01/04/2025
Empieza a leer 'Lugares' de Georges Perec
Quiero expresar mi reconocimiento a las competencias técnicas de aquellas y aquellos que han colaborado en esta primera edición mundial, a la vez libro en papel y recorrido digital, de Lugares, de Georges Perec. Para el volumen impreso: Séverine Nikel, Virginie Kiffer, Pablo Durán, Éric Deleporte, Philippe Blaizot, Marie-Caroline Saussier y Bruno Vandenbroucque. Para el diseño digital, bajo la atenta mirada de Sylvia Richardson: en la editorial Seuil, Fanny Villiers; y, bajo la dirección de Caroline Scherb, en la agencia Créamars: Lionel Da Costa, Élodie Massa y Audrey Voydeville.
Sin olvidar a Isabelle Gourdin por su impagable transcripción de los manuscritos.
Sophie Tarneaud y Lisa Bujidos han sabido amalgamar todas estas habilidades con buen humor y eficacia.
Gracias a todas y a todos, con respeto y gratitud.
MAURICE OLENDER
NOTA PRELIMINAR
Georges Perec creó, a caballo entre los años sesenta y setenta del siglo pasado, un universo potencial que se ha convertido en nuestro presente.
Cuarenta años después de su desaparición, el 3 de marzo de 1982, «La Librairie du XXIe siècle» publica el conjunto de sus Lugares.
Con esta publicación descubrimos su experiencia de escritura en una doble dimensión: libro en papel y navegación digital aumentada, una propuesta de libre acceso ofrecida por la editorial Seuil, donde cada cual puede crear sus propios recorridos. La versión digital en internet incita a sumergirse en «cien billones» de Lugares.
Quiero agradecer a las derechohabientes, Sylvia Richardson y Marianne Saluden, el haber tomado la decisión de hacer público este material ya mítico, estos Lugares parisinos descubiertos por Ela Bienenfeld y Philippe Lejeune en 1988.
Impulsada por Sylvia Richardson y respaldada por Claude Burgelin, la publicación de semejante proyecto arquitectónico ha sido posible gracias al diseño, tan minucioso como monumental, de Jean-Luc Joly.
M. O.
PREÁMBULO
Lugares, el mítico y original proyecto que Georges Perec dejó inconcluso, llega hoy íntegramente a sus lectores, cincuenta años después de su ejecución. La forma adoptada por la presente publicación, concebida así desde el principio de esta aventura editorial, combina la elaboración de un hermoso libro enriquecido con fotos inéditas del manuscrito y documentos relacionados con la propuesta de un recorrido digital. Los avances de la creación digital nos han permitido obtener una mezcla entre el objeto libro y las multifunciones lúdicas de recorridos inesperados, reproducibles casi hasta el infinito, que aporta el recorrido interactivo.
Philippe Lejeune participó junto con mi tía Ela Bienenfeld, prima de Georges, en la apertura de los sobres que contenían las descripciones o los recuerdos de los doce lugares escogidos, sobres que el propio Perec selló con lacre todos los meses mientras duró el proyecto. Lejeune formuló entonces dos preguntas fundamentales para todo aquel que quisiera editar Lugares: ¿teníamos derecho a publicar con el nombre de Georges Perec semejante amasijo inacabado de textos? ¿El libro resultante sería realmente una obra de Georges Perec?
Nos arrogamos el derecho, y la responsabilidad que conlleva, en aras del esclarecimiento autobiográfico que estas páginas ofrecen, pero también para celebrar la originalidad de la estructura espacio-temporal de Lugares. Este experimento editorial encuentra así su legitimidad: la flexibilidad que aporta lo digital consigue minimizar lo arbitrario – inevitablemente reductor– de las numerosas decisiones de presentación que hemos debido tomar para poner a punto la edición en papel, necesariamente lineal, de semejante obra. En esta apuesta inédita, el recorrido espacio-temporal de Lugares imaginado por Perec adquiere toda su dimensión dinámica y casi diríamos que aleatoria, haciendo explotar el espacio-tiempo al añadir una cuarta dimensión hipertextual: el lector se convierte entonces en artífice de la obra. Así, la edición de este texto tan complejo, inaccesible durante mucho tiempo salvo para los especialistas, se verá enriquecida con un número incalculable de posibilidades de lectura, según la fantasía o la creatividad de cada cual.
