficinistas— que en este final de siglo ya no son de ninguna parte, sino fugitivos en un mundo invadido por la indecencia, el fracaso, el aburrimiento. A partir de un comienzo siempre sin adornos, pero efectivo («Mi matrimonio se acababa de venir abajo. Yo no encontraba trabajo. Tenía otra chica. Pero estaba fuera de la ciudad. Total, que estaba en un bar tomándome una cerveza y...», es el del relato «Escuela nocturna»), se muestra a tipos que se sienten solos y no saben qué hacer. Les parece que si no se hubieran casado estarían en cualquier otra parte, en un lugar silencioso y apacible. Y entre tanto su mujer no deja de mirarles con cara pálida y sin expresión. Y los niños hacen travesuras, mienten, tienen perros muy molestos. Las cosas van a cambiar, seguro. El lunes empezará desde cero, deciden sin motivo al encender un pitillo. Miran la televisión, les aburre, la apagan. Con los brazos debajo de la nuca clavan la mirada en la pared de en frente. Puede sonar entonces el teléfono. Al descolgarlo, nadie dice nada. Y los tipos están asustados. Y el miedo aumenta al oír unos pasos en el porche porque «uno nunca tiene el suficiente cuidado si está sin trabajo y le llegan notificaciones por correo o alguien se las mete por debajo de la puerta». Y encima, el hombre que no trabaja dispone de mucho tiempo, demasiado tiempo para pensar en sí mismo y sus problemas. Por ejemplo, en esa chica con la que ha ligado que no acostumbra a dejarse encandilar por hombres casados, pero se ha dejado y tiene la sensación de que todo se le va de las manos. «Por el amor de Dios, no te preocupes», les dice su mujer, que se sirve otra copa pensando que ha llegado la hora de hacer algo, de pensar con la cabeza por variar, pues no sabe por qué, pero nota que ha pasado algo crucial.
Así, caricaturescamente —no hay modo de resumir a Carver de modo elegante—, el lector recorre páginas llenas de nostalgia —«¿Qué hay de Alaska?»—; historias vistas por quien no las comprende —«¿Qué hace usted en San Francisco?»—; relatos como cajas chinas —«Gordo»—; relatos con toques autobiográficos —«Póngase usted en mi lugar»—; situaciones inquietantes —«Jerry, Molly y Sam»—.
En fin, junto con Catedral, el más despojado y tenue, más conciso e indirecto, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? es la mejor colección de relatos de Carver. O lo que es igual, el más perfecto compendio de cómo seguir siendo decente cuando todo empuja a lo contrario. Un libro excepcional.