LECTURAS

Empieza a leer 'Disparos contados' de Leila Méndez

01/07/2025

A mis humanos favoritos, Olimpia y Bruno

 

Si pudiera decirlo con palabras, no iría todos los días cargado con mi cámara.
LEWIS HINE

 

Otro rollo

Querido lector, no escribí este libro desde una cueva, envuelta en pieles y piedra en mano. Este ensayo no busca ir hacia atrás, sino hacia dentro. Te cuento en él –a través de algunas batallitas como fotógrafa en el mundo editorial y publicitario– cómo, con los años, he ido vislumbrando qué es lo que más valoro a la hora de crear.

Pensé al escribir en todas aquellas personas curiosas por la fotografía, sin distinguir entre profesionales y amateurs. También en quienes siguen valorando la experiencia física, la presencialidad y el deseo de relacionarse. Si tienes ahora mismo este libro entre las manos, quizá tú y yo ya compartimos algo esencial.

Tomo la fotografía analógica como ejemplo de un aliado del tiempo que invita a la pausa y a la espera. Algo que nos recuerda que crear con las manos también es pensar con el cuerpo. Reflexiono sobre su estética y la intensidad de su proceso, sobre su naturaleza limitada, y también sobre esa inevitable coartada nostálgica que la acompaña. Cuestiono la autenticidad casi dogmática que se le atribuye a la fotografía química. Hablo de fotógrafos que hicieron del error parte de su lenguaje, y de otros que se definen a través de la elección del formato. Hablo también, cómo no, del fetichismo (divertidísimo) de las cámaras, y de esa locura deliciosa que, en el fondo, es la fotografía de encargo.

El formato químico no mejora ni eleva nuestro discurso artístico, pero ahora que la inteligencia artificial es una realidad tangible y que la hegemonía de la imagen digital está fuera de toda discusión, tal vez valga la pena preguntarse: ¿por qué sigue viva la fotografía analógica? ¿Y qué parte de su lógica podría seguir siendo útil hoy? ¿No necesitamos, acaso, cierto criterio, gusto y bagaje visual para crear con IA?

Cuando dejo la cámara para crear con inteligencia artificial, siento que renuncio a lo que más me apasiona y divierte de la fotografía: el acto mismo de fotografiar. Te invito a salir mentalmente de la rueda de la autoexplotación para conectar con un ritmo más humano, más en sintonía con los ciclos naturales del cerebro.

 

Durante el proceso de escritura me asaltaba un temor: que mis palabras caducaran antes de llegar a puerto. La calma de mi editora, su tempo sin urgencias, me ayudaron a ser coherente: a sostener con el hacer lo que defendía con el decir.

Aprovechemos al máximo la tecnología, pero no nos amojamemos. Confiemos en nuestro criterio, en la intuición y en el placer de crear.

 

La Grande Bouffe 

Resulta fangoso arrancar a disertar sobre imagen fotográfica ciñéndonos al plano profesional cuando ahora la imagen lo habita todo. Decía Joan Fontcuberta hace ya un tiempo: «Vivimos a través de la imagen. [...] Vivimos en la era del Homo photographicus, es decir, en la masificación de las imágenes y en donde la vida personal, la política e incluso las emociones pasan por una fotografía. [...] La imagen se inscribe en nuestros procesos espontáneos de comunicación».

Estamos inmersos en un presente de superabundancia e incontinencia visual. La Grande Bouffe. Una sociedad enferma de velocidad, en la que el alud de imágenes y el auge de nuevas tecnologías ponen en entredicho tanto el significado como los usos tradicionales de la fotografía.

Todos fabricamos y consumimos fotos, todos creamos contenido. Contenido, esa palabra que a algunos nos produce tanto empacho. ¿Lo consumimos..., o es él quien nos consume? ¿Necesitan los creadores las redes sociales, o son estas las que no existen sin el alpiste de los artistas? Es una sociedad exhausta, donde algunos creadores dedican más tiempo a promocionar su obra que a producirla, priorizando la visibilidad sobre la creación.

