23/09/2022
Kiko Amat: "Escribía en el kiosko de Sitges y escribía en la cadena de montaje de Seat"

Originalmente publicado en 2003, El día que me vaya no se lo diré a nadie supuso el debut de Kiko Amat y el descubrimiento de un talento enorme y de una escritura frenética y rabiosa, de esencia anglófila y extremadamente pop. A raíz de su recuperación dentro de la colección «Compactos», casi veinte años más tarde, le hemos preguntado al escritor de Sant Boi de Llobregat sobre cómo se enfrenta al proceso de revisión y sobre sus impresiones al regresar a una primera novela. Sigue la conversación:

¿Cómo decidiste empezar a escribir esta primera novela? ¿En qué circunstancias te encontrabas?

Me encontraba desempleado, por enésima vez, y recién regresado a España. No tengo estudios de ningún tipo y “I’m bad at everything”, que cantan Drug Church. Solo soy bueno en una cosa: contar historias / decir paridas (tachar lo que no proceda) y, a menudo, escribir sobre ellas cuando nadie me lo había pedido. De niño quería ser escritor, era lo que hacía bien y mi inclinación patente, pero mis orígenes chusmeros y falta de ejemplos locales (en mi pueblo no había artistas) me llevaron a olvidar la quimera. Nadie me alentó jamás a escribir, pero, contra todo pronóstico, seguí escribiendo. Escribía en el kiosko de Sitges y escribía en la cadena de montaje de Seat; nunca dejé de tomar notas y escribir todo el rato; era lo único que me daba placer. Lo único que hacía bien. Después de quince años de sueños defecados-encima y fracaso existencial estrepitoso decidí ponerme con una novela de una p*** vez. Era eso o empezar un killing spree legendario (volviendo el arma hacia mí en el último minuto).

¿Qué podemos encontrar aquí que se repita en el resto de tus libros? ¿Algo que se podría considerar germinal y que se ha ido desarrollando a lo largo de tu obra?

El aislamiento, la alienación y la incapacidad de conexión, sin victimismo ni buá-buá, aparecen en todas mis novelas, supongo que aquí fue la primera vez. Mi debut también tiene un final amargo que precede a los venideros. Y la combinación ciclotímica de humor grosero seguido de angustia existencial o pena profunda, que me encantaría decir que saqué del teatro isabelino, pero que en realidad es la consecución lógica de haber confesado sucesos lamentables en bares: tienes que hacerlo con comicidad y trepidación, aunque el origen de la historia sea traumante y luctuoso, en caso contrario pierdes a tu audiencia. Me gusta también que la novela nazca de un linaje subcultural y pop, completamente no-rancio y decididamente no Historia de la Literatura Española II. Y, a un nivel más genérico, supongo que la idea abstracta de la comprensibilidad y el entretenimiento, que aquí tomaban forma por primera vez.

¿Cómo ha sido el proceso de revisión de la novela? ¿Cómo ha afectado el paso del tiempo al texto? ¿Crees que sigue siendo vigente?

Es un texto de hace veinte años. La primera vez que lo releí, la tentación fue ponerme a mover muebles y tirar paredes, pero me contuve. Con la perspectiva de los años veo la obra como un primer disco punk de alguna banda que luego se “sofisticaría”, como Damned. Me gusta mucho “New Rose”, pero son los álbumes de los primeros ochenta -como Strawberries- donde realmente se ve el talento del grupo. Pero a la vez, no por ello te cargarías el “New rose”, que es un pepino. Mi debut tiene más energía y nervio y color que oficio o historia o trama, pero sus limitaciones son en cierto modo sus atractivos. Es un debut divertido, espartano, jubiloso (y oscuro a ratos), sencillo, crudo. No es aburrido, ni afectado, ni tibio, ni posmy, ni autoindulgente. También me gusta la parte del Mundo Paralelo, que rechaza el realismo costumbrista y pasa a ser otra cosa. Y luego hay una cosa que no sé si me gusta o simplemente me deja pasmado, que es que, por alguna razón que me cuesta entender ahora, la novela oscila alrededor del concepto de castidad (WTF).

¿Has pensado en alterar algunas partes del texto tras estas dos décadas? El hecho de publicarla ahora de nuevo, ¿te ha generado una nueva mirada sobre él, te ha creado la necesidad de cambiar algo en lo que no hubieras pensado en estos años?

