03/06/2021
Empieza a leer 'Prohibido aprender' de Andreu Navarra

El utopista –y esto ha sido en esencia el racionalismo– es el que más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto de vista, que deserta de su puesto.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET, 1923

Lo que hoy se valora como un avance, mañana se considera caduco.
ÁLVARO MARCHESI, 2000 

La barbarie es fruto de la mediocridad.
JOHN LE CARRÉ, 2010

La Comunidad de Madrid sustituirá a los profesores de refuerzo no renovados por carteles con frases motivadoras de Paulo Coelho.
El Aula Today, 15 de diciembre de 2020

 

Destino: la hiperaula

El 23 de noviembre de 2020, la ministra de Educación y Formación Profesional del Gobierno de España, Isabel Celaá, en pleno proceso de aprobación parlamentaria de su ley educativa, la LOMLOE (Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Educación), despertó la hilaridad de los docentes con un tuit que podía muy bien iniciar una antología de la tautología y la vaciedad: «El impulso a la digitalización facilitará el cambio de paradigma educativo, con metodologías más activas y competenciales, y transformando los espacios en hiperaulas interactivas, abiertas y diáfanas.» 

Las palabras de la ministra encarnan una escenificación habitual en el discurso pedagogista español actual, alejado de aproximaciones más sensatas en otras latitudes, que ya tendremos tiempo de examinar. Lo primero que me vino a la cabeza tras leer la ocurrencia fue mi inefable hiperdepartamento en un instituto público del extrarradio barcelonés: en nuestro despacho se abrió un día un boquete en la pared que empezó a llenarse de hongos que invadieron el techo y las paredes. A través del agujero se podía ver la calle en toda su amplitud. La diafanidad era absoluta, eso es innegable. Un día, la lluvia mojó las lecturas de los grupos de refuerzo de la ESO, estropeándolas sin remedio. Nuestro tesoro más preciado, quizás el único libro que leerían algunos de nuestros alumnos en meses, acababa de convertirse en pasta de papel. Durante un año, nadie vino a tapar el boquete. 

Este es el mundo real. Un mundo en el que, como dice el escritor y sindicalista Xavier Díez, nuestro sistema educativo se ha «desprofesorizado». Díez aporta datos sobre Cataluña (aunque sería interesante elaborar una lista conjunta de tropelías cometidas por otras consejerías autonómicas): el impacto de los recortes desde 2008 ha supuesto una pérdida de entre un 16 y un 25% de poder adquisitivo acumulado para los docentes y una caída de la inversión por alumno del 20%. Y añade: «Lo más grave de esa crisis de la que no nos recuperamos, no tiene tanto que ver con la dimensión material como con el ejercicio de “doctrina del shock”, en los términos formulados por Naomi Klein, que supuso un dramático y radical empeoramiento de las condiciones laborales de los docentes, y aún más, de la capacidad de control y autonomía de su propio trabajo.» Porque cada oleada de novolatrías destinada a que los docentes crean en los nuevos mitos pedagogistas coincide con una crisis internacional que empeora las condiciones de trabajo del profesorado. 

La hiperaula es uno de esos mitos propagandísticos, quizás uno de los más risibles, pero no el más peligroso. Hace tiempo que una concepción burocratizada de la educación, considerada como una mercancía más del capitalismo cognitivo, ha degradado las figuras del alumno y del docente hasta convertirlas en objeto de disputa comercial. El objetivo es claro: desviar la atención de los problemas reales con que se enfrenta la docencia en nuestro país copando los medios con ingeniosidades vistosas. La propia LOMLOE, con sus redundancias y megalomanías, constituye otra fuente de mitología pedagogista pensada para que parezca que España es un país moderno sin que nadie se pregunte si efectivamente lo es, o siéndolo solo sobre el papel. 

Continuemos con lo que ocurrió a partir del año 2008. Según Díez, las condiciones de trabajo en secundaria empeoraron sustancialmente. La carga lectiva de los docentes pasó de veinticuatro a treinta horas. La presencialidad obligatoria en el centro se incrementó en seis horas, al parecer para paliar la falta de profesores. Se impuso que no se cubrirían sustituciones inferiores a quince días, lo que multiplicó las interminables guardias. La calidad educativa se resintió pero nadie se molestó en evaluar esos daños. Insistimos: lo que se hizo fue practicar lo que Klein denomina «doctrina del shock» para iniciar un carrusel de presuntas innovaciones cuya función iba a ser maquillar todo ese desaguisado. 

