01/04/2025
Empieza a leer 'Calle Londres 38' de Philippe Sands
A Natalia
Nada ha engendrado mayores problemas
que la libertad que se concede a los malvados
para delinquir con total impunidad.
JEAN BODIN, 1577
Soy un monumento.
WALTHER RAUFF, 1979
Soy un ángel.
AUGUSTO PINOCHET, 2003
NOTA AL LECTOR
Desempeñé un papel secundario en el inusitado e histórico proceso judicial que siguió a la detención de Augusto Pinochet en Londres la noche del 16 de octubre de 1998, y que me ofreció un asiento de primera fila en uno de los casos penales internacionales más importantes desde Núremberg. Ha pasado el tiempo, pero no he olvidado la experiencia, como tampoco las historias ni los personajes involucrados.
Muchos años después de la detención, y de los acontecimientos que la siguieron, me estaba documentando para escribir Ruta de escape, un libro sobre la ruta utilizada por un alto mando nazi para tratar de escapar de la ciudad de Lviv y del continente europeo rumbo a Sudamérica. En el archivo de una
familia austriaca encontré una carta escrita por un antiguo dirigente nazi llamado Walther Rauff. Perseguido por crímenes de lesa humanidad y genocidio, el hombre de las SS ofrecía su consejo a un viejo camarada. Luego supe que, al cabo de una década, el autor de la carta se había trasladado a la Patagonia, en el sur de Chile, donde dirigiría una conservera que envasaba carne de centolla en latitas.
Entonces no se me ocurrió que Pinochet y Rauff pudieran estar relacionados, pero las vidas de ambos hombres resultarían hallarse profundamente entrelazadas. Esta es la historia del viaje realizado para descubrir la interconexión entre ambos y las consecuencias de esta, un viaje que abarca cuestiones de historia, derecho, política y literatura. También evoca ciertas ideas sobre la memoria, y sobre la línea que, según se dice, separa la realidad y la ficción, la verdad y el mito.
En relación con la vida de estos dos hombres, he tratado de describir fielmente lo que he descubierto, basándome en documentos, archivos, testimonios y conversaciones. El presente relato no es una versión completa, ni la única posible. En estos asuntos, con tantas personas implicadas, siempre hay muchas perspectivas y reminiscencias distintas. Sabemos por nuestra vida cotidiana que dos personas que experimentan el mismo momento pueden ver las cosas de manera diferente, que los recuerdos son fluidos, y que lo ocurrido puede estar abierto a interpretaciones.
Esta es mi interpretación, basada en lo que yo he visto, oído o leído. Es un viaje personal. Trata de la justicia, la memoria y la impunidad en distintos momentos y lugares; de los hilos que entretejen nuestras extrañas vidas, en las que tan a menudo surgen preguntas y coincidencias.
PHILIPPE SANDS,
Londres y Bonnieux, noviembre de 2024
PERSONAJES PRINCIPALES
Augusto Pinochet Ugarte, n. 1915, Valparaíso; Ejército chileno; presidente de la Junta Militar y de Chile (1973-1990).
Lucía Hiriart, n. 1923, su esposa.
Walther Rauff, n. 1906, Köthen (Alemania); Armada alemana; SS y Gestapo; gerente de la Pesquera Camelio.
Edith Rauff, n. 1898, su segunda esposa.
Walther Rauff, n. 1940, su hijo.
Walther Rauff, n. 1967, su nieto.
CHILE
Carlos Basso, n. 1972, periodista y profesor universitario.
Sergio Bitar, n. 1940, ministro del Gobierno, economista, internado en Isla Dawson.
José Camelio, n. 1907, fundador de la Pesquera Camelio.
José «Porotín» Camelio, n. 1932, hijo, Pesquera Camelio.
Humberto Camelio, n. 1934, hijo, Pesquera Camelio.
Eduardo Camelio, n. 1960, nieto.
Mariana Camelio, n. 1996, bisnieta, poeta.
Alfonso Chanfreau, n. 1950; estudiante; detenido en Londres 38; marido de Erika Hennings.
Manuel Contreras, n. 1929, Ejército, director de la DINA.
