29/11/2021
Empieza a leer 'En invierno' de Karl Ove Knausgård

 

2 DE DICIEMBRE. Llevas en la barriga todo el verano y todo el otoño. Rodeada de agua y oscuridad has ido creciendo a través de las distintas fases del estado fetal, que desde fuera recuerdan a la evolución de la propia especie humana, a partir de una criatura prehistórica parecida a una gamba, con la columna vertebral en forma de cola, y la piel que cubre el cuerpo, que mide un centímetro de largo, tan fina que deja ver el interior con toda claridad– como uno de esos impermeables de plástico transparente que un día verás y tal vez pienses lo mismo que yo, es decir, que tienen un aspecto algo obsceno, quizá porque parece contra natura ver a través de la piel, y esos impermeables son una especie de piel que nos ponemos– hasta la primera forma de mamífero, cuando el rasgo dominante ya no es la columna vertebral, sino la cabeza, enorme en relación con la parte estrecha y encorvada del tramo inferior del cuerpo, y las piernas y los brazos delgados como palillos, por no decir los dedos de las manos y los pies, finos como agujas. Las facciones aún no están desarrolladas, los ojos, la nariz y la boca solo se intuyen, más o menos como en una escultura en la que quedan por hacer los últimos retoques. Y así creo que es, excepto que la tarea no va de fuera hacia dentro, sino de dentro hacia fuera: tú te cambias a ti misma, creces a través de la carne. Ese era el aspecto que tenías, facciones vagas y poco nítidas, ese era tu aspecto cuando estuvimos de vacaciones en Gotland, en una casa muy adentrada en el bosque de Fårö, en un pequeño claro entre los pinos, donde el aire olía a sal y los sonidos del mar silbaban entre los troncos. Por las mañanas nos bañábamos en una de las largas y estrechas playas del mar Báltico, comíamos en un restaurante al aire libre, y por las noches veíamos películas en la casa. Tu hermana mayor tenía entonces nueve años, la siguiente siete y tu hermano cinco, casi seis. Siempre están armando jaleo, sobre todo las dos niñas, cuya edad es tan similar que constantemente necesitan reafirmar la distancia entre ellas mediante disputas y a veces peleas, pero nunca cuando están en la playa, nunca cuando se bañan, entonces colaboran en todo y así ha sido siempre: en el agua desaparecen todos los conflictos, todos los problemas, allí se olvidan de lo que las rodea y se concentran en el juego. También quieren muchísimo a su hermanito, opinan que es un encanto, y de vez en cuando dicen que se casarían con él si no fuera su hermano. Dos meses después de esas vacaciones, él fue por primera vez al colegio, a finales de agosto, y tú seguías minúscula dentro de tu oscuridad, con la cabeza gigantesca comparada con el cuerpo, las piernas como pequeñas ramas, pero con uñas en los diminutos dedos de los pies y las manos, que ya serías capaz de mover, lo que seguramente hacías, y te chupabas el dedo gordo. No tenías ni idea de nada, no sabías dónde estabas ni quién eras, pero vagamente, muy vagamente, debías de saber que existías, ya que había diferencias entre tus estados, porque, aunque no sintieras nada cuando tu mano flotaba delante de la cabeza, sentirías algo cuando te la metías en la boca, y esa diferencia, que algo es algo y otra cosa es otra cosa, tiene que ser el punto de partida de la conciencia. Pero más allá no podía ir. Todos los sonidos que penetraban hasta allí dentro, voces y ruido de motores, gritos de gaviota y música, golpes, traqueteos, alaridos, simplemente estarían allí, como la oscuridad y el agua, algo que tú no distinguías como propio, porque no podía haber diferencia entre tú y tu entorno: tú no eras más que algo que crecía, algo que se expandía. Tú eras la oscuridad, eras el agua, eras los tumbos cuando tu madre subía o bajaba por una escalera. Eras el calor, eras el sueño, eras la minúscula diferencia que surgía cuando te despertabas.