Georges era básicamente un jugador. Su pasión por la experimentación resulta evidente en muchas de sus obras, así como en su compromiso con el Oulipo. Su interés por las estructuras matemáticas, los principios de organización espacial o cartográfica, o la combinatoria formal que sustenta buena parte de sus novelas y poemas son algo recurrente en su obra. Estoy convencida de que habría sido el primero en querer ahondar en las posibilidades lúdicas y exploratorias que ofrece en la actualidad la edición digital más avanzada. Le habría encantado poder amplificar y hacer resonar de un modo imprevisto el componente estructural de sus proyectos y sus escritos. Son bien conocidos su gusto por la creación de índices extensibles y la importancia que les otorgaba. La concepción del recorrido digital inmersivo de Lugares permite dar a estos índices un carácter lúdico o informativo, según el interés de cada cual, como guía de un paseo personal por el texto que se actualiza instantáneamente y puede renovarse hasta el infinito. Así, cada lector podrá elegir a voluntad su puerta de entrada a Lugares, desviarse para seguir las relaciones de Perec con sus amigos, volver a visitar sitios concretos para apreciar el envejecimiento de la memoria o de los lugares, o descubrir su pasión por determinado cine.
Como una hermosa pieza musical, la interpretación preferida de Lugares será personal, pero estas páginas son innegablemente la quintaesencia de Perec.
Esta aventura editorial no habría visto nunca la luz sin el trabajo inicial de Philippe Lejeune, acompañado por mi tía, Ela Bienenfeld, la fiel transcripción de Isabelle Gourdin, la perspicacia amistosa y profunda de Claude Burgelin, el inmenso trabajo de fijación y anotación del texto de Jean-Luc Joly, la pericia en creación digital de Caroline Scherb y su equipo, y el compromiso y el apoyo indispensable de Maurice Olender. Infinitas gracias a todos.
SYLVIA RICHARDSON
PRÓLOGO
El 7 de julio de 1969, Perec le escribió una carta a Maurice Nadeau para ponerle al día de sus proyectos. Su plan es tan bello como ambicioso: prevé «un vasto conjunto autobiográfico que se articula en cuatro libros, y cuya realización me exigirá al menos doce años; no doy esta cifra al azar: se corresponde con el tiempo necesario para la redacción del último de esos cuatro libros, que delimita el tiempo necesario para la realización de los otros tres. Este cuarto libro nace de una idea bastante monstruosa, pero bastante estimulante, creo».
Este cuarto libro que debería abarcar a los otros será Lugares. Los otros tres son, primeramente, «la historia de mi familia», L’Arbre {«El árbol»} (que nunca llevó a cabo); en segundo lugar, «una especie de autobiografía vespertina» a partir de un «catálogo de habitaciones», que Perec titula Lieux où j’ai dormi {«Lugares donde he dormido»}, también abandonado; y, en tercer lugar, una novela de aventuras inspirada en «un fantasma que desarrollé abundantemente, a los doce o trece años, durante mi primera psicoterapia» y que se convertirá en W o el recuerdo de la infancia, publicada en 1975.
Doce años, pues, para elaborar Lugares, que durante un breve periodo se tituló Soli Loci. Perec se toma su tiempo. Mientras da por perdidos para siempre los tiempos originales («no tengo recuerdos de infancia»), aquí se concede una especie de control. El tiempo se convertirá, en cierto modo, en coautor del libro, y Perec, en el escriba de los cambios que aquel haya producido en los distintos lugares. En esta ocasión, al cabo de doce años no se habrá perdido nada. «Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva», dice al final de Especies de espacios. Precisamente el plan de Lugares.
