No existe tal lugar
No existe tal lugar

No existe tal lugar

Como ese avión de madera que su tío proyecta en un garaje, de verano en verano, con insensata resolución y libérrima locura, Julián Odieta es un hombre del aire libre al que han condenado a los espacios estancos. Cerrada a cal y canto aparece la ciudad de Umbría, la Pamplona imaginaria de Miguel Sánchez-Ostiz, y con ella sus pueblos aledaños, afectados por una misma lacra de superstición obligatoria, carlismo en ruinas y una eterna orden divina de no querer nada y dejarse vivir en silencio. Pero si la infancia y la adolescencia, el viaje iniciático, sólo tienen una ristra de vías muertas, si el desarraigo no es posible, habrá que fundar un sitio para el deseo aun allí donde el deseo no ha lugar, una habitación propia. La libertad tendrá entonces sus cimientos en un desván, en el único rincón de una vida adulta que ya todos dan por muerta, donde un grabado inglés del siglo XVIII nombra para Julián un paraíso tangible, mar y tesoro frente a las costas de Chile: las Islas Flotantes.

Como todas las grandes obras que han tratado el tema de la aventura en nuestra época, No existe tal lugar refiere una peripecia continuamente diferida, aún no alcanzada pero no por ello menos real, cuya búsqueda es el mejor síntoma de la fortaleza emocional frente a la pena. Es ésta una fortaleza que nace del más sincero resentimiento y logra convertirlo, como quería Céline, en impulso para forjar un mundo autónomo: el mundo difícil y medio hurtado de los que nunca llegarán a romper la baraja. La consigna que nace de esta determinación -«Mejor seguir los derroteros por el mar de las Célebes que ir de ningún sitio a ninguna parte en las calles de Umbría»- ­es un santo y seña que abre puertas al heroísmo en la más negra de las cotidianeidades.

Dos virtudes son precisas para no sucumbir al aire viciado de Umbría. Una es la indignación, virtud moral practicada aquí con reconfortante saña, tanto más necesaria cuanto la España que es su objeto -fervor oscurantista, cura de pueblo, himno y yugo de la Falange- está hoy más cerca de la moda que del museo. La otra es la ensoñación, verdad proscrita que alude al brillo del oro en el cofre y nos devuelve a las Indias, que sí existen. Es el poderoso estilo de Sánchez-Ostiz, estilo de madurez creativa, el que logra unificarlas a ambas, poniendo a la par la ira y el lirismo, en un registro que anula las distinciones entre el realismo que nace de la calle oscura y el que se funda en la magia. Pues quizá los sitios del pesar, dice esta novela, son, en el fondo, los que menos existen. 

No existe tal lugar no sólo es el mejor libro de Miguel Sánchez-Ostiz sino también, indiscutiblemente, una de las grandes novelas de la década. 

ISBN978-84-339-1064-6
EAN9788433910646
PVP CON IVA18.9 €
NÚM. DE PÁGINAS280
COLECCIÓNNarrativas hispánicas
CÓDIGONH 234
PUBLICACIÓN01/09/1997
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Miguel Sánchez-Ostiz

Miguel Sánchez-Ostiz

Miguel Sánchez-Ostiz nació en Pamplona en 1950. Es autor de las novelas Los papeles del ilusionis­ta (1982, 1990) (Premio Navarra de novela), El pasaje de la luna (1984), Tánger bar (1987), La quinta del americano (1987), La gran ilusión (1989) (VII Premio Herralde de Novela 1989 y Premio Euskadi de Literatura 1990), Las pirañas (1992), Un infierno en el jardín (1995), La caja china (1996), No existe tal lugar (1997, Premio de la Crítica) y La flecha del miedo (2000); así como de varios libros de poemas, del monólogo Carta de Vagamundos (1984) y de los libros de prosa ensayística y miscelánea La negra provincia de Flaubert (1986), Mundinovi (1987), Literatura, ami­go Thomson (1989), La puerta falsa (1991), Co­rreo de otra parte (1993), El árbol del cuco (1994), Veleta de la curiosidad (1994) (Premio Café Bre­tón, 1994), Pamplona (1994), El santo al cielo (1995), Las estancias del nautilus (1996), Palabras cruzadas (1998) y El vuelo del escribano (1999). 

Foto © Tejederas