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Empieza a leer 'Bukele, el rey desnudo' de Óscar Martínez
A los exiliados salvadoreños:
esto acabará. Volveremos
Bukele todopoderoso
Cuando la dictadura formalmente empezó, aquello de que la democracia muere entre aplausos se quedó corto: también hubo vuvuzelas y gritos de alegría y música y banderas agitadas y hasta disfraces festivos. Una dictadura, como verán al final, puede iniciarse también con una fábula mediocre y un juramento cuasi religioso.
Ninguna dictadura se construye de un día para otro. Algunas tardan más, cuajan menos. El dictador del país vecino, el nicaragüense Daniel Ortega, por ejemplo, tardó casi once años en pulir la suya, y para hacerlo asesinó a muchos de sus compatriotas cuando salieron a las calles para protestar en 2018. Bukele tampoco lo hizo de un día para otro, claro está, pero tardó mucho menos que otros: exactamente cinco años. Si tuviera que ubicar el momento preciso en que ese presidente se convirtió en dictador, en todopoderoso, diría que ocurrió en dos momentos, en dos discursos que juntos suman una hora y dos minutos. Ambos tuvieron lugar en 2024, con cuatro meses de diferencia, y completaron un mensaje tan simple como aterrador: conmigo o contra mí.
DISCURSO UNO
Es 4 de febrero de 2024 y Bukele, aunque las urnas acaban de cerrarse y el Tribunal Supremo Electoral no ha dado resultados, ha salido al balcón del Palacio Nacional y se ha proclamado ganador. Lo ha hecho a su manera exagerada, grandilocuente.
Se asoma con su esposa de la mano, informal, en camiseta de manga larga color caqui. Y dice, ignorando como casi siempre la mesura: «El Salvador ha roto todos los récords».
La plaza central de El Salvador, en el punto cero de la capital, está repleta de cientos de salvadoreños, algunos disfrazados de Bukele, muchos con vuvuzelas. Suenan las vuvuzelas, suenan los aplausos.
«Este día, El Salvador ha roto todos los récords de todas las democracias en toda la historia del mundo», dice.
La plaza corea: «¡Bu ke le, Bu ke le, Bu ke le!».
«Y no solo hemos ganado la presidencia de la República por segunda vez con más del 85 % de los votos, sino que hemos ganado la Asamblea Legislativa con 58 de los 60 diputados como mínimo.»
Y la plaza corea: «¡Sí se pudo, sí se pudo!».
Tiempo después, cuando los resultados fueron oficiales, sabríamos que en esas elecciones votó el 56 % del padrón electoral y que Bukele ganó con el 82,66 % de esos votos. Además, obtuvo la incuestionable mayoría de 54 de los 60 diputados.
La plaza salvadoreña no sabe que, en el México de los setenta, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), con José López Portillo, ganó la presidencia con el 90 % de los votos. O que, en 1928, en ese mismo país vecino, Álvaro Obregón obtuvo el 100 % de los votos. La plaza ignora también que, aunque fuera en un sistema electoral distinto, en 1984, Ronald Reagan ganó la presidencia de Estados Unidos con el 97,6 % de los votos electorales por sobre su competidor y exvicepresidente Walter Mondale; o que Franklin Roosevelt destruyó electoralmente en 1936 a Alfred Landon, con el 98,5 % de votos. ¿Qué importa? Bukele acaba de decir lo que acaba de decir, que suenen las vuvuzelas. A veces, la ignorancia es festiva.
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