Algún día verás las fotografías del primer día de colegio de tu hermano; una de ellas está colgada en la pared del comedor, en ella están los tres hermanos sonriendo, cada uno a su manera característica, luciendo su nueva ropa de colegio, con el jardín de fondo, verde y brillante a la luz del sol matutino, bajo un cielo azul de final del verano. 

Todo esto suena idílico y dichoso. Y así fue, tanto los días en las playas de Fårö como la primera jornada de colegio fueron días buenos. Pero cuando alguna vez leas esto, querida mía, si todo va como debe ir y el embarazo transcurre de un modo normal, lo que creo y espero, pero de lo que no hay ninguna garantía, sabrás que la vida no es así, que los días de sol y risas no constituyen la regla, aunque también existen. Estamos los unos en manos de los otros. Todos nuestros sentimientos, deseos y ambiciones, toda nuestra constitución psicológica individual, con todos sus extraños recovecos y durezas, fraguados en algún momento de la temprana infancia, casi imposibles de erradicar, oponen resistencia a los sentimientos, deseos y ambiciones de los demás, y su constitución psicológica individual. Aunque nuestros cuerpos sean sencillos y moldeables, capaces de tomar el té en la porcelana china más fina y delicada, y nuestros modales sean buenos, de modo que casi siempre sabemos lo que las distintas situaciones exigen de nosotros, nuestras almas parecen dinosaurios, son grandes como casas, se mueven con lentitud y pesadez, pero si se ponen nerviosos o se enfadan son extremadamente peligrosos, no escatiman esfuerzos para lastimar o matar. Con esta imagen quiero decir que, aunque todo parezca de fiar en lo exterior, siempre ocurren cosas muy distintas en lo interior, y en una magnitud muy diferente. Mientras que en lo exterior una palabra es solo una palabra, que cae al suelo y desaparece, en lo interior una palabra puede convertirse en algo enorme, y quedarse ahí durante años. Y mientras que en lo exterior un suceso no es más que un suceso, a menudo simple y casi siempre superado rápidamente, en lo interior puede volverse de una importancia trascendental y crear un miedo o una amargura que inhibe, o, al contrario, crear una soberbia que no inhibe, pero puede llevar a una caída que sí lo hace. Conozco a personas que se beben una botella de aguardiente al día, conozco a personas que toman psicofármacos como si fueran caramelos, conozco a personas que han intentado quitarse la vida, uno quiso ahorcarse en el desván, pero lo descubrieron a tiempo, otro se tomó una sobredosis en la cama, lo descubrieron y lo llevaron al hospital en una ambulancia. Conozco a personas que durante largos períodos han estado ingresadas en psiquiátricos. Conozco a personas esquizofrénicas, maníaco-depresivas y psicóticas que no se manejan bien en la vida. Conozco a personas amargadas que culpan a otros de su estancamiento o declive, muchas veces en relación con sucesos que tuvieron lugar hace veinte o treinta años. Conozco a personas que pegan a sus seres queridos y conozco a personas que aguantan todo, porque no esperan más de la vida.

Todo eso tan anquilosado y miserable, todo ese sufrimiento y esa pérdida de sentido también forma parte de la vida y existe por todas partes, pero no resulta fácil de ver, no solo porque tiene su punto de partida en la vida interior, sino también porque la mayoría de las personas intentan ocultarlo y duele mucho admitirlo: la vida debería ser luminosa, la vida debería ser sencilla, la vida debería ser niños corriendo entre risas por la orilla del agua, sonriendo delante de una cámara el primer día de colegio, rebosantes de emoción y expectación.