Hernán Felipe Errázuriz, n. 1945, abogado y diplomático.
Pedro Espinoza, n. 1932, Ejército, subdirector de la DINA.
Eduardo Frei, n. 1942, presidente (1994-2000).
Samuel Fuenzalida, n. 1956, recluta del Ejército y de la DINA.
León Gómez, n. 1953; profesor de Historia; detenido en Londres 38.
Erika Hennings, n. 1951; directora de la organización Londres 38; detenida; esposa de Alfonso Chanfreau.
José Miguel Insulza, n. 1943, ministro de Exteriores y secretario general.
Ricardo Izurieta, n. 1943, Ejército, comandante en jefe.
Miguel Krassnoff, n. 1946, Ejército, DINA.
Ricardo Lagos, n. 1938, abogado, economista, presidente (2000-2006).
Miguel Lawner, n. 1928, arquitecto, internado en Isla Dawson.
Orlando Letelier, n. 1932, economista, ministro del Gobierno, internado en Isla Dawson.
Osvaldo «Guatón» Romo, n. 1938, torturador.
Miguel Schweitzer Speisky, n. 1908, profesor de derecho, ministro del Gobierno.
Miguel Schweitzer Walters, n. 1940, su hijo, abogado, embajador, ministro del Gobierno.
Carmelo Soria, n. 1921, diplomático de la ONU.
Laura González-Vera, n. 1932, doctora en Medicina.
Carmen Soria, n. 1960, periodista.
Cristián Toloza, n. 1958, psicólogo y funcionario.
Jorgelino Vergara, el Mocito, n. 1960, «camarero júnior» de Manuel Contreras.
ALEMANIA
Gerd Heidemann, n. 1931, periodista, revista Stern.
Karl Wolff, n. 1900, jefe supremo de las SS y de la policía.
ESPAÑA
José María Aznar, n. 1953, presidente del Gobierno (1996-2004).
Carlos Castresana, n. 1957, fiscal.
Juan Garcés, n. 1944, abogado, asesor de Allende.
Manuel García-Castellón, n. 1952, magistrado, Juzgado Central de Instrucción n.º 6, Audiencia Nacional.
Baltasar Garzón, n. 1955, magistrado, Juzgado Central de Instrucción n.º 5, Audiencia Nacional.
REINO UNIDO
Thomas Bingham, n. 1933, juez.
Tony Blair, n. 1953, primer ministro (1997-2007).
Nico Browne-Wilkinson, n. 1930, juez, Comité de Apelación, Cámara de los Lores.
James Cameron, n. 1961, abogado, letrado del general Pinochet.
Michael Caplan, n. 1953, socio del bufete Kingsley Napley, abogados del general Pinochet.
Leonard Hoffmann, n. 1934, juez, Comité de Apelación, Cámara de los Lores.
David Hope, n. 1938, juez, Comité de Apelación, Cámara de los Lores.
Alun Jones, n. 1949, abogado, letrado de la Fiscalía de la Corona.
Jean Pateras, n. 1948, intérprete, Policía Metropolitana, Scotland Yard.
Jonathan Powell, n. 1956, jefe de gabinete de Tony Blair (1997-2007).
Gordon Slynn, n. 1930, juez, Comité de Apelación, Cámara de los Lores.
Jack Straw, n. 1946, ministro del Interior (1997-2001).
James Vallance White, n. 1938, cuarto secretario de la Mesa, Cámara de los Lores.
Prólogo
Santiago, agosto de 1974
Una camioneta refrigerada Chevrolet avanzaba a trompicones por la Alameda, la avenida que conecta el Palacio de la Moneda con la universidad. Cerca de la antigua iglesia de San Francisco giró a la derecha para entrar en el barrio París-Londres, construido en torno a la intersección de las dos calles de las que toma su nombre, la calle Londres y la calle París. El barrio, antaño el jardín de una antigua ermita, fue hogar de poetas, escritores y artistas.
La camioneta avanzó sobre los adoquines antes de detenerse frente a un edificio bajo de piedra gris, el número 38. Denominada simplemente Londres, de haber estado en otro sitio la calle podría muy bien haberse llamado Londonstrasse, o Rue de Londres, o London Street.
