01/05/2025
Empieza a leer '¿Y los hombres qué?' de Caitlin Moran

 

A mi marido, Pete, que me dejó utilizar sus
experiencias infantiles para este libro, a pesar de
que él ya había escrito sobre ellas con mucha más
gracia en sus memorias, Broken Greek: 9.99£,
Quercus, Libro de la Semana en Radio 4,
«Formidable, no tiene desperdicio», Observer.

 

INTRODUCCIÓN: ¿Y los hombres qué?

 

Mmm...
Estamos en julio de 2014 y acaban de hacerme una pregunta que no sé responder.
En general, me gusta pensar que no hay preguntas que yo no sepa responder. Estoy en una gira de charlas sobre Cómo ser mujer, y todas las preguntas que me hace el público tienen que ver con las mujeres y las niñas.
A estas alturas, tras treinta y ocho años de experiencia siendo niña o mujer, ya puedo hablar de casi todas las Cosas de Mujeres: los pantalones manchados de sangre, los atracones antibajón, la brecha salarial, el aborto, Beyoncé... Por lo que respecta a los problemas relacionados con la vagina, tengo un máster en chascarrillos.
Ahora mismo, sin embargo, estoy en un escenario ante 1.198 personas, y el silencio posterior a la pregunta va haciéndose cada vez más largo y más incómodo. Porque, aunque las dos primeras preguntas han sido «¿Las feministas pueden vestirse de rosa?» («¡Sí!») y «¿Qué opinas de que en París intenten prohibir el burka?» («Obviamente, las mujeres deben poder ponerse lo que quieran. Sin embargo, hasta que no haya un burka para hombres, está claro que imponérselo a las mujeres es una medida machista»), la tercera pregunta me ha dejado perpleja.
La mujer del público que tiene el micrófono en la mano acaba de preguntar: «¿Y tienes algún consejo para los hombres?».
Es la primera vez que me hacen esta pregunta. Seré sincera: me molesta un poco. ¿Por qué me sacan este tema? ¡Yo soy feminista! ¡Mi especialidad son las mujeres! No me ocupo de... los otros. ¡Esto es como preguntarle a sir David Attenborough sobre la rotonda mágica de Swindon, por ejemplo! ¡No es su terreno! ¡Los hombres no son el mío!
Decido salir del aprieto con una broma. Me ganaré al público. En esta sala predominan las mujeres. Hace un rato he pedido a todos los «hombres valientes» de la sala que levantaran la mano para que pudiéramos verlos, así que sé que hay 1.152 mujeres y 46 hombres. Voy a recurrir a un estereotipo facilón pero eficaz para sortear la pregunta, y luego seguiré con lo mío.
–¿Si tengo algún consejo para los hombres? Bueno, un par: a) por favor, si podéis evitarlo, no nos violéis, y b) los cuencos se dejan dentro del lavavajillas, no al lado del lavavajillas.
Consigo una carcajada, la típica carcajada agridulce que obtienes en una sala llena de mujeres familiarizadas con la idea de pasar veinte minutos hablando de la caída drástica de las condenas por violación en el Reino Unido... y de las tareas domésticas.
Añado un alegre «Hashtag #notallmen» [no todos los hombres] para que los varones del público sepan que no es un ataque contra ellos, sino contra los Hombres Malos que hay ahí fuera. Ese reducido grupo de Hombres Malos.
Y seguimos con la charla.
Todavía estoy un poco molesta. ¿Hombres? Uf. ¿Por qué nos hemos puesto a hablar de hombres? He pasado los diez últimos años investigando lo mal que lo pasan las mujeres en todo el mundo. Sinceramente, en comparación, a los hombres no les pasa nada.

