30/05/2025
Empieza a leer 'El cielo en desorden' de Slavoj Žižek

 

INTRODUCCIÓN: ¿LA SITUACIÓN SIGUE SIENDO EXCELENTE?

Una de las frases más conocidas de Mao Zedong es: «Hay un gran desorden bajo el cielo; la situación es excelente». Es fácil entender lo que Mao quería decir: cuando el orden social existente se está desintegrando, el caos resultante ofrece a las fuerzas revolucionarias una gran oportunidad para actuar con decisión y tomar el poder político. Hoy, ciertamente, hay un gran desorden bajo el cielo: la pandemia del COVID-19, el calentamiento global, los indicios de una nueva Guerra Fría y el aumento de las protestas populares y de los antagonismos sociales en todo el mundo, son solo algunas de las crisis que nos acechan. Pero en medio de este caos ¿la situación sigue siendo excelente, o el peligro de autodestrucción es demasiado alto? La mejor manera de expresar la diferencia entre la situación que Mao tenía en mente y la nuestra es mediante una pequeña distinción terminológica. Mao habla de desorden bajo el cielo, donde el «cielo», o el gran Otro en cualquiera de sus formas –la lógica inexorable de los procesos históricos, las leyes del desarrollo social–, sigue existiendo y regula discretamente el caos social. Hoy deberíamos hablar de que el propio cielo está en desorden. ¿Qué quiero decir con esto?

En El cielo partido (1963), la novela clásica de Christa Wolf escrita en la República Democrática Alemana sobre el impacto subjetivo de la Alemania dividida, Manfred (que ha elegido el Oeste) le dice a su enamorada, Rita, cuando se ven por última vez: «Aunque nuestra tierra esté dividida, seguimos compartiendo el mismo cielo». Rita (que ha elegido permanecer en el Este) le responde amargamente: «No, primero partieron el cielo». Aunque se trata de una novela que hace apología de la Alemania Oriental, ofrece una acertada visión de cómo nuestras divisiones y luchas «terrenales», en última instancia, siempre tienen lugar en un «cielo partido», es decir, en una división mucho más radical y exclusiva del propio universo (simbólico) que habitamos. El portador y el instrumento de esta «partición del cielo» es el lenguaje, en cuanto que medio que sustenta la forma en que experimentamos la realidad: el lenguaje, y no los intereses egoístas primitivos, es lo que provoca la división primigenia y más importante. Gracias al lenguaje podemos «habitar mundos diferentes» al de nuestros vecinos, aunque vivan en la misma calle.

Hoy en día, el cielo no está dividido en dos esferas, como ocurría en la época de la Guerra Fría, cuando se enfrentaban dos cosmovisiones globales. Hoy, las divisiones del cielo encuentran un lugar más propicio dentro de cada país. En Estados Unidos, por ejemplo, hay una guerra civil ideológica y política entre la ultraderecha y la clase dirigente liberal-demócrata, mientras que en el Reino Unido existen divisiones igualmente profundas, como se ha visto recientemente en la oposición entre los partidarios y enemigos del Brexit... Los espacios para compartir un terreno común se reducen cada vez más, lo que refleja que el espacio público va menguando poco a poco, y esto ocurre en un momento en el que la solidaridad global y la cooperación internacional son más necesarias que nunca.

En los últimos meses, la forma a menudo alarmante en que la crisis de la pandemia de COVID-19 se entrelaza con otras crisis sociales, políticas, ecológicas y económicas es cada vez más aparente. La pandemia debe abordarse junto con el calentamiento global, los antagonismos de clase, el patriarcado y la misoginia, y muchas otras crisis actuales que mantienen con ella, y todas entre sí, una interacción compleja. Esta interacción es incontrolable y está llena de peligros, y no podemos contar con ninguna garantía de que en el cielo se pueda concebir claramente una solución. Una situación tan arriesgada hace que nuestro momento sea eminentemente político: la situación no es excelente, y por eso hay que actuar.

Entonces, ¿qué hacer? La exigencia de Lenin de un «análisis concreto de la situación concreta» es hoy más vigente que nunca. Ninguna fórmula universal puede dar la respuesta: hay momentos en los que se necesita brindar apoyo pragmático a medidas progresistas modestas; hay momentos en los que una confrontación radical es el único camino; y hay momentos en los que un silencio que mueve a la reflexión (y unos bonitos mitones) dicen más que mil palabras.

 

1. ¿FUE REALMENTE EL ATAQUE CON DRONES A ARABIA SAUDÍ UN PUNTO DE INFLEXIÓN? 

Cuando, en septiembre de 2019, los rebeldes hutíes de Yemen lanzaron un ataque con drones contra las instalaciones de procesamiento de crudo de Saudi Aramco, nuestros medios de comunicación caracterizaron repetidamente este suceso como un «punto de inflexión». Pero ¿lo fue realmente? En cierto sentido sí, ya que perturbó el suministro global de petróleo y aumentó la probabilidad de un gran conflicto armado en Oriente Medio. Sin embargo, no hay que olvidar la cruel ironía de esta afirmación.

Los rebeldes hutíes de Yemen llevan años en guerra abierta con Arabia Saudí, y las fuerzas armadas saudíes (con material que reciben de Estados Unidos y el Reino Unido) han destruido prácticamente todo el país, bombardeando indiscriminadamente objetivos civiles. La intervención saudí provocó una de las peores catástrofes humanitarias, con decenas de miles de niños muertos. Pero, como en el caso de Libia y Siria, destruir un país entero no es aquí un punto de inflexión, sino que forma parte del juego geopolítico normal.

Aunque condenemos su acto, ¿realmente debería sorprendernos ver a los hutíes, acorralados y en una situación desesperada, contraatacar de la mejor manera que pueden? Lejos de cambiar las reglas del juego, su acto es la culminación lógica del mismo. Parafraseando una de las incalificables vulgaridades de Donald Trump, por fin han encontrado la manera de agarrar a Arabia Saudí por «el coño», donde más duele. O, parafraseando la famosa frase de La ópera de los tres centavos de Brecht, «¿Qué es atracar un banco comparado con fundar uno?»: ¿Qué es destruir un país comparado con una mínima alteración en la reproducción del capital?

La atención mediática que atrajo el «punto de inflexión» del ataque hutí también nos distrajo convenientemente de otros proyectos, como el plan israelí de anexionarse grandes zonas fértiles de Cisjordania. Lo que esto significa es que toda esa cháchara sobre la solución de los dos Estados no era más que eso, palabrería vacía destinada a ocultar la despiadada realización de un proyecto de colonización moderno en el que lo que les espera a los habitantes de Cisjordania será, en el mejor de los casos, un par de bantustanes estrechamente controlados. También hay que señalar que Israel está haciendo todo esto con la silenciosa connivencia de Arabia Saudí, una prueba más de que está surgiendo un nuevo eje del mal en Oriente Medio, compuesto por Arabia Saudí, Israel, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos. ¡Esto sí que es un punto de inflexión en las reglas del juego!

Y, para ampliar el alcance de nuestro análisis, también hay que estar atentos a cómo están cambiando las reglas del juego con las protestas de Hong Kong. Una dimensión que por regla general se ignora en nuestros medios de comunicación es la lucha de clases que hay debajo de las protestas de Hong Kong contra los esfuerzos de China por limitar su autonomía. Las protestas de Hong Kong estallaron primero en distritos pobres; los ricos prosperaban bajo el control chino. Entonces se oyó una nueva voz. El 8 de septiembre de 2019, los manifestantes marcharon hacia el consulado de Estados Unidos en Hong Kong, mientras la CNN informaba de la presencia de «una pancarta que rezaba “Presidente Trump, por favor libere Hong Kong” en inglés, [mientras] algunos manifestantes cantaban el himno nacional de Estados Unidos». Se informó de que David Wong, banquero de treinta años, había dicho: «Compartimos los valores estadounidenses de libertad y democracia». Cualquier análisis serio de las protestas de Hong Kong tiene que centrarse en cómo una protesta social, potencialmente un auténtico punto de inflexión, se incorpora a la consabida narrativa de la revuelta democrática contra el régimen totalitario.

Y lo mismo ocurre con el análisis de la propia China continental, donde nuestros medios de comunicación informaron de que el Instituto Unirule de Economía, uno de los pocos centros de pensamiento liberal que quedaban en China, había recibido la orden de cerrar, en lo que se consideró otra señal de la drástica reducción del espacio para el debate público bajo el gobierno del líder chino, Xi Jinping. Sin embargo, esto dista mucho de las intimidaciones policiales, las palizas y detenciones a las que están siendo sometidos los estudiantes de izquierdas en China. Lo irónico es que algunos grupos de estudiantes se han tomado el retorno oficial al marxismo más en serio de lo que se pretendía, y han establecido vínculos con trabajadores que sufren explotación extrema en fábricas de Pekín. En las fábricas químicas, sobre todo, donde la contaminación es extrema, en gran parte incontrolada, e ignorada por el poder estatal, los estudiantes ayudan a los trabajadores a organizarse y a formular sus reivindicaciones. Estos vínculos entre estudiantes y trabajadores plantean un verdadero desafío al régimen, mientras que la lucha entre la nueva línea dura de Xi Jinping y los liberales procapitalistas es, en última instancia, parte del juego dominante. Expresa la tensión que impera entre las dos versiones del desarrollo capitalista desenfrenado: la autoritaria y la liberal.

En todos estos casos, desde Yemen a China, hay que aprender a distinguir entre los conflictos que forman parte del juego y aquellos que suponen un auténtico punto de inflexión y que o bien son giros a peor que no auguran nada bueno aunque se presenten como la continuación del estado normal de las cosas (Israel anexionándose amplias zonas de Cisjordania) o bien son señales esperanzadoras de la aparición de algo realmente nuevo. La visión liberal dominante está obsesionada por lo primero e ignora en gran medida lo segundo.

 

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Traducción de Damià Alou

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 El cielo en desorden

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