ARTÍCULOS
Empieza a leer 'Despedidas' de Julian Barnes
Racheleli
1. El gran I AM
El otro día descubrí una posibilidad alarmante. No, algo peor: un hecho alarmante.
Una vieja amiga, que es radióloga, lleva años enviándome fragmentos sacados del British Medical Journal. Sabe que mis intereses tienden a lo morboso y lo extremo. En mi memoria – ese lugar donde degradación y embellecimiento se superponen– tengo archivados casos de pacientes que reventaron porque un bisturí eléctrico inflamó sus gases corporales, y otros a los que, en los primeros tiempos de la resonancia magnética, las grapas quirúrgicas se les clavaron en la carne como fragmentos de metralla. Estos relatos van a veces acompañados de fotos: por ejemplo, las de un hombre que se dejó crecer las uñas de los pies hasta tal longitud curva – varios metros, según recuerdo– que durante años no pudo andar. Luego está esa tarea cotidiana de los médicos que consiste en extraer objetos insólitos que alguien se ha tragado – como bolsitas de clavos– o se ha introducido por la fuerza en el recto. (Antiguamente, entre estos autoimplantes anales se estilaban los bustos en miniatura de Napoleón, un hábito que sin duda añadía patriotismo al placer.) Y recuerdo en especial el caso de un hombre al que le habían practicado una traqueotomía. En una revisión, a los médicos les desconcertaron unas manchas amarillentas alrededor del orificio en que le habían implantado el tubo. Resultó que el paciente era un fumador compulsivo que, al no poder ya introducirse un cigarrillo en la boca, descubrió que si retiraba el tubo el pitillo encajaba perfectamente en el agujero; lo único que tenía que hacer era encenderlo y llenar los pulmones. Los hombres (y son hombres la mayoría de los que practican estas actividades tan insólitas) pueden ser la mar de ingeniosos aun cuando – o sobre todo cuando– vaya en contra de sus intereses.
El último artículo que he recibido de la doctora Jacky lleva un título adecuadamente literario: «Proust y Madeleine juntos en el tálamo». Seguí leyendo, por supuesto. «Madeleine, como recordarán, no era el gran amor de la vida de Proust, sino una magdalena que, al mojarla en el té, generaba un recuerdo autobiográfico involuntario (IAM). La fuente del informe clínico era la revista Neurology Clinical Practice, y el sujeto era un hombre de cuarenta y cinco años que había sufrido un ictus hemorrágico en el tálamo posterior izquierdo. Las consecuencias fueron mucho más graves y peculiares que aquella tenue sacudida que experimentó Proust (y su narrador ficticio) con una magdalena, que no es exactamente como la que podríamos tener en mente, sino un bizcochito esponjoso con la forma acanalada de una vieira. El paciente descubrió que «degustar una tarta de manzana desencadenaba recuerdos de todas las tartas que había probado en su vida; las evocaba en correcto orden cronológico y afloraban a su mente como una cascada».
Como he dicho, mi primera reacción fue de alarma: imaginemos que unos recuerdos olvidados nos asaltan a una velocidad semejante, una avalancha histórica que atraviesa retumbando nuestra percepción del presente y desgarra la conciencia que tenemos de nosotros mismos. Además, ¿y si, como señaló un amigo mío, la experiencia desencadenada no fuera tan inspiradora como comer una tarta? ¿Y si te tirabas un pedo, dijo él, por leve que fuese, y se te aparecía en orden cronológico cada ventosidad que habías expulsado a lo largo de toda tu vida? Y así sucesivamente: no es nada difícil imaginar otros ejemplos. Representémonos la idea – o la visión– agotadora de miles de bocadillos de beicon aflorando en nuestra memoria (¿y reviviríamos también su textura y sus diferencias, amén de nuestras reacciones al respecto?).
Actualmente me encuentro en mitad de la setentena, y como la mayoría de la gente mayor a veces estoy cansado de mí mismo; y con eso me refiero a que me repito recordando pensamientos, hechos y, en especial, opiniones. (Los que nunca se hartan de sí mismos, los que siguen divirtiéndose rememorando en público su propia vida y sus repetidas anécdotas suelen ser los más pelmazos del mundo. Hombres, una vez más, por lo general.) Pero el frenético, agresivo aburrimiento de los IAM a gran velocidad se me hace, al menos por el momento, inimaginable. ¿No te infundiría el deseo de matarte?
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Traducción de Jaime Zulaika
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