Hay numerosos elementos que no me encantan de El día que me vaya… pero, como dicen los ingleses, el corazón está donde tiene que estar. Las dos cosas que no me llenan de gozo cuando lo releo son a) la justicia poética. Que Octavia se vengue de su jefe, que Julián venza a su hermano... son cosas cuya inclusión obedecía a un (comprensible) deseo del autor de reescribir su historia personal de mierda y colocarse en ella, al fin, en una posición victoriosa. En mi versión actual del libro, si de verdad queréis saberlo, Octavia no se vengaría de nadie, Julián follaría con Octavia y luego les iría fatal o no, y el hermano humillaría a Julián (no al revés). Pero esa sería otra novela, y no se trataba de eso. Y en cuanto al b) no me gusta nada que la trama se desarrolle en Barcelona, donde no se me ha perdido nada. Pero a la vez, como el emplazamiento geográfico no tiene la menor incidencia sobre la trama, nadie salió herido del asunto.

«Mi consejo para principiantes es: empieza robando y confía en que tu talento lo eleve y transforme desde ahí.» ¿A quién robaste más para hacer este libro? (alternativa: ¿a quién has robado más a lo largo de tu vida?)

Mucha de mi visión e inspiración, “estilo” si quieres llamarlo así, las voces narradoras de mis novelas, etcétera, surgen de la cultura oral de la que vengo, más que de novelas concretas de otra gente, por mucho que me gusten. A algunos críticos de bagaje bibliómano-académico les cuesta aceptar que uno pueda escribir cosas que no salen en libros pretéritos, pero puedo ofrecer garantías de que algo así sucede. Lo que quiero decir con esto es que he robado innumerables historias y folklore marginal o flipado o bizarro de mi pueblo, o de subcultura, o de las páginas de sucesos, pero, exceptuando El día que me vaya…, que comparte un parecido sospechoso con Un detective en Babilonia de Richard Brautigan, así como con el Billy Liar de Keith Waterhouse, no suelo robar ideas o historias de otros libros, pues no las sentiría suficientemente propias o cercanas como para sostener una narración prolongada. Lo que sí he robado a lo loco, porque soy autodidacta, son técnicas, herramientas, tropos, formas de puntuar… Al no haber ido jamás a una clase de creative writing, no dejaban ni dejan de sorprenderme las posibilidades infinitas de mi oficio. Los modos distintos de relatar algo.

¿Qué le dirías al Kiko que escribió esto hace 21 años?

No le diría nada, porque cualquier cosa que le dijese le imbuiría exceso de confianza y relajación, que son los asesinos de nuestro trabajo. Lo que yo hago se sostiene perpetuamente en la duda, la inseguridad, la necesidad (ridícula) de demostrarle algo al mundo, la posibilidad (vagamente excitante) de que se te haya agotado todo el talento en la última novela publicada y las premoniciones ominosas de que tu nueva novela se desmoronará en cualquier párrafo. Una de las gracias que tiene esto es mantenerse a flote cuando los elementos van en tu contra. Esa rara resiliencia explica que no todo el mundo escriba novelas (escribir bien es un 20% de la totalidad del oficio). 

En el prólogo dices: «Con esta novela aprendí lo que era la parte subconsciente de la escritura; lo que brotaba de ti cuando te despistabas y te dejabas ir.» Esta parte subconsciente ¿ha seguido apareciendo en tu obra?

Fijo. Trazarse un guión está muy bien, y sirve como brújula puntual durante el proceso de escritura, pero la parte genuinamente excitante de escribir, la que le produce a uno esa “euforia inefable”, que decía el viejo Nietzsche, es cuando aparece algo que no sabías que iba a aparecer. Es como una confesión de borracho, algo remarcable y digno de verse, porque uno (el autor) seguramente pensaba que iba a llevarse esa mierda a la tumba, como es el caso de la filo-cripto-anorexia del protagonista de El día que me vaya…, o algunas de las opiniones que deja caer Julián sobre su familia, que eran las mías pero sin que yo supiese (o me hubiese admitido a mí mismo aún) que lo eran. Ahora ya tengo identificados esos momentos subconscientes, que continúan manifestándose en cada una de mis novelas (y de hecho los espero con anticipación) pero la primera vez que me sucedió pegué un puto brinco de la silla.

¿Si no hubieras sido escritor, que serías?

Supongo que algo relacionado con la subcultura o el rock’n’roll. Mánager de un grupo o algo así (con lo cual me habría dado un fatal jamacuco de speed años atrás y ahora no estaría contestando esto). Quizás vendedor de discos en una tienda marginal. Tampoco tenía tantas opciones. Los pijos siempre pueden ser otra cosa, si falla lo de ser diseñador intentan ser actores, o fotógrafos, abren un bar, qué se yo. Viniendo del mundo del que vengo, siendo alguien como soy (no sé tocar instrumentos ni chutar balones, tampoco podría ser boxeador ni modelo de calzconcillos), mis opciones eran asaz limitadas. La apuesta de ponerme a escribir tenía un punto de desesperación final. Un poco “si esto no funciona me hundo en la mierda definitivamente”. No lo digo en plan dramático. Es así y punto.

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