23/01/2023
Empieza a leer 'La infancia del mundo' de Michel Nieva

 

Pero todo pasa en este inmundo mundo.

AURORA VENTURINI

 

The antarctic continent was once temperate and even tropical.

H. P. LOVECRAFT

 

En el Caribe Pampeano

 

EL NIÑO DENGUE

Nadie quería al niño dengue. No sé si por su largo pico, o por el zumbido constante, insoportable, que pro­ducía el roce de sus alas y desconcentraba al resto de la clase, lo cierto es que, en el recreo, cuando los chicos sa­lían disparados al patio y se juntaban a comer un sángu­che, conversar y hacer chistes, el pobre niño dengue per­manecía solo, adentro del aula, en su banco, con la mirada perdida, fingiendo que revisaba con suma concentración una página de sus apuntes, para disimular el inocultable bochorno que le produciría salir y dejar en evidencia que no tenía ni un solo amigo con quien hablar.

Corrían muchos rumores sobre su origen. Algunos decían que, por las condiciones infectas en que vivía la fa­milia, en un rancho con latas oxidadas y neumáticos en los que se acumulaba agua de lluvia podrida, se había in­cubado una nueva especie mutante, insecto de proporcio­nes gigantescas, que había violado y preñado a la madre, luego de haber matado a su marido de una forma horren­da; otros, en cambio, sostenían que el insecto gigante ha­bría violado y contagiado al padre, quien, a su vez, al eya­cular adentro de la madre, habría engendrado a ese ser

inadaptado y siniestro y que, al verlo recién nacido, los abandonó a ambos, desapareciendo para siempre.

Muchas otras teorías, que ahora no vienen al caso, se comentaban sobre el pobre niño. Lo cierto es que cuando sus compañeritos, ya aburridos, reparaban en que el niño dengue se había quedado solo en el aula, simulando que hacía la tarea, lo iban a molestar:

–Che, niño dengue, ¿es cierto que a tu mamá la violó un mosquito?

–Eu, bicho, ¿qué se siente ser hijo de la chele podrida de un insecto?

–Che, mosco inmundo, ¿es cierto que la concha de tu vieja es una zanja rancia de gusanos y cucarachas y otros bichos y que de ahí saliste vos?

Inmediatamente, las antenitas del niño dengue empe­zaban a temblar de rabia y de indignación, y los pequeños hostigadores se escapaban entre risotadas, dejando de vuelta al niño dengue solo, sorbiendo su dolor.

No era mucho más agradable la vida del niño dengue cuando volvía a su casa. Su madre (él juzgaba) lo conside­raba un fardo, una aberración de la naturaleza que la ha­bía arruinado para siempre. ¿Una madre sola, con un hijo? Criar un hijo en esa situación siempre es difícil, pero al cabo de los años, el niño dará motivos de dicha a la ma­dre, que justificarán con creces su esfuerzo, y eventual­mente el niño será un joven y después un adulto, que po­drá acompañar y ayudar y mantener económicamente a la madre, quien, cuando envejezca, recordará con nostalgia el hermoso pasado compartido y se llenará de orgullo por los logros de su primogénito. ¿Pero un hijo mutante, un niño dengue? Este es un monstruo que habrá que alimen­tar y cargar hasta la tumba. Un extravío de la genética, cruce enfermo de humano e insecto que, frente a la mira­da asqueada de propios y ajenos, solo producirá vergüen­za, pero que nunca, jamás de los jamases, dará ni un lo­gro, ni una satisfacción a la madre.

Por eso (él juzgaba) la madre lo odiaba, y estaba llena de resentimiento contra él.

Lo cierto es que ella trabajaba de sol a sol para mante­ner a su hijo. Todos los días, sin descanso ni feriado, via­jaba hacinada en una lancha colectiva el penoso trecho de ciento cincuenta kilómetros hasta Santa Rosa. Durante la semana, era empleada doméstica en un edificio del distrito financiero, mientras que sábados y domingos hacía de ni­ñera en casas de gente rica de la zona residencial de esa misma ciudad. Cuando llegaba, por la noche, a su propio hogar, estaba demasiado cansada, cargando con la violen­cia recibida por sus patrones, y no tenía paciencia para nada. A veces, cuando abría la puerta y se encontraba con el chiquero que el niño dengue, por carecer de manos, de­jaba involuntariamente por la mesa y el suelo, le gritaba:

–¡Bicho pelotudo! ¡Mirá el quilombo que hiciste!

De la bronca acumulada lo perseguía con la escoba mientras el insecto sobrevolaba torpemente por la cocina, tirando de los estantes ollas y platos al suelo y aumentan­do la destrucción y el desorden, hasta que la madre se har­taba y se ponía a limpiar, resignada, aunque (él juzgaba) mirándolo de reojo con odio despiadado.

La madre del niño dengue aún era muy joven y her­mosa, y como carecía de tiempo para salir a conocer gen­te, cuando creía que su hijo se había ido a dormir, tenía citas virtuales, encerrada en su pieza. El niño dengue, des­de su propio catre, la escuchaba conversar entusiasmada y, a veces, reír.

 

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La infancia del mundo

 

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