La idea «monstruosa» pero «estimulante» es esta: «He elegido doce lugares de París, calles, plazas, cruces, ligados a recuerdos, acontecimientos o momentos importantes de mi existencia. Todos los meses, describo dos de esos lugares; la primera vez, describo sobre el terreno (en un café o incluso en la calle) “lo que veo” de la manera más neutra posible, enumero los comercios, ciertos detalles arquitectónicos, algunos microsucesos (un coche de bomberos que pasa, una señora que deja atado a su perro antes de entrar en la charcutería, una mudanza, carteles, gente, etcétera); la segunda vez, sin importar dónde (en mi casa, en el café, en la oficina), describo el lugar de memoria, evoco los recuerdos ligados a él, la gente que he conocido allí, etc. Una vez terminado, meto cada texto (que puede caber en unas pocas líneas o extenderse a lo largo de cinco o seis páginas o incluso más) en un sobre y lo sello con lacre. Al cabo de un año habré descrito dos veces cada uno de mis lugares, una vez en forma de recuerdo, otra como una descripción real sobre el terreno. Pienso hacer lo mismo durante doce años, permutando mis parejas de lugares según una tabla (bicuadrados latinos ortogonales de orden 12) que me proporcionó un matemático hindú que trabaja en Estados Unidos».
Lo que primero sorprende en semejante proyecto es la necesidad de disyunción: por un lado, lo que Perec llama «descripción real»; por el otro, los recuerdos. Lo «real» y el «recuerdo» duermen en habitaciones separadas. Como si fuese capital distinguir ambos escenarios. Perec adopta así una estrategia opuesta a la de casi todos los grandes escritores de la memoria (Proust, Leiris...), a quienes no se les pasó por la cabeza separar lo que el recuerdo ha mezclado en una misma imaginería. Esta separación es aún más cuestionable desde el momento en que la escritura de lo real se presenta ligeramente trabada, exigiendo una redacción «lo más neutra posible». Como si clasificar lo real, consignándolo por escrito con tanta exactitud como sea posible, fuera una iniciativa esencial que hubiera que proteger de las contaminaciones y deformaciones de la siempre aleatoria y fantasiosa memoria. Para alguien como Perec, que ha perdido los puntales de la primera memoria, parece haber en ello una necesidad evidente. A medida que va avanzando en el proyecto, se permite reforzar esta presencia de lo «real» añadiendo fotos o diversos elementos «susceptibles de servir como testimonio, por ejemplo billetes de metro, o bien tickets de consumo, o entradas de cine, o prospectos, etc.».
«Comencé en enero de 1969: ¡habré terminado en diciembre de 1980! Abriré entonces los 288 sobres lacrados, los volveré a leer cuidadosamente, los copiaré de nuevo, elaboraré los índices necesarios. No tengo una idea muy clara del resultado final, pero pienso que se verá en él el envejecimiento de los lugares, el envejecimiento de mi trabajo y el envejecimiento de mis recuerdos»; la continuación inmediata de su plan muestra en todo su esplendor la originalidad del proyecto: «El tiempo recuperado se confunde así con el tiempo perdido; el tiempo se pega a este proyecto, constituye su estructura y su restricción; el libro no es la restitución de un tiempo pasado, sino una medida del tiempo que fluye; el tiempo de la escritura, que hasta ahora era tiempo para nada, tiempo muerto, que se fingía ignorar o que se restituía solo arbitrariamente (El empleo del tiempo), que siempre estaba al lado del libro (incluso en Proust), se convertirá aquí en el eje esencial».
Convertir un libro en la «medida del tiempo que fluye», hacer del tiempo de la escritura – al mismo nivel que los lugares evocados– el tema central de la obra eran ideas poderosamente originales. Si tamaña ambición permitió que el proyecto tomara forma y empezara a construirse, también explica por qué se interrumpió a medio camino.
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Traducción de Pablo Martín Sánchez
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