En paralelo surge un movimiento, liderado principalmente por celebridades, que rechazan ser fotografiadas o grabadas en eventos en un intento de luchar contra la sobrexposición y defender el aquí y ahora. Autores como Zadie Smith reivindican la necesidad de habitar el mundo en tiempo real, rodeados de personas y sin mediatizarse como imagen o anuncio. Aunque es difícil evitarlo por completo siendo una figura pública, es posible limitar esa exposición y evitar convivir con una versión mediatizada de uno mismo; rechazar el avatar.

 

Antes la foto era documento, memoria. Ahora nos interesa el presente, la inmediatez; la foto es fugaz, se captura para compartir y luego ser borrada. Eso implica una nueva dimensión de la temporalidad.

Y, sin embargo, la fotografía, tal y como la entiendo, no va tanto del formato como del tiempo que uno ha dedicado a pensarla. Va más allá del clic que la origina. Hay una cadena de decisiones involucradas. Desde el instante previo al disparo hasta la fase de edición posterior.

Como reacción a esa urgente demanda de productividad, resucita y se mantiene desde hace ya unos años la pasión por la foto analógica. ¿A qué responde que la generación Z se interese tanto por el carrete y el revelado? ¿Qué lleva a un gran número de fotógrafos profesionales a recuperar esta tecnología? Aunque todos sabemos que lo digital y la IA pueden imitar casi a la perfección el acabado de lo analógico, la experiencia y la intensidad del proceso son muy distintas.

Por un lado, muchos jóvenes sienten una especie de nostalgia por lo no vivido. Los nativos digitales quedan fascinados por el proceso, que les resulta mágico y excitante. Abrazan los orígenes para entender la fotografía y así poder enfrentarse a ella. Por otro, las generaciones anteriores flirtean de nuevo con su primer amor, con el que aprendieron. Los que retornan al formato analógico no lo hacen descartando el digital o la IA sino utilizándolo como tecnología complementaria. Tras dos décadas de inmersión digital, ahora disponemos de una perspectiva sólida para apreciar tanto las bondades que nos ofrecía lo analógico como sus evidentes limitaciones.

En el posgrado de fotografía de moda que dirijo, algunos alumnos muestran desde hace tiempo este interés por la película. Al principio, mi actitud era no solo de escepticismo sino de total desconfianza. Puro postureo, pensaba. El deseo de sentirse especiales. Pero el interés se ha ido manteniendo. Y sus respuestas cuando les pregunto por qué disparan en film han conseguido que me replantee este fenómeno como algo más profundo, algo que va más allá de las modas. Lo conservador, precisamente, sería no escucharlos.

He creído siempre, como fotógrafa, que ejercer la docencia como complemento de la profesión era el destino inevitable de las ballenas varadas, pero ahora lo veo al revés. Siento que es la mejor manera de cuestionárselo todo y no atrofiarse. De estar en constante conexión con el presente y el futuro. De renovar y mantener la energía. Un acto muy generoso y, a la vez, egoísta.

 

Cabría reflexionar sobre las razones por las cuales sigue viva la fotografía analógica y sobre los aspectos positivos de la misma que podríamos rescatar. Y me gustaría pensar sobre todo esto sin ponerme retrógrada ni ludita.

Para empezar, la fotografía analógica presenta una serie de inconvenientes, pero, para algunos, simplifica las cosas. Es justamente esta idea la que me gustaría desarrollar a lo largo del libro, inspirándome en historias como la de un fotógrafo inglés muy peculiar que solía aparecer en los conciertos que yo frecuentaba de adolescente. Mis amigos y yo lo apodamos Barón Pelusa, por su arriesgada y simpática apuesta capilar. Cargaba el carrete en su cámara al inicio del concierto y se pasaba el resto del tiempo simplemente mirando, disfrutando, esperando. Solo al final, en el clímax del show, esbozaba una sonrisa, sacaba su cámara con una lente fija y disparaba tres fotos, ni una más ni una menos. Siempre eran fotones. ¿Para qué disparar antes si la mejor imagen llegaría en el momento de máxima intensidad, con la expresividad del artista y la iluminación en su punto álgido? Esta forma de trabajar no es en absoluto exclusiva del formato analógico, pero la película impone una restricción que, de algún modo, lleva a la simplicidad.

 

* * *

 

Disparos contados

 

Descubre más sobre Disparos contados de Leila Méndez aquí.

COMPARTE
COMENTARIOS