Quedémonos con una palabra clave del texto de Díez: «maquillaje». El objeto del presente libro no es otro que tratar de demostrar de qué forma las leyes de educación que se formulan en nuestro país cumplen una doble función: por una parte, estructurar la propaganda ideologizada del gabinete en el poder, y, por otra, maquillar los pésimos datos educativos con medidas nunca destinadas a la mejora de la calidad educativa, sino al ocultamiento de su mediocridad endémica. Intentaremos demostrar cómo distintos gabinetes políticos impulsan idénticas políticas de desmoche del sector público, analizando lo que hay en el fondo de leyes gemelas como la LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa) de 2013, y la actual LOMLOE, que únicamente se oponen en la propaganda ideológica. Nos zambulliremos en guerras ideológicas que se presentan como debates actuales pero que tienen más de un siglo de antigüedad, como por ejemplo la batalla pedagógica entre la llamada escuela tradicional y los nuevos paradigmas. Finalmente, trataremos de defender la pluralidad metodológica como única opción posible para que el pensamiento único neoliberal siga pesando como una losa sobre nuestra educación secundaria.

Concluye Díez: «Es así como se inició un peligroso cóctel de proyectos de autonomía, programas de supuesta innovación, dinámicas de competitividad entre centros y procesos de privatización endógena. Esto quería decir, en suma, que los institutos de secundaria, un modelo que en el pasado se fundamentaba en el rigor, la independencia y diversidad docente y la libertad de cátedra, pasaron a gestionarse como escuelas privadas de toda la vida, fundamentadas en el marketing, las direcciones autoritarias, la ley del silencio, el ideario de centro (disimulado bajo el eufemismo “proyecto”) y la indisimulada degradación de las condiciones laborales.» 

A través de esos programas, los mismos docentes llegan a pensar que se están modernizando, cuando lo que hacen es obedecer a una serie de recetas que no sirven para que en España se aprenda más y mejor, sino para ocultar las tremendas lagunas de conocimientos y metodologías que nadie parece estar dispuesto a tratar de combatir. Porque de los datos aportados por Díez se colige la degradación del servicio que acaba llegando al alumnado: una plantilla sometida al rodillo de una globalización y una uniformización fuertemente burocratizadas, y hasta amenazantes, no realizará su trabajo igual que una plantilla fresca, coordinada, motivada, dotada de recursos, facilidades, materiales, docentes de apoyo y magnetizada por equipos directivos que, en lugar de funcionar como correa de transmisión de las presiones ideológicas, ejerzan un liderazgo real. 

Esto es la hiperaula: un foco de autosugestión. Así actúa el poder educativo en nuestro país: extendiendo mitos impracticables –por ejemplo, la «atención a la diversidad» de 1990, concepto clave de la educación comprensiva obligatoria hasta los dieciséis años y columna vertebral de la LOGSE (Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo), una atención que no recibió el apoyo presupuestario que necesitaba; o las «competencias básicas» de la LOE (Ley Orgánica de Educación) de 2006, o de la LOMCE, traducciones abusivas de pedagogías procedentes del ámbito patronal–, conceptos que traen aparejada una gran presión burocrática pero que nacieron como eslóganes publicitarios, es decir, como propaganda política y autopromoción ministerial.

Cuando un poder educativo se pone futurista y legisla para la asunción de mitos, añade presión burocrática al gremio docente. Y como esto ocurre cada vez que cambia el equipo de gobierno, el escepticismo es total. La revolución pedagogista en España se ha burocratizado entre 1990 y 2020. Las propuestas ministeriales, lleguen del PSOE o lleguen del PP, no solo no convencen, sino que son motivo de tedio, fastidio e hilaridad. Y esto con independencia de si la hiperaula diseñada y recomendada por Isabel Celaá es una buena herramienta o no. El problema es que nadie tiene la menor intención de construir hiperaulas. En el mundo real, cuando un docente llega a un centro nuevo para cubrir una sustitución, una vacante o una plaza definitiva se encuentra con cualquier cosa menos con una hiperaula. Se encuentra a treinta adolescentes enlatados en una clase modelo 1970, por ejemplo, con barrotes en las ventanas para que nadie entre a robar ordenadores. Y con una señal wifi que nunca acaba de llegar.

 

Prohibido aprender

 

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