Acompañar a tu hijo al colegio su primer día, como espero que hagamos contigo en el futuro, constituye un momento memorable para los padres, pero también desgarrador, porque allí dentro, donde van a pasar la mayor parte de los días los siguientes quince años, los hijos tendrán que arreglárselas por su cuenta. A mi entender, eso es sobre todo lo que tienen que aprender, a convivir con los demás, porque los conocimientos en sí no son tan importantes, de todos modos, antes o después los adquirirán. Hace unos años, una de tus hermanas lo estaba pasando mal, yo me daba cuenta, pero no podía hacer nada. Había unas niñas con las que ella quería estar. A veces jugaban con ella, entonces estaba feliz, otras no, entonces se paseaba sola por el patio o se quedaba leyendo en la biblioteca durante el recreo largo. Yo no podía hacer nada. Podía hablar con ella, pero, en primer lugar, ella no quería hablar del tema, y en segundo lugar, ¿qué podía hacer yo para ayudarla? ¿Decirle que era guapa y maravillosa y que aquello no era más que un episodio insignificante al principio de una vida que se desarrollaría de ricas maneras que ni nosotros ni ella éramos capaces de anticipar? De nada servía que yo opinara que ella era estupenda si ellas no pensaban lo mismo. De nada servía que yo opinara que ella era divertida y lista si a ellas no se lo parecía. Una tarde que nos fuimos los dos a dar un paseo, me preguntó si no podíamos mudarnos. Le pregunté que adónde. A Australia, contestó. Dijo que allí llevaban uniforme en el cole. ¿Por qué quieres llevar uniforme?, le pregunté. Porque así todos vamos iguales, contestó. ¿Por qué es eso importante?, le pregunté. Porque nadie me dice que mi ropa es bonita cuando llevo algo nuevo. ¿No es bonita mi ropa?, dijo, mirándome. Sí, respondí, mirando a otra parte, porque tenía los ojos húmedos. Sí, tu ropa es preciosa. 

También a ti te esperan dificultades. ¡Pero aún falta mucho para eso! Estamos en diciembre, quedan tres meses para tu nacimiento, y luego seguirán unos años en los que dependerás por completo de nosotros y vivirás en una especie de simbiosis, hasta que llegue el día de agosto en que también a ti te enviemos al colegio por primera vez. Cuando leas esto, ese día habrá pasado hace muchos años y será uno de tus recuerdos.

Ayer la temperatura bajó bruscamente, ya entrada la noche estábamos a bajo cero, todos los charcos se helaron, y las ventanillas del coche se quedaron como rayadas por la escarcha. Antes de acostarme, salí al patio y me quedé mirando el cielo, estaba limpio y lleno de estrellas. Cuando entré en casa, Linda estaba tumbada en la cama con la barriga medio descubierta. Ella acaba de darme una patada, dijo. «Ella» eres tú. Quizá vuelva a hacerlo. Me quedé mirando la barriga y solo unos segundos después vi que se hinchaba un instante, más o menos como se encrespa el agua cuando un animal marino se mueve justo debajo de la superficie. Era tu pie, que desde dentro pataleaba hacia el techo. Si hubieras nacido en ese momento, podrías haber sobrevivido, aunque con poco margen. Sueñas cuando duermes, y reconoces los distintos sonidos que oyes. 

Tal vez hayas empezado ya a percibir algo del mundo exterior, y si tuvieras la capacidad de reflexionar, supondrías que el mundo está formado por un pequeño espacio oscuro, lleno de agua, en la que tú flotas, y que todo lo de fuera es puramente auditivo y consta de sonidos de todo tipo. Que todo eso es el universo, y tú estás sola en él. Quizá pase lo mismo aquí fuera, quizá estemos solos en un espacio grande y negro, lleno de estrellas y planetas, y fuera de ese espacio haya sonidos, como en un espacio aún mayor en el que jamás podremos penetrar, sino del que solamente con el tiempo, y quizá desde el borde del universo, podremos escuchar los sonidos.

Es extraño que existas, pero sin saber nada del aspecto que tiene el mundo. Es curioso que exista una primera vez en la que se ve el cielo, una primera vez en la que se ve el sol, una primera vez en la que se siente el aire en la piel. Es extraño que exista una primera vez en la que se ve un rostro, un árbol, una lámpara, un pijama, un zapato. En mi vida eso ya no ocurre casi nunca. Pero pronto ocurrirá. Dentro de unos meses te veré por primera vez.

 

 

* * *

Traducción de Asunción Lorenzo y Kirsti Baggethun.

* * *

En invierno

Descubre más de En invierno de Karl Ove Knausgård aquí.


COMPARTE EN: