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Empieza a leer ' El oficio de ser extranjero' de Roger Bartra
Emprendí estas reflexiones porque Josefina, mi esposa, al ver que estaba inquieto buscando temas para un ensayo, me sugirió que escribiese sobre los viajes. Ella sabe bien que he gozado los viajes que hemos hecho juntos. También sabe la ansiedad que nos provocó llegar a la isla de Capri y toparnos con una inmensa multitud de turistas que pululaba por todas las calles. Yo había leído la Historia de San Michele que había escrito un médico sueco, Axel Munthe, un libro que me conmovió y que me impulsó a visitar Capri. Huyendo de la masa de turistas, nos refugiamos en la Villa San Michele, que Munthe había construido a comienzos del siglo XX. En el bellísimo lugar, abierto al público, no había casi nadie y nos sentimos aliviados. La paradoja es que habíamos huido de esa clase de gente que hacía exactamente lo que nosotros estábamos haciendo: turismo. ¿El hecho de haber llegado impulsados por el recuerdo de mi lectura juvenil del libro de Axel Munthe nos distanciaba de esa horrorosa muchedumbre de turistas? Supuse que así era, de lo contrario la casa de Munthe habría estado invadida por una multitud fotografiando cada rincón y haciéndose selfis. Mucho tiempo después leí un artículo de mi amigo Silva-Herzog Márquez titulado «Diatriba contra los viajes» (Reforma, 28 de junio de 2023), una reflexión crítica y ácida sobre el turismo inspirada por un ensayo de la filósofa Agnes Callard publicado en The New Yorker («The Case Against Travel», junio de 2023).
El consejo de Josefina además me trajo memorias de mi juventud. Muchos niños y adolescentes crecen leyendo con fruición libros de viajes, sean novelas o relatos de exploradores. Yo me formé leyendo las hazañas de David Livingstone en África y de Percy Fawcett en América del Sur. Mi entusiasmo por las novelas de Jules Verne quedó impreso en mis recuerdos infantiles. El ensayo de Agnes Callard me recordó que hay algunos intelectuales que han detestado con vehemencia la afición por los viajes. Cuando leo a Fernando Pessoa diciendo que «la idea de viajar me da náuseas», me entra un gran desasosiego. Chesterton afirmó que «viajar estrecha la mente» y Ralph Waldo Emerson dijo rotundamente que viajar es «el paraíso de los tontos». En contraste, George Santayana escribió que valía la pena hacer una filosofía del viaje y que la vida no era más que «un viaje a través de un mundo extranjero». Mi padre, que era poeta, solía preguntarme, cuando me disponía a ir a algún país sudamericano o asiático, que qué se me había perdido en esos lejanos lugares. Mi padre y mi madre, Agustí y Anna, hicieron un gran viaje en su vida al huir después de perder ante Franco la Guerra Civil en España. Ellos viajaron porque perdieron algo en su país, no porque buscasen algo que se les había perdido en México. Sin embargo, mi primer gran viaje de niño duró dos años, acompañando a mis padres cuando se instalaron en el estado de Nueva York entre 1949 y 1950. Yo tenía entre seis y ocho años durante esa larga estancia en Estados Unidos, y la recuerdo como una experiencia maravillosa. El viaje de ida desde México fue en tren y el regreso en autobús. Por supuesto, nada se me había perdido en Estados Unidos, pero sí puedo afirmar que allí encontré algo muy valioso que quisiera poder definir bien. Hallé la emoción infantil de vivir feliz en un mundo poblado de sorpresas a las que me fui adaptando y que lamenté abandonar cuando regresé a México con la familia. Creo que aprendí a ser extranjero. Hoy estoy convencido de que ser extranjero es un valioso oficio que se aprende viajando. No deja de sorprenderme que haya quienes detestan ese oficio, pero yo mismo no sé explicar bien las razones por las que me parece que vale la pena ser extranjero.
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