Un par de días después, me encuentro en un aprieto similar. Ahora estoy en Edimburgo, dando una charla de una hora sobre niñas y mujeres; pero, una vez más, cuando llega el turno del público, la segunda pregunta que me hacen es: «¿Qué consejo les darías a las madres de chicos adolescentes?».
¿En serio? ¡Venga ya! ¡Soy la Mujer Mujer! ¿Por qué me preguntan esto? ¿La gente me hace preguntas difíciles a propósito o qué?
Ahora sé cómo se sintió Paul McCartney cuando lo entrevisté y le pregunté qué haría si sufriera un accidente de coche y quedase con la cara totalmente desfigurada. «Dígame, sir Paul, ¿recurriría a la cirugía plástica para reconstruir el rostro de Paul McCartney? ¿O elegiría otra cara para poder vivir el resto de su vida en un agradable anonimato?».
Pensé que lo estaba halagando con aquella pregunta capciosa y, a la vez, inteligente, pero él se la tomó a broma. Me contestó: «Me pondría la cara de David Cameron», indicó que esa había sido mi última pregunta y dio por terminada la entrevista.
Desgraciadamente, para mí no es la última pregunta.
–Es que tengo una hija adolescente y parece que hay un montón de consejos para ser madre de una niña –continúa la mujer del público–. Por eso leí tu libro. Pero también tengo un hijo, y para él no encuentro nada. Me gustaría saber si tienes algún consejo para las mujeres que intentan educar... –y aquí vacila un momento– a niños y hombres buenos y felices.
–Bueno, obviamente me falta experiencia en la educación de niños, porque tengo dos niñas –empiezo–. Pero supongo que mi pregunta –y la dirijo a todos los presentes– es la siguiente: ¿por qué ha de ser eso un problema de las mujeres? Curiosamente, es la segunda vez que me preguntan por los hombres esta semana, y las dos veces lo ha hecho una mujer. Pero ¿qué tiene eso que ver con el feminismo? El feminismo es el único invento sociopolítico dedicado exclusivamente a ayudar a las mujeres. ¿No sería paradójico que las mujeres, que llevan cien años dejándose la piel para intentar resolver los problemas de las mujeres, tuvieran que resolver también los problemas de los hombres?
Oigo algunas risas, así que continúo:
–¡Que se ocupen ellos de resolver sus propios problemas! ¡Son las personas más capacitadas para hacerlo! ¿Por qué los hombres no les hacen esta pregunta a otros hombres? ¡Tu marido debería preguntárselo... no sé, a Gary Lineker, no a mí!
Durante el resto de la gira, cada vez que me preguntan por los hombres –y lo hacen casi todas las noches–, casi siempre respondo lo mismo y siempre hago reír al público. Y es lo que pienso. No sería justo que las mujeres resolvieran los problemas de los hombres. ¡Y menos aún esta mujer! Creo que la mayoría de los hombres son seres humanos buenos, encantadores, amables, divertidos, decentes e increíbles. No comulgo con las ramas del feminismo que están permanentemente enfadadas con los hombres, o que simplemente odian a los hombres por principio, o que piensan que los hombres no pueden ser feministas. ¡Claro que pueden! ¡Hay tantos hombres decentes como mujeres decentes! ¡Los hombres son increíbles! ¡Yo me casé con uno! ¡Los cuatro Beatles eran hombres! ¡Los hombres inventaron el sérum antiencrespamiento John Frieda Frizz Ease! ¡Soy una fan incondicional de los hombres!
Pero, en última instancia, si me obligan a elegir equipo, soy del Equipo Tetas. ¡Arriba las mujeres! Que Dios bendiga a los hombres, ¡pero que se las apañen ellos solos!
Esa sigue siendo mi postura durante los tres años siguientes. De hecho, en este sentido, me reafirmo gracias a Twitter, cada mes de marzo, el Día Internacional de la Mujer.
Porque, como un reloj, tan pronto como miles de mujeres empiezan a tuitear con entusiasmo sobre celebraciones, heroínas feministas, iniciativas feministas, organizaciones benéficas y actos artísticos, se encuentran con miles de hombres que tuitean a su vez, malhumorados: «Pero ¿cuándo es el Día Internacional del Hombre? ¿Eh? ¿Y los hombres qué? Los hombres no le importan a nadie. Esto es sexista».
En vano, año tras año, el cómico Richard Herring se pasaba el Día Internacional de la Mujer respondiendo pacientemente cada uno de esos tuits con un simple dato: «El Día Internacional del Hombre es el 19 de noviembre. Podríamos organizar algún acto y tuitear sobre el tema».
Pero el efecto es siempre el mismo: me irrita enormemente que los hombres pisoteen una cosa tan nuestra, tan de las mujeres, mientras gritan: «¿Y NOSOTROS QUÉ?».
¿Y vosotros qué? ¿La verdad? No me importa. Haced vuestras propias cosas, no os aprovechéis de las nuestras.

