02/05/2022
Empieza a leer 'Golpe de kárate' de Dorthe Nors


En el hogar de donde procedo había perros y gatos, y estos gatos gozaban de una superioridad increíble. Mortificaban a los perros mañana, mediodía y tarde. Un año aquellos perros sufrieron tantas humillaciones y acumularon tal cantidad de odio que persiguieron a uno de los gatos del vecino hasta un árbol para esperar allí a que bajase y entonces comérselo.

 

¿CONOCES A CORRI?

Oye a los demás en la planta de abajo, Janus aún está allí. Acaba de despedirse de ella arriba, en su habitación, y ahora se despide de mamá en la puerta de entrada. Salvo por el ruido del grifo de la ducha que su hermano mayor ha abierto al otro lado del pasillo, todo es silencio. El olor a albóndigas ha invadido su habitación, y ella descansa sobre un costado en la cama, con la almohada puesta entre las rodillas. Todavía nota los dedos de él y la humedad de su saliva justo debajo de la nariz. Él ha intentado ser amable, nada más, y enciende la televisión. Ve terminar las noticias locales antes de aterrizar en un programa en el que una persona busca a un familiar desaparecido.

El protagonista de la noche es un hijo que no encuentra a su padre. Tiene treinta años. Algo rellenito, parece a punto de llorar cuando dice que no está enfadado con su padre, pero que no entiende por qué no le escribe. Al preguntarle la presentadora de televisión si eso le entristece, el hijo solo es capaz de asentir con la cabeza.

Un periodista muy rubio, a quien Louise recuerda haber visto en una ocasión entrevistando al primer ministro para el telediario, aparece ahora investigando en los archivos e interrogando a personal de las administraciones públicas para obtener información acerca de ese padre desaparecido. El padre tiene un nombre bien raro, Corri Nielsen. El periodista rubio se encuentra en ese momento junto a un bloque de viviendas de ladrillos rojos en un barrio periférico de Copenhague. Va a llamar a una puerta de la dirección que le han facilitado en la oficina municipal, donde le aseguraron que allí vivió Corri Nielsen. Qué emocionante comprobar si hay alguien en casa, dice el periodista al pulsar el timbre. Abre una señora mayor con el pelo corto que tiene hecha la permanente. No mira al cámara en el momento de abrir y tampoco parece muy sorprendida cuando el periodista le cuenta que es de la televisión pública. Buscamos a un hombre llamado Corri Nielsen, dice el periodista. La mujer abre un poco más la puerta y afirma: Sí, Corri ha vivido aquí. El periodista asiente con la cabeza. ¿Conoce a Corri?, pregunta él. Sí, responde la mujer.

Por lo visto la mujer, cuyo rostro Louise encuentra adusto, estuvo casada con Corri Nielsen pero se divorciaron. El aspecto del interior de la vivienda, hace pensar a Louise que no debieron de tener mucho en común. Pero al periodista no le preocupan esas cosas. Lo que quiere saber es si la señora sabe dónde podría estar Corri ahora. La señora sonríe y por vez primera mira directamente a la cámara. Dice orgullosa: Sí, sé dónde está Corri.

Aunque Louise es perfectamente consciente de que justo ahora no hay que apagar la televisión, decide apagarla. Oye a su hermano mayor trapalear un poco en el pasillo, pero todo lo demás está en calma. No ha recibido ningún mensaje de Janus, pero él pensaba que había que sentir lástima por ella porque dolía. Mira la foto de Janus que puso junto al espejo, tiene el pelo castaño y prefiere no sonreír en las fotografías. También cuelga una foto de mamá y papá de vacaciones en Bornholm. Parece que fue hace mucho, y piensa por un instante en Corri Nielsen y Janus, que es alto. Sus dedos son largos, pero siempre usa la lengua cuando besa. A ella le resulta extraño que ni una sola vez haya empleado solo los labios. No es que le parezca mal, pero le recuerda aquella ocasión en que ella y su hermano fueron con papá al trabajo. Tuvieron que lamer sobres por cinco coronas la hora. Cada uno se sentó a un lado de una gran mesa ovalada lame que te lame. No le habría importado estar allí si no hubiera sido por los sobres. Recuerda que no le apetecía mirar a su hermano porque él quería competir y ver qué pila de sobres lamidos crecía más velozmente, así que en lugar de ello clavó la vista en su tarea. Y por eso acabó por mirar largo rato las direcciones impresas en los sobres.

Todas las cartas iban dirigidas a hombres y las direcciones le hicieron pensar en personas ajenas a ella por completo. Fue capaz de imaginárselas caminando por estancias desconocidas. Verlas atravesar enormes pabellones deportivos, esperando en el interior de sus coches en los semáforos o manejando sus bicis y ciclomotores por los arcenes. No se trataba solo de personas ajenas, sino más bien de hojas de papel en blanco que despiertan el deseo de rellenarlas. O como quedarse parada con mamá frente al escaparate de una carnicería y ver en el reflejo del cristal a un hombre que se sitúa a tu lado. Él mira las salchichas cocidas. Duda entre comprarlas o no, pero el desconocido del escaparate decide que no. Entonces se gira para marcharse y, justo antes de que el hombre dé la vuelta a la esquina, se detiene para lanzaros una extraña mirada a tu madre y a ti.

Se había imaginado esa situación y también se imaginó que ella seguía al hombre por las calles hasta su casa, entraba en el portal y subía al segundo piso. Entraba con él en su vivienda e iba a la cocina. El hombre ponía la cafetera y enderezaba la fotografía que había junto al aparador. Después se sentaba en el salón y encendía la televisión para ver el telediario.

Ella contempló cómo el hombre frotaba el apoyabrazos con los dedos pulgares. Lo miró durante la emisión del telediario, lo miró mientras él se comía las chuletas de cerdo. Después no tuvo más remedio que acompañarlo también en sus hábitos de aseo y colarse en el ambiente de aquel dormitorio antes de que el hombre dejase la revista sobre la mesilla y alargase el brazo para apagar la luz.

Entonces él se acostó entre las sábanas blancas y olió el edredón, y Louise sintió ganas de llorar. Quería zarandear al hombre y preguntarle si tenía coche. Porque si tenía coche podría llevarla a casa en ese momento. No le apetecía quedarse más tiempo allí. Quería regresar con su madre, pero no podía porque aquel hombre, que en realidad era un nombre en un sobre, se había quedado completamente pegado a ella y, cuando más tarde se puso a llamar al timbre de todas las puertas del edificio del hombre para preguntar si sabían algo del que vivía en el segundo piso, la gente le contestaba que no. Igual podía llamarse Olsen, que Madsen, Hansen o Nielsen. Nadie lo sabía.

– ¿Te encuentras bien? ¿Voy a buscar a papá? –le preguntó entonces su hermano mayor aquel día en el que lamieron sobres en la oficina de su padre, y en ese momento Louise recuerda haber dicho que no le gustaba el pegamento.

– Noto el estómago raro –dijo y entonces su hermano fue a buscar a su padre.

Pero eso fue en aquella ocasión, piensa, y desliza sus dedos bajo el borde de las bragas donde la piel es fina y la siente todavía tirante, pero ya se le pasará. Abajo mamá llena el lavavajillas y papá sube el volumen para escuchar las noticias de la noche. Ella le quita el sonido al móvil y cierra los ojos. Ningún mensaje de Janus. Un nombre extraño también.

 

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Traducción de Victoria Alonso.

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Golpe de kárate

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