30/05/2025
Empieza a leer '¿Una rayita?' de David López Canales
El 27 de junio de 2007 era miércoles y el mundo giraba a sus cosas. Siempre lo hace.
El empresario José María Ruiz-Mateos, sin ser fotografiado, ingresaba por la noche en la cárcel de Alcalá-Meco para cumplir tres años de condena por alzamiento de bienes, mientras Paris Hilton salía sonriente rodeada de cámaras de la prisión de mujeres de Lynwood, en Los Ángeles, después de veintitrés días encerrada por conducir ebria.
En Pekín, el rey Juan Carlos pasaba revista a las tropas chinas junto al presidente Hu Jintao; en el Reino Unido, los supermercados rechazaban vender las zanahorias ecológicas de una empresa del príncipe Carlos y en El Cairo se percataban de que habían tenido almacenada durante años en el sótano de un museo a la momia de la faraona Hatshepsut creyendo que era una momia cualquiera.
El euríbor subía al cuatro y medio por ciento, y en Afganistán se descontrolaba la producción de opio.
En Mondoñedo moría a los ciento diez años Aurora Lombán, la mujer más vieja de Galicia, y en Dos Hermanas lo hacía electrocutado un hombre mientras robaba cables.
En El Ejido montaban un gigantesco escenario para que tocaran los Rolling Stones; Sabina y Serrat se afinaban la garganta antes de empezar una nueva gira juntos y Madrid izaba las banderas arcoíris del Orgullo Gay.
Tony Blair le entregaba las llaves de Downing Street a Gordon Brown, un tripulante caía al agua durante la regata de la Copa América en Valencia, una comitiva de inspectores atómicos viajaba a Corea del Norte, y Zapatero y Rajoy se saludaban tras coincidir en un funeral.
A veces el mundo se para. O se ralentiza. O, simplemente, parece que lo hace y que todos miramos al mismo punto, donde un dedo índice ha detenido el globo terráqueo señalando un destino al azar para viajar, fugarse o soñar con hacerlo.
Aquel día el dedo se paró en España, al norte, en la comarca del valle del Ebro, a noventa kilómetros de Burgos, a sesenta y cinco de Logroño, a cuarenta de Vitoria: en Miranda de Ebro, una ciudad pequeña de treinta y ocho mil habitantes, la mitad nacidos allí, con la misma proporción de hombres que de mujeres.
Las noticias del verano han sido siempre las noticias del verano. Sobre todo en julio y agosto, cuando los políticos cierran por vacaciones y los ciclistas sudan en el televisor a la hora de la siesta. Los periódicos se llenan con historias del pasado; las televisiones, con noticias sobre el tiempo e imágenes de termómetros disparados o playas con overbooking, y las radios, con leyendas de asesinos en serie, avistamientos de ovnis o plagas de insectos. En el argot se llaman «serpientes de verano» a las noticias que surgen esas semanas, a las que abarrotan páginas, pantallas y minutos de parrilla más allá de lo que merecen. Los fichajes del fútbol funcionan bien. También cualquier polémica que se pueda estirar. O los romances de los famosos que viven, como las garrapatas, de chupar mientras se esconden.
El 27 de junio todavía no hacía calor en Miranda de Ebro ni se había abierto la temporada de serpientes. Pero aquel día un batallón de periodistas invadió la ciudad.
«España se pasa de la raya», se leía en El País. «Quiet Spanish city is Europe’s coke capital», titulaba el británico The Guardian, uno de los periódicos más prestigiosos del mundo. «Miranda de Ebro: world drugs capital?», se preguntaba la revista estadounidense The Economist.
El dedo señalaba a Miranda de Ebro. Esta se acababa de convertir en la segunda ciudad del mundo en consumo de cocaína, solo superada por Nueva York. Según un estudio de Naciones Unidas, que analizó las aguas residuales de una veintena de ciudades del planeta, los restos de benzoilecgonina (la molécula, convertida en huella, que deja la cocaína en la orina) revelaban que en la ciudad burgalesa se consumían noventa y siete rayas al día por cada millar de personas. Una cada cien habitantes.
No es cierto que en inuit haya decenas de palabras para referirse a la nieve.
Cocaína, perico, farlopa, coca, nieve, perica, tema, merca, zarpa, harina, fariña, dama blanca, polvo, azúcar, yeyo, alacrán, bicarbonato, blanca, Blancanieves, la caspa del diablo, leche en polvo, maicena, oro blanco, mandanga, cocacola...