Unos hombres vestidos de paisano abrieron las puertas traseras del vehículo, y a continuación un grupo de hombres y mujeres con los ojos vendados salieron dando tumbos y entraron en el número 38. Uno de ellos era un estudiante de Historia de veinte años, detenido por subversión. No sabía muy bien dónde se encontraba, pero por un resquicio de la venda pudo vislumbrar las baldosas blancas y negras del suelo que señalaban la entrada, como un tablero de ajedrez. Era la sede del Partido Socialista.
Le hicieron subir unos escalones de piedra y le condujeron al interior del edificio; luego le separaron de sus compañeros y le llevaron a una sala lateral, donde le ordenaron que se sentara. Otra persona, una mujer, se sentó a su lado.
«Soy León.»
«Yo, Hedy», respondió la mujer.
Aguardaron. Al cabo de un rato le escoltaron hasta una escalera que subía por la parte trasera del edificio, hasta el primer piso. En otro cuarto, un guardia le ordenó que se quitara la ropa. Una vez desnudo, le hicieron tenderse de espaldas sobre el somier de un viejo catre, metálico y frío. A continuación le ataron las muñecas y los tobillos al somier. Quedó despatarrado, como un cerdo en un espetón.
Oyó hablar en susurros, y se preguntó si alguna de aquellas voces tenía acento alemán. Mientras estaba tendido, distinguió la forma de una vieja máquina de escribir, elegante y esbelta. Oyó más voces, y percibió un perfume barato y familiar. Los sonidos se acercaron; el olor se hizo más intenso. Era Flaño, un aroma que llegaría a inducirle miedo y ansiedad.
Más tarde, estando de nuevo en la habitación de la planta baja, trajeron a un joven y lo dejaron tirado en el suelo. Alfonso, susurró alguien, un estudiante de Filosofía, en un pésimo estado. Poco después le trajeron a una joven, otra detenida. Los dos intercambiaron unas palabras antes de que sacaran al estudiante de Filosofía del edificio, lo metieran en la parte trasera de una camioneta refrigerada y se lo llevaran.
Nunca se le volvió a ver.
Londres, octubre de 1998
Veinticuatro años después.
Cuatro policías se reunieron frente a la habitación 801, en la octava planta de una clínica médica situada en una calle del centro de Londres. Había una intérprete presente, y eran las últimas horas de la tarde de un viernes. Entraron en la habitación, donde un hombre de ochenta y dos años yacía en la cama, recuperándose de una operación de espalda. Era Augusto Pinochet.
La intérprete, una señora con el pelo cardado, le informó en español de que estaba detenido y le leyó sus derechos. «Ha sido usted acusado de asesinato», le dijo, «por un juez español que desea extraditarle a Madrid para ser juzgado por un genocidio que usted perpetró en Chile, por torturar a personas y hacerlas desaparecer.»
Tres semanas más tarde, en París, me reuní con mi esposa ante las grandes puertas de madera que señalaban la entrada al cementerio de Pantin, en las afueras de la ciudad. Allí estaba enterrado mi abuelo. Nos abrazamos. «Acabo de recibir una propuesta de los abogados de Augusto Pinochet», le dije. «Les gustaría que argumentara que, debido a su inmunidad, los tribunales ingleses carecen de jurisdicción, y que, por lo tanto, no podría ser extraditado a España, ni por genocidio ni por ningún otro delito.»
«¿Lo harás?», me preguntó ella con voz firme. Yo le recordé lo que en el derecho anglosajón se conoce como el «principio de la parada de taxis», la norma que obliga a los abogados a actuar como los taxistas, que tienen que llevar al pasajero que les toca en función del lugar que ocupan en la fila, sin rechazar a nadie por motivos políticos o de personalidad.
«¿Lo harás?», volvió a preguntarme.
Ya conoces la norma, así que sí, esa era mi intención.
«Bien», dijo en un tono irritado y dulce a la vez, «pero si lo haces, me divorciaré de ti.»
* * *
Traducción de Francisco J. Ramos Mena
y Juan Manuel Salmerón Arjona
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