01/02/2025
Empieza a leer 'Breve historia de la oscuridad' de Vicente Monroy
Con una luz cegadora se puede disolver el mundo.
FRANZ KAFKA,
Aforismos
«¡Luz, más luz!», dijo Goethe
en su lecho de muerte. «¡Menos luz, me-
nos luz!», repetía Orson Welles en un
plató de cine la única vez que lo vi.
En el cine actual (y en el mundo) hay
demasiada luz. Es hora de volver a
las tinieblas, así que ¡media vuelta y
a las cavernas!
RAÚL RUIZ,
Poéticas del cine
La noche artificial del cine
En los meses previos a su asesinato en noviembre de 1975, Pier Paolo Pasolini intentó alertar sobre una brecha profunda e irreparable que se estaba abriendo entre el viejo mundo y el mundo por venir. Lo expuso en uno de sus artículos más memorables, titulado «El vacío de poder en Italia», aunque más tarde se incluyó en sus Escritos corsarios bajo el título más conocido de «El artículo de las luciérnagas». Era una lamentación por la desaparición de las luciérnagas de la campiña italiana que había admirado en su juventud en la región de Friuli, en las noches de verano: «A comienzos de los años sesenta, debido a la polución atmosférica y, sobre todo en el campo, a la contaminación del agua (ríos azules y canales límpidos), las luciérnagas empezaron a desaparecer. Un fenómeno fulminante y fulgurante. Pasados unos pocos años, ya no quedaban luciérnagas. Hoy son un recuerdo bastante desgarrador del pasado».
Las malogradas luciérnagas de Pasolini son metáforas de una humanidad en vías de extinción, más pura y conectada con sus raíces que la desmemoriada sociedad consumista de los años setenta, que amenazaba con borrar todo vestigio del pasado. Pasolini señalaba el surgimiento de un «verdadero fascismo» en el seno del emergente neoliberalismo, en su opinión más virulento que el fascismo de Mussolini, ya que durante el régimen del dictador aún existían algunas luciérnagas, es decir, intelectuales humanistas que iluminaban la noche trágica del pueblo italiano con destellos de inteligencia y esperanza. En contraste, el fascismo del tipo neoliberal la emprendía con la imaginación, los valores, las almas, los lenguajes y los cuerpos del pueblo, perpetrando un genocidio de todo lo humano con el fin de imponer una cultura de masas irreflexiva. Cualquier discurso discordante era rápidamente absorbido por el nuevo poder ideológico y económico, neutralizando su potencial revolucionario. Ya no había escapatoria en la noche sin luciérnagas. La humanidad avanzaba ciegamente hacia el abismo.
¿Exageraba Pasolini? Por supuesto que exageraba, como todos los profetas. Pero, cincuenta años después de la publicación de «El artículo de las luciérnagas», es imposible no sentir aún su desasosiego punzante, que anticipaba la actitud derrotista de muchos intelectuales contemporáneos. ¿Qué ha sido de las frágiles luminarias que alumbraban los territorios de nuestra imaginación? ¿Quién protege la débil llama de la verdad en medio de la tormenta?
Se podría imaginar que una oscuridad extraordinaria, más profunda y cruel que la vieja oscuridad nocturna, se ha abatido sobre el mundo, ocultando cualquier rastro de luz. Pero el filósofo francés Georges Didi-Huberman plantea una hipótesis diferente: no es la oscuridad la que ha ocultado el brillo de las luciérnagas, sino la cegadora claridad de los feroces reflectores de la modernidad; reflectores de los shows políticos, platós de televisión, estadios de fútbol; la luz insidiosa y omnipresente de la publicidad y las redes sociales que borra los contrastes de nuestras vidas, sobreexponiendo nuestros cuerpos y nuestras ideas, haciendo circular imágenes y discursos violentos y engañosos, devorando cualquier misterio que nos resistamos a revelar; la estridente economía libidinal de la satisfacción inmediata; la irradiación verborreica y superficial del discurso público, la autoayuda, las fake news, los youtubers y la interminable noria de la actualidad. Como afirmaba el filósofo Xavier Rubert de Ventós: «Donde hay más luz de la necesaria, todo son tinieblas».
Un destello cegador ha eclipsado la tenue luz del pensamiento. En este mundo contemporáneo excesivamente iluminado, escasean los rincones en penumbra que, en otra época, fueron el escenario de las prácticas contraculturales. Apenas queda espacio para el misterio y la introspección. Quizás por eso, como sugiere el crítico Philip Fisher, el arte a partir de las vanguardias, con su rechazo de la figuración, su carga de opacidad y su énfasis en la abstracción y la subjetividad, es una reacción a la claridad óptica y la inmediatez que movían a los artistas del siglo XIX, especialmente a los impresionistas. Sus sucesores comprendieron la necesidad de regresar a la oscuridad para preservar el enigma del arte y dilatar su significado, evitando así su sumisión a los intereses políticos y al mercado, y contrarrestando el exceso de nitidez que comenzaba a dominar las imágenes. Se trataba de rescatar a las últimas luciérnagas. Estos artistas de la oscuridad nos recuerdan la necesidad de mantener territorios en sombra en nuestras vidas y nuestro derecho a cerrar los ojos. No para ignorar la realidad, sino para tomar distancia e imaginar otros mundos posibles.
Los científicos nos advierten que en cada rincón del universo existe alguna cantidad de radiación, aunque a menudo sea imperceptible para el ojo humano. Incluso nosotros emitimos flujos de fotones: somos, a nuestra manera, humildes aspirantes a luciérnagas. La ausencia total de luz solo se puede dar en condiciones de cero absoluto o cerca de un agujero negro, lo que hace imposible recrearla artificialmente. Sin embargo, esto no impide que muchos artistas contemporáneos sueñen con lograrlo. Hace unos años, una empresa británica desarrolló el Vantablack, una sustancia compuesta de nanotubos de carbono que se anunció como el pigmento más oscuro jamás creado por el ser humano. Cuando la luz lo alcanza, en lugar de reflejarse, queda atrapada en su interior y se disipa en forma de calor, absorbiendo hasta el 99,965 % de la luz visible. Un negro casi absoluto. En 2016, el artista indio Anish Kapoor adquirió los derechos de uso exclusivo del Vantablack por una suma de dinero desconocida, fascinado por sus propiedades: «Imagina un espacio tan oscuro que al recorrerlo pierdes completamente el sentido de la orientación, la identidad y, sobre todo, cualquier sentido del tiempo».
La contaminación lumínica se ha convertido en un problema medioambiental y cultural a escala planetaria. El exceso de luz dificulta la observación del firmamento en nuestras ciudades y, progresivamente, también en los pueblos y el campo. Cada vez es más difícil disfrutar de la auténtica imagen del cielo, que en otro tiempo marcaba los ritmos de la vida humana. Con la desaparición de las luciérnagas que señalaban los bordes del camino y de las estrellas que contenían una parte crucial de nuestro conocimiento intuitivo de la realidad, avanzamos en círculos, incapaces de orientar nuestros pasos.
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