29/01/2024
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TECNOLOGÍA Y BARBARIE: EL ORIGEN CYBERPUNK DE LA LITERATURA ARGENTINA

Conferencia dictada el 20 de agosto de 2016 en la Casa del Escritor de Rafaela, Santa Fe


Hay en nuestro tiempo un tipo de equívoco lingüístico que nadie que tenga celular no ha padecido alguna vez, y es el que producen los correctores ortográficos, que muchas veces, aunque parezca un problema menor sin mayor importancia, puede llevar a grandes confusiones. En mi caso, podría contar muchos, pero voy a referir uno que me ocurrió en la misma época en la que fui generosamente invitado a dar esta conferencia. Hacía unos meses que estaba escribiendo con un amigo un artículo sobre el escritor cordobés Jorge Baron Biza. Discutíamos los pormenores del artículo por mensajes de texto, pero mi autocorrector, cada vez que ponía Jorge Baron Biza, que se escribe con dos bes, lo tomaba como un error y corregía «Jorge, el varón en Ibiza», varón, con v, y en Ibiza, la isla española del Mediterráneo. Por más que intentara cambiarlo y corregirlo, la aplicación del celular se empecinaba en cambiar el nombre de Jorge Baron Biza y dejar, como si fuera el apodo de un personaje de telenovela, «Jorge, el varón en Ibiza». Quería contar esta anécdota, este equívoco, porque cuando me detuve a analizarlo, me llevó a pensar en dos motivos de la obra de Sarmiento. En primer lugar, en su faceta de pedagogo y educador, ya que en su ensayo Memoria sobre ortografía americana, de 1843, el expresidente argentino propone que, para facilitar la enseñanza del castellano, se debía eliminar la diferencia entre las letras v y b, de manera que no habría forma de diferenciar, por ejemplo, la escritura de varón con v, que significa «hombre», de la de barón con b, que es un título nobiliario y que también está en el apellido de Jorge Baron Biza, a quien mi corrector prefería rebautizar como «Jorge, el varón en Ibiza». El segundo motivo que me llevó a pensar en Sarmiento, tal vez el más problemático, y el que da pie a esta conferencia, es qué lugar ocupa uno de los grandes temas de nuestro tiempo, la tecnología, en su ya legendaria oposición entre civilización y barbarie, ya que una aplicación como un corrector ortográfico de celular, que indudablemente Sarmiento hubiera colocado del lado de lo civilizado, y que supuestamente fue diseñado para enmendar erratas de escritura, produce de manera inevitable y paradójica lo contrario de lo que quiere rectificar: la barbarie y el error.


Esta ambigüedad paradójica de la tecnología, lugar de fricción entre la civilización y la barbarie, no me parece un tema menor, ya que creo que es el problema mismo con el que nace nuestra literatura. La literatura argentina, en efecto, surge en el marco del proyecto civilizador de construir un país agroexportador, proyecto en el que, podríamos decir, fundamentalmente cuatro dispositivos tecnológicos y novedosos para la época ocuparon un lugar decisivo: el fusil Remington Patria, el telégrafo, el alambre de púas y la picana. En cuanto al Remington, las fuentes divergen sobre quién lo introdujo, si Sarmiento o el general entrerriano Ricardo López Jordán, pero lo cierto es que la importación en 1879 de más de setenta y cinco mil fusiles revolucionó por completo las posibilidades del arte militar y el desenlace del conflicto con los indios. Previo al Remington, el ejército argentino usaba el fusil a chispa o de pistón, que contaba con un solo disparo de corto alcance, sumado al defecto de que producía una enorme cantidad de humo en el momento de la detonación. Esto permitía a los indios identificar al tirador y matarlo, hecho a partir del cual se acuñó y popularizó la locución verbal que todavía hoy se utiliza: «írsele al humo» a alguien. El Remington, en cambio, podía practicar seis tiros por minuto en un rango de mil metros, mejora técnica que volvió la pelea contra el indio completamente desigual. A esto se sumaba, además, la logística y la comunicación que facilitaba el telégrafo entre los distintos regimientos.


Terminada entonces de manera exitosa la Campaña del Desierto gracias al Remington y al telégrafo, eliminado el enemigo y su manera móvil y nómada de existencia, se requería, en el marco de este proyecto civilizador agroexportador con el que nacía la literatura argentina, cercar las nuevas extensiones vacías de tierra, y así convertirlas en propiedades privadas y en recursos útiles. Esta necesidad fue contemporánea a la invención en el Oeste norteamericano del alambre de púas. La enorme extensión ganada a los indios explica que, a fines del siglo XIX, Argentina se volviera el mayor importador del mundo de alambre de púas. Entre 1878 y 1904 compró la increíble suma de 1.800 millones de kilos, cantidad que hubiera alcanzado, calcula Noel Sbarra en su Historia del alambrado en Argentina, para alambrar 140 veces todo el perímetro del país y 47 veces la circunferencia del planeta Tierra.

 

Es notable que, al mismo tiempo que la literatura creaba la figura del gaucho y exaltaba su cabalgar indefinido por la llanura (la ida y la vuelta del Martín Fierro son, respectivamente, de 1872 y 1879), el alambre de púas terminara para siempre con esta forma de vida. En Las víboras, obra de teatro ya de 1916 del dramaturgo Rodolfo González Pacheco, un gaucho se lamenta:

 

¡Qué curioso! Un alambre, un hilo ¡un hilo! Ha bastado un hilo de alambre para matar el lirismo de esta tierra ¿No le parece a usted, Padre, que ahora el gaucho tiene la tristeza de un bicho enjaulado?

 

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Tecnología y barbarie

 

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