Pero sí existen en castellano para hablar de la cocaína.
Fernando Campo era el alcalde de Miranda. Él se define como un viejo roquero y asegura que ya lo era entonces, y eso significaba estar acostumbrado a todo en política y tener la capacidad de sorpresa anestesiada. Por eso, cuando se publicó la noticia, su primera reacción fue pensar que no era posible. Conocía su ciudad y a sus habitantes, y no había ningún informe de la policía ni de la Guardia Civil que apuntara a ello. Tampoco el perfil de la ciudad, de clase trabajadora, cuadraba. El equipo de prensa realizó un dosier. La noticia circulaba por todas partes, de España a Inglaterra o Estados Unidos. El Ayuntamiento se reunió en un pleno y todos estuvieron a favor de estar en contra del informe. Para entonces ya estaban allí los medios preguntando a los vecinos por sus vecinos. Lo que en otro momento hubiera sido una fiesta, la invitación a practicar delante de las cámaras una de las cosas que mejor se hacen en España, que es hablar mal del vecino, esta vez resultó todo lo contrario. El pueblo estaba indignado. Aquello no era posible, decían unos, repitiendo lo que ya se había convertido en una letanía de su alcalde. Nunca lo hubieran pensado, decían los más crédulos. Alguno creía que habían venido de fuera a mear en el río.
¿Por qué?
Una raya, una línea, un tiro, una fila, un pase. Un gramo. Un pollo, dos pollos, tres pollos, como las canciones infantiles. Ponerse, meterse, esnifar, esquiar, peinarse, aspirar, ir drogado, ir puesto, ir colocado, ir pasado.
Y el mundo, por supuesto, siguió girando.
En 2023 y 2024 el índice volvió a señalar a España. Esta vez a Tarragona. Era la segunda ciudad de Europa con mayor consumo de cocaína, por detrás de Amberes y con casi el triple que Barcelona. De nuevo se habían analizado las aguas residuales. Ahora lo había hecho el Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanías.
Pero el globo no se detuvo.
En el Ayuntamiento también se enteraron por los periódicos. Les impactó. No tenían ningún dato que lo indicara, ni de los servicios sociales y médicos, ni de la policía ni de los ciudadanos.
Tampoco se desaceleró. Nadie miró dónde apuntaba el dedo.
Esta vez no fueron los periodistas a preguntar a los vecinos. Ni siquiera telefonearon al Ayuntamiento para indagar.
¿Por qué?
Habían pasado más de quince años.
La noticia de Miranda de Ebro resultó una serpiente de verano, pero de plástico. No era cierta. El informe se había realizado con datos erróneos. No era el alcalde quien debía una explicación, sino la ONU. Semanas más tarde, la organización acabó pidiendo disculpas públicamente a la ciudad; pero esa noticia, como descubrió su regidor, no fue ya noticia. Ni tenía el mismo impacto y morbo ni llegaba en verano.
Si hubiera sido cierta ya habría una serie de televisión sobre Miranda de Ebro, con sus vecinos puestos hasta las cejas o con una ruta secreta del narco en la España profunda. Da mucho más juego y está menos visto que Marbella.
Ojalá, además, lo hubiese sido, porque hubiera significado un poder adquisitivo que no existía. Un año después llegaría la recesión y la Miranda industrial fue una de las ciudades más sacudidas por ella. El mayor descalabro económico de su historia disparó el desempleo y miles de personas la abandonaron para buscarse la vida en otro lugar. A Miranda de Ebro se la bautizó como el Detroit español.
Las noticias de Tarragona, en cambio, no se cuestionaron. En el Ayuntamiento nada permitía dudar sobre la fiabilidad del informe. Al menos sin un estudio mayor, en profundidad, que no se hizo.
¿Por qué?
El camello, el dealer, el colombiano, la llamada del amor, la llamada de la suerte, el telepollo, pillar, llamar, ¿quieres tema?, ¿que si tengo o que si quiero? Los camellos son como los testaferros de los políticos corruptos: nadie los guarda en sus contactos por sus nombres.
Tras la mentira de Miranda de Ebro, sin embargo, se escondía una verdad.
* * *
Descubre más sobre ¿Una rayita? de David López Canales aquí.