01/04/2025
Empieza a leer 'Nosotros los malditos' de Pau Malvido

 

NI CAÍDOS, NI MALDITOS, NI OVILLOS ENTEROS QUE SE PIERDEN EN LA NADA

 

Dedicado a Karles Torra, Donat Putx
y Jaume Camprubí, mis chamanes iniciadores
en la contracultura: agua, fuego y tierra

 

Sentenciar que una generación está perdida es una pérdida de tiempo. Es plantarse en un callejón sin salida. Podría argumentarse que se trata de pensamiento situado. Situado, diría, en el pesimismo o en el inmovilismo o en el bloqueo o incluso en una geometría histórica muy simplista y falta de encanto: la de la linealidad temporal. El invento de la cronología por años, donde todo tiene un principio y un final, es una forma de regular los tiempos para hacerlos accesibles a las capacidades humanas. Para llevar la contra, algunos teóricos prefieren hablar de «continuums »: tiempos ordenados en bloques horizontales de parentescos, más que en una escala cronológica o un sumatorio de años y etapas. Con sus respectivos hitos que se leen distinto según la época. Asumir que una generación quedó perdida sería una injusticia para el presente. Sería anular las afinidades con todo lo que vamos a tratar a continuación.
Pau Malvido (Barcelona, 1948-1994), atento a la importancia de generar narrativas propias y también de la plasticidad de la historia humana, decidió adoptar el segundo apellido de su abuela paterna como nombre artístico y también para visibilizar su herencia jerezana. Los segundos apellidos, los cedidos por las mujeres, están destinados a olvidarse. Hasta que alguien decide que no: y con estos pequeños gestos recuperamos biografías para que no queden perdidas. Malvido, dedicó sus energías a ser cronista de la alteridad, de las historias alternativas que no tenían que perderse. Un narrador invisible que desaparece en favor de lo narrado. Hasta que poco antes de 2004, Genís Cano y Jorge Herralde (con la colaboración de David Castillo) rescataron el fajo de crónicas incluidas en este volumen, publicadas en su mayoría en la revista Star con el nombre de «Nosotros los malditos», decidiendo que a Pau Malvido no lo olvidaba nadie. No a él, sino a todo lo que representaba. Veinte años más tarde volvemos con la misma intención de regeneración y con otra excusa: ha pasado medio siglo desde el inicio de la Transición. ¿Dónde están sus freaks?
Tengo una mala noticia para las gentes del buen gusto: los freaks seguimos aquí. Según el propio Malvido, los freaks «son gente que nada tiene que perder con un cambio social radical». Una especie tan atávica como la invención de la humanidad: si existen «los unos» se fuerza la existencia de «los otros». Es el poder de la lógica binarista. Los ecos de los freaks de antaño resuenan en nosotras, prueba de ello es la reedición de este libro y la celebración de 50 años del inicio de la Transición en un mundo que aún está transicionando. Un mundo donde el discurso de lo trans* cobra nuevos sentidos que cuestionan nuestras realidades y está más presente que nunca en los deseos espirituales y libertarios que buscan más allá de las polaridades. Estas Ramblas que conectaban el puerto con el Barrio Chino, por las que en algún momento andarían Ocaña, Nazario y toda su horda de descastadas, pisando rutas ya marcadas por freaks más antiguas que ellas, aún conectan con un Raval que resiste. Con centros neurálgicos fruto de su legado múltiple y contracultural como Madame Jasmín, la Casa de la Pradera o el Maki Navaja. No existirá la sala Zeleste, pero suenan sus ecos e intenciones en Meteoro, El Pumarejo o la nave industrial de FOC.
Volviendo a nuestro(s) protagonista(s): advierte el viñetista Montesol que «el movimiento underground es un movimiento de ángeles caídos, es un movimiento de malditos. Por eso conecto con lo que decía Pau Maragall en los números de Star donde hablaba de “nosotros los malditos”. ¿Por qué los malditos? ¿Por qué el mito del ángel caído? Porque a pesar de ser gente con un gran respeto por la cultura, por la palabra y con trascendencia espiritual, chocamos completamente y caemos al vacío». Pero esa caída al vacío, me gustaría imaginar que para Malvido fue una búsqueda hacia donde tenía que llegar la luz. Un ángel es la figura simbólica de aquel que ve o tiene la luz y apunta con ella a las realidades que han quedado en lo oscuro: las ilumina. Mirar hacia allí es darle espacio al alivio y a la existencia de una posible solución, en caso de que la necesitemos.
Hagamos una consideración sobre la etiqueta de «maldito». Lo primero, es que fue una invención de J. J. Fernández, editor de Star, para darle título a esta serie de crónicas sociológicas sobre el período. Quizá inspirado por los ensayos Los poetas malditos (1884) de Paul Verlaine, y por el desencanto fruto de la desmovilización radical una vez asentada la transición democrática. El malditismo puede connotarse como la imposibilidad de escapar a un final, pero también por la capacidad de hablar desde lo «innombrable». Con el poder que implica que, al nombrar lo que otros consideran «maldito», deshacemos el embrujo de lo prohibido, lo devolvemos a una realidad admisible. Lo que no se nombra no existe en el discurso público. Al nombrarnos, nos dotamos de nuestra propia y necesaria existencia a la contra, pero también es en la contra donde viven las vanguardias del pensamiento. Pau Malvido, como cronista de las calles y también del mundo espiritual, sabía intuir todos estos puntos de fuga.
Huyendo del debate fácil sobre si Malvido era o no un «maldito», sí que supo narrar otras linealidades temporales de su presente donde los supuestos «malditos» de la sociedad tomaban un papel protagonista. De alguna forma, nos interpelan a las generaciones que vendríamos después, los que aún somos hijos ilegítimos del «continuum» social acomodado, sucesores de un pacto que no hemos firmado. Una relación de parentesco que no implica necesariamente lazos de sangre sino de éticas y singularidades. Son lo que el pensador José Esteban Muñoz llama el entonces y el allí de la futuridad antinormativa. El entonces y allí como una temporalidad mágica que existe a la vez en el pasado y se proyecta hacia el futuro. Como si los futuros propuestos por la alteridad en tiempos anteriores, y que eventualmente quedaron cancelados, pudieran recuperarse para imaginar alternativas en el mundo de hoy. La posibilidad de que en el pasado se hayan anticipado ya utopías concretas que quedaron fuera del discurso hegemónico, pero que nos siguen interpelando. Malvido, a su vez, abogaba por un pensamiento pragmático que llevara a la acción local directa tanto con sus textos como con sus alianzas y participaciones.
A esta maniobra, bauticémosla como genealogía metafísica, se dedicaron tanto Pau Malvido como su tocayo espiritual Pau Riba. Ambos compartían, según el cantautor galáctico Jaume Sisa, «una conexión aérea». Nietos de poetas ilustres catalanes, optaron por desafiliarse de la cultura burguesa de sus abuelos pero, sobre todo, de cualquier tipo de mitología o discurso redentor: para poder afirmarse como individuos, antes tuvieron que desidentificarse de cualquier ideología preeminente. Rehuir de los -ismos dominantes (los fundamentalismos, los nacionalismos y los partidismos) que fácilmente llenan lo que Riba llamó el «vacío de pensamiento». El ángel caído frente al ángel redentor. Ser un contestatario, o un maldito, se presentaba como la única opción lúcida. En este proceso de re-identificación apareció la llamada contracultura estatal, que para Fernández, editor de Star, era sencillamente hacer cultura propia, porque en ese entonces no había más. Una transición cultural que, según dicen, no era ácrata o anarquista en el sentido oficial, sino hija del descreimiento político, antiautoritarista.
La represión de este periodo tenía un nombre muy claro: la dictadura franquista. Mientras que, en el proceso de transición democrática, la respuesta de la izquierda se centró en repartirse el pastel, a nivel autonómico, y según palabras de Pau Riba, «la cultura catalana se defendía a sí misma pero no es que fuera de izquierdas». Durante este lustro nada estaba claro y nadie sabía dónde iba a desembocar; había un punto de caos que parecía muy estimulante para los jóvenes. La revolución, a la par que política, intentó ser ecológica, sexual, de liberación femenina y lo que hoy podríamos llamar «LGTBIQ+ friendly»: eran todo aspectos de una misma realidad. La psicodelia, a su vez, se vivía como un imaginario cultural y un estado espiritual. Según Pepe Ribas, fundador de Ajoblanco, «nuestros valores no eran apoderarnos del poder cultural, ni apoderarnos del poder político, como otros que empezaron con el poder cultural y luego consiguieron el político. Ni apoderarnos de lo que diría la historia. No, nosotros lo que queríamos era pasárnoslo bien, cambiar una serie de valores, ser más lúdicos, más solidarios, más pacíficos, más eróticos».

 

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Nosotros los malditos

 

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