Estamos en 2019 y he cambiado. Me está empezando a importar mucho. Porque ahora no es a mí a quien le hacen esas preguntas sobre los hombres: es a mis hijas adolescentes.
Ahora mismo estoy en una llamada de Zoom con una de mis hijas, dos amigas suyas y cuatro de sus compañeros de clase. Ha llegado el Día Internacional de la Mujer y se supone que tenemos que hablar de feminismo (me han reclutado para hablar de eso). Yo suponía que los chicos de la Generación Z eran la generación más liberal y feminista hasta el momento. Pensaba que las ideas sobre igualdad y feminismo estaban tan aceptadas entre los adolescentes que habían quedado casi desfasadas. Creía que el tema principal de la charla iba a ser «¡Arriba las mujeres!».
Pero eso no es lo que estoy escuchando en esta llamada de Zoom.
–Ahora es más difícil ser un chico que una chica –dice Milo nada más empezar, parpadeando–. Los chicos lo tenemos todo en contra.
Las chicas ponen cara de indignadas, y los chicos asienten.
–El feminismo ha ido demasiado lejos –dice George.
Y la certeza con que lo dice es... inesperada. Es una frase que no me extrañaría oírle a un cincuentón republicano de derechas irritado en la campaña electoral del Medio Oeste, pero no a un chico de clase media de dieciocho años que estudia en una facultad de Bellas Artes y lleva una camiseta de Sonic Youth.
Les he dicho a todos que, en la primera mitad de esta llamada de Zoom, quiero que hablen solo los chicos. Quiero que me expliquen cuáles son sus problemas, a qué le tienen miedo. Antes de empezar a hablar de feminismo, de los problemas de las chicas, quería dejar hablar primero a los chicos para que estuvieran más preparados para escuchar. ¡Quería organizar una charla informal y amistosa, unir a los sexos! Sin embargo, el experimento no está saliendo como yo imaginaba.
–Las chicas hablan del miedo que tienen a la violencia sexual, pero los chicos tienen muchas más probabilidades de ser agredidos –afirma Milo–. Es un hecho. Yo todos los días tengo miedo de que me apuñalen.
–¡Yo también!
–Sí, siempre.
–Damos por hecho que pasará.
–Las chicas no tienen que preocuparse por si las van a apuñalar o por si van a meterse en una pelea – dice George.
–Así que os preocupa la violencia de otros chicos, o de los hombres –digo, tratando de encontrar un punto de partida–. Bueno, pues ya tenéis algo en común con las chicas. Ellas también temen a los chicos y a los hombres violentos.
–Sí, pero a nosotros, además, nos dan miedo las chicas –dice Milo.
Las chicas parecen indignadas, pero les hago una seña para que, de momento, se limiten a escuchar.
–¿Por qué os dan miedo las chicas? –pregunto.
–Bueno, hay mucho «él dijo, ella dijo» –contesta George, que parece incómodo–. Por los colegios corren rumores y cotilleos de que tal o cual chico ha violado a una chica, y luego resulta que sí se acostaron, pero después ella cambió de opinión, o quiso vengarse de él. Es muy desagradable. Arruina la vida de los chicos. Muchos están demasiado asustados para hablar con las chicas, porque no saben cómo se va a interpretar todo después. A eso me refiero cuando digo que el feminismo ha ido demasiado lejos.
–Los hombres son vistos como malos o tóxicos. Es siempre lo mismo: «¿Qué han hecho ahora los chicos?». Se nos culpa de todo. La gente da por hecho que somos todos violadores.
–Siempre somos nosotros los que lo hacemos mal.
–Y nos dicen que hablemos de nuestros problemas o nuestros sentimientos, pero cuando lo hacemos... «Ya te estás quejando otra vez», o «Ya estás machoexplicando, cállate», o «Los hombres no tienen problemas, ellos están la mar de bien. Siempre salen ganando»; pero eso no es verdad. Ahora es más fácil ser mujer que ser hombre.
–Eso es lo que dice Jordan B. Peterson: que hablamos de los hombres como si el mero hecho de ser hombre, el mero hecho de existir como hombre, estuviera mal. Que a los hombres blancos heterosexuales se los culpa por todo. Y entonces ves cuántos chicos se suicidan y piensas: estamos jodidos. ¿A quién le importan los hombres?
A estas alturas de la conversación, empezaba a sentirme muy incómoda. Me daba cuenta de lo enfadados e incomprendidos que se sentían esos chicos, de que tenían muchas emociones reprimidas.
Les di las gracias a todos por ser tan sinceros. Los chicos parecían sorprendidos:
–Ha sido una pasada poder hablar de estas cosas. Nunca lo había hecho.
–La verdad, a mí nunca me han preguntado: «¿Qué problemas tienen los chicos?». Eso solo se lo preguntan a las chicas.
Todos me dieron las gracias muy educada pero sinceramente, y me dijeron que esperaban con impaciencia la siguiente charla.
Cuando paré el Zoom, las chicas empezaron a mandarme mensajes inmediatamente:
«Solo estaban siendo educados contigo.»
«En los grupos de WhatsApp llaman cáncer al feminismo y feminazis a las feministas.»
«Hacen chistes sobre violaciones. Dicen que son bromas, pero está claro que nunca se les ha ocurrido pensar que conocemos a mujeres que han sido violadas.»
«¿Por qué no les has hablado de todo eso? No sabes cómo hablan cuando están ellos solos. ¿Por qué las madres no hablan de eso?»
 

* * *

Traducción de Gemma Rovira Ortega

* * *

 

¿Y los hombres qué?

 

Descubre más sobre ¿Y los hombres qué? de Caitlin